Se llamaba Safo de Mitilene, y el mismísimo Platón la consideraba como “la décima Musa”, acaso una muestra del poderoso influjo que tuvo en su época. Como los y las poetas de su tiempo, entre los siglos VII y VI antes de Cristo, Safo recitaba su poesía a viva voz. Sus versos, intensos, dan cuenta del amor entre mujeres. De hecho, de su lugar de nacimiento, la isla de Lesbos, es que se deriva el nombre de lesbianismo.
Algunos de sus versos rezan: “Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante / Te sonreías: ¿Para qué me llamas / ¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces ahora? –me preguntabas– / ¿Arde de nuevo el corazón inquieto? / ¿A quién pretendes enredar en suave / Lazo de amores? ¿Quién tu red evita, /Mísera Safo?”.
Sus versos han llegado hasta nuestros días merced a traducciones realizadas por especialistas en griego antiguo. Una de ellas, fue por la destacada poeta canadiense Anne Carson (una eterna candidata al Nobel). A su vez, esa traducción fue reescrita por la poeta chilena Soledad Fariña, y posteriormente publicada en 2012 con el título Ahora mientras danzamos, versiones de poemas de Safo (Editorial Pequeño Dios).
Pero Safo nuevamente ha revivido siglos después, ahora en una versión teatral. Resulta que sus versos han sido musicalizados por la cantante española Christina Rosenvinge como parte del montaje llamado justamente Safo, y que por estos días se presenta en la madre patria. De hecho, la misma Rosenvinge es parte del elenco de la obra.
Rosenvinge -en charla con La Vanguardia- comentó que la idea original era que hiciera un gran poema escénico con la obra de Safo. “Es el tipo de llamadas que una desearía recibir todos los días, la propuesta habría podido salir de mí perfectamente, y fue milagroso que me dieran libertad absoluta para elegir con quién y cómo”, señaló. De alguna forma, su condición de música hizo que los versos volvieran a tomar la forma original de su tiempo. “Propuse devolver Safo a la música, porque sus poemas eran cantados, es como se conocieron en su época, no se escribieron hasta siglos después”.
La autora de 1.000 pedazos señala que en rigor, lo que trató de hacer con Safo fue una versión llevada al siglo XXI. “No quería hacer una recreación de lo que podía haber sido, sino su equivalente hoy: era famosa, su cara llegó a las monedas, trascendió fronteras y siglos y sus canciones se aprendieron por el boca-oreja y eran consideradas un canon. Sería el equivalente de una estrella del rock, a un Bob Dylan”.
En su país, el montaje ha recibido críticas mixtas. Por ejemplo, desde El País, Javier Vallejo indica que “no convence” y lo argumenta así: “Safo podría haber sido un poema dramático o un oratorio profano, pero se queda en tierra de nadie. Es un montaje entretenido, moderadamente didáctico, un tanto solemne en ocasiones y epidérmico siempre, por la mucha piel joven que se muestra y por lo ligero que pasa por el tema propuesto”. Desde ABC, Julio Bravo indica: “Un espectáculo atrevido, desacomplejado, con la piedra angular de las canciones compuestas e interpretadas por la propia Christina Rosenvinge, que más que Safo, podría ser Fausto, porque los años no han hecho mella en su frágil y juvenil figura...La música de Christina Rosenvinge -destaca la contagiosa Canción de la boda- contribuye a hacer de este espectáculo una experiencia sensorial que deja en segundo plano lo dramatúrgico”.
“No me reconocía en el sonido, pero sí en las canciones”
Pero el guiño a Safo no es la única vez en que Rosenvinge ha hecho incursiones en la literatura. También lo fue la publicación de su primer libro, en 2019, llamado justamente Debut: cuadernos y canciones a través del sello Literatura Random House, y que se encuentra en las librerías de nuestro país. En un principio, iba a ser un cancionero, una recopilación de las letras de su carrera, pero fue tomando otro vuelo y se convirtió en un colosal volumen que además agrupa memorias, un ensayo y un diario. En ese aspecto, fue crucial el trabajo de editor Claudio López Lamadrid.
“Claudio me pidió que escribiera entradillas para las canciones y le propuse agruparlas en capítulos -recordó la mujer de Tú por mí en charla con El Confidencial, en 2019-. Y cuanto más escribía, él me animaba a que siguiera, y empezó a crecer y a crecer hasta que se convirtió en la mitad de Debut. Cuadernos y canciones”.
En el libro, Rosenvinge básicamente desplegó un viaje al pasado. “Para hacer este ejercicio lo primero que hice fue ponerme los discos, que es algo que no he hecho desde el momento en el que los grabé —yo hago los discos y no los vuelvo a escuchar más allá del directo—. Primero escuché las canciones, apunté las letras y resumí los temas de las letras. Además repasé los diarios, las agendas y los escritos de la época en los que se hicieron porque me fallaba la memoria en cuestión de fechas, sobre todo. Lo que más me interesaba era crear un relato que reflejase lo más fielmente posible el momento en el que se escribieron los discos. Y he visto una evolución: al principio todo es más emocional y más naíf y luego, con el tiempo, empieza a haber un poso de reflexión y surge una forma de pensar más radical. O más bien una forma de pensar más articulada, de cosas que estaban latentes pero igual no sabía explicar”.
De hecho, en el libro, más de alguna confesión soltó. Por ejemplo, que en su primer disco solista, el muy exitoso Que me parta un rayo, de 1992, y que incluye hits como 1.000 pedazos y Voy en un coche, no se reconocía a sí misma. “No me reconocía en el sonido, pero sí en las canciones. Me di cuenta después del primer disco de que tenía que meterme más a fondo en la producción y los arreglos, porque son parte de la canción. El primer disco es fruto del momento, cuando el tiempo de sonido de final de los 80 y principios de los 90 era más brillantes, más finito, más plano. Luego, más adelante, se volvió a la forma de grabar de los años 70, que era más rugosa, y los discos empezaron a sonar más analógicos, más brutos y más rock”, dijo en la conversación con El Confidencial.
En el texto, tampoco eludió su relación con las drogas. “Eso no lo he escondido, es verdad -dijo a El Confidencial-. No se puede contar eso blanqueándola. La toxicidad siempre ha estado muy presente en el mundo de la música, tradicionalmente. También en el mundo del cine. Porque son profesiones que requieren que vayas en contra de tu ritmo biológico todo el tiempo. La rutina, el orden y la disciplina, que nos vienen tan bien a los seres humanos —los monjes son las personas que más viven, porque hacen exactamente lo mismo todos los días—, en el mundo de la música estás siempre viajando, viviendo de noche, cambiando de horario… Y al ir en contra de tu cuerpo, tienes que manipularlo con sustancias. Pero es algo que ha ocurrido siempre: Marilyn Monroe murió por una sobredosis de barbitúricos… ¿cuánta gente ha muerto por barbitúricos? Y es que te toca estar arriba cuando tu cuerpo está abajo y, todo lo contrario, te tienes que ir a dormir cuando tu cuerpo está arriba. Los que llevamos mucho tiempo en esto nos lo planteamos como si fuéramos deportistas: si llevas una vida sana, natural, haces ejercicio, yoga y meditación, el cuerpo se fortalece y es capaz de soportar esas crisis”.
Christina Rosenvinge estará el próximo 11 de noviembre en nuestro país, en el marco de La Bienvenida, una de las jornadas de la versión chilena del Festival Primavera Sound, en el Parque Bicentenario de Cerrillos. En la ocasión, compartirá escenario con Beach House y Kevin Kaarl.