Viagra Boys - Cave world
Una banda indispensable como Devo lo planteó a partir de su propio nombre, y ahora los suecos Viagra Boys toman la prédica: el ser humano, en vez de progresar, está sumergido en un proceso de involución. La pandemia y las teorías conspirativas inherentes, el uso de armas de fuego, las noticias falsas y la ignorancia orgullosa en la era de la sobreinformación con EE.UU. “como punto de referencia”, en palabras del vocalista y letrista Sebastian Murphy, se funden en una visión musical que intriga y atrapa como una danza apocalíptica y burlesca, en tanto el mundo se cae a pedazos. Si vamos en reversa, el tercer álbum de estos flamantes capos del post punk y otras vetas ásperas del rock con inclinación bailable, es la banda sonora perfecta para acompañarnos rumbo al despeñadero, como Thelma & Louise acelerando hacia el final.
Los relatos rebosan humor negro desde la partida con Baby criminal, inyectada de un bajo hipnótico, la batería robótica, la voz teatral y exasperada, el saxo que se cruza frente a la cámara. Troglodyte, una de las canciones centrales del disco con un personaje que se vanagloria de su necedad, es la prima hermana nerviosa de Girl U want de, vaya, Devo. Punk rock loser cuenta las aventuras de un imbécil con gusto por la cocaína mediante rock arrastrado y cachondo, entre juerga y comedia, en otro estupendo desdoblamiento de Sebastian Murphy. Adopta un nuevo personaje que alucina con las vacunas de la pandemia en la delirante Creepy crawlers, mientras Ain’t no thief califica como violencia bailable de primer nivel. Nuevamente Murphy se transfigura en Big Boy, denso y burlesco, en un corte con barniz hip hop como lo usaba Beck. Cierra Return to monke rematando arriba, en un mantra lírico y sónico en distintos actos, para un álbum electrizante y desesperanzado.
Interpol - The other side of make-believe
Tras un cuarto de siglo de su formación en Manhattan, y con el imprescindible debut Turn on the bright lights a un mes de cumplir exactos 20 años, Interpol estrena su séptimo álbum. En las apariencias, las cosas no han cambiado para la banda de Paul Banks (voz y guitarra), Daniel Kessler (guitarra) y Sam Fogarino (batería). La música continúa lúgubre, los motivos inciertos por una lírica a libre interpretación, y fieles a una casilla revivalista que zigzaguea entre las callejuelas estilísticas más oscuras de fines de los 70 y los 80, con la urbe cargada de neón como escenario. Aquel primer disco sigue siendo insuperable y nada indica que Interpol logre superar alguna vez la triste belleza de esas canciones, pero The other side of make-believe ofrece la curvatura de los años, expresada en la confianza de Banks como un crooner perfecto para canciones en blanco y negro, las aventuras de Kessler hurgando acordes progresivos adaptados a melancolía congénita del proyecto, como lo hace en Greenwich, y las métricas de Fogarino, cargadas de acentos marcados con sencillez y elegancia. En conjunto, hay más aire y espacios que en el pasado.
Producido por Flood (U2, NIN, Depeche Mode), este álbum trabajado de manera remota con los integrantes repartidos entre Europa y EE.UU., mantiene otra constante de Interpol: la distancia entre las canciones notables y los rellenos. Fables contiene los detalles adorables del grupo -un paseo por la melancolía con cadencia, pastosidad, guitarras reverberantes y voces solemnes-, como Go easy (Palermo) representa una idea refrita de flojo estribillo. Mr. Credit tiene una cosquilla hip hop en el fiero ritmo y unas guitarras más duras de lo habitual. Something change arranca al borde del jazz para encarrilar gótica y sugerente, como Renegade hearts refleja un manejo distinto de la intensidad, cargado de sugerencia y estilo. Interpol mantiene la posición en un mundo inhóspito para las guitarras.