Ocurrió 16 años después de su muerte. En las Odas elementales, de 1954, Pablo Neruda incluyó un sentido poema en que manifestaba su total admiración por su fallecido amigo peruano. En los versos de la Oda a César Vallejo, el parralino recordaba los tiempos que ambos compartieron en París, en noches de bohemia y poesía en la ciudad luz. Y cómo no, lo extrañaba. “No me faltaste en vida /sino en muerte / Te busco / gota a gota / polvo a polvo / en tu tierra / amarillo / es tu rostro / escarpado / es tu rostro / estás lleno / de viejas pedrerías / de vasijas”.
Es que ese rostro lleno de viejas pedrerías estaba surcado por los avatares de una vida lejos de su patria. Aunque más allá de dónde escribió, lo importante es entender que la poesía de César Vallejo Mendoza hizo anclaje en el espacio más íntimo de la especie humana. Como un viaje versal hacia el interior de aquello que nos hace poner de pie cada día.
Hoy, su poesía se puede volver a encontrar en los escaparates nacionales de la mano de una nueva antología, Poesía completa, editada por Lumen, que reúne la totalidad de los libros y versos publicados por César Vallejo en sus 46 años de vida. Ahí encontramos –entre otros– su debut, Los heraldos negros (1918); y su segundo libro, el clásico Trilce (1922). Ambos publicados en su país, antes de partir a Europa en 1923, cuando arrancó de un nuevo juicio, en el que se le volvería a acusar de haber sido uno de los autores materiales de un incendio, situación que nunca ha quedado del todo clara. Vallejo tuvo que purgar 112 días en prisión, y ya estando en libertad condicional, la sola posibilidad de volver a una audiencia, que ya estaba programada, lo aterró. Por eso, se subió a un barco para no regresar jamás al Perú.
De ahí en más, Vallejo se radicó en París e inició una vida que da para una serie. Viajó constantemente a España a cobrar una beca para estudiar derecho, pero nunca pisó un aula; fundó revistas de corta vida; viajó tres veces a la Unión Soviética; compartió con otros escritores como Vicente Huidobro o Tristán Larrea; escribió crónicas para periódicos; fue expulsado de Francia por realizar propaganda comunista, aunque luego se le volvió a admitir; y por si fuera poco, se enamoró y casó con una francesa, Georgette Philippart.
Esa vida, por momentos sosegada y por momentos ajetreada, de alguna forma se coló en su escritura. El periodista y escritor peruano Daniel Titinger, biógrafo del poeta, y quien publicó El hombre más triste, retrato del poeta César Vallejo (2021), vía Ediciones UDP, señala a Culto: “Por momentos sí parecería una poesía autobiográfica, no tanto en los hechos –aunque hay versos que podrían demostrar cualquier hipótesis– sino en los sentimientos, y estos podían ser tan opuestos como el dolor y el gozo. Uno escribe, finalmente, desde lo que conoce, desde cómo percibe el mundo y desde lo que siente”.
De lo modernista a lo humano
La musicalidad y el aire modernista y baudeleriano de Los heraldos negros (1918), tuvieron una excelente recepción de crítica, por lo que Vallejo comenzó a hacerse de un nombre en el mundo literario del Perú. Pero eso no se repitió inicialmente con Trilce (1922), el que fue recibido con cierta indiferencia. De hecho, en la revista Mundial, del 3 de noviembre, el crítico Luis Alberto Sánchez escribió: “Lucho en vano, pues cada línea me desorienta más, cada página aumenta mi asombro. ¿Por qué ha escrito Trilce, Vallejo?”.
Con poemas más experimentales y complejos, incluyendo cortes versales poco comunes, versos colocados en diversas direcciones, quiebre de las reglas ortográficas y palabras inexistentes, Trilce era un hijo pródigo de un año particularmente jugado en lo vanguardista. En ese 1922 también se publicaron los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, del argentino Oliverio Girondo; y al otro lado del Atlántico veían la luz La tierra baldía, de T.S. Eliot y el Ulises, de James Joyce. De hecho, hasta el título era un juego, así lo confesó el mismo Vallejo en la única entrevista que concedió en vida, en Madrid, en 1931: “Trilce no quiere decir nada. No encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa?”.
En Europa, y tras su muerte, vieron la luz otros dos libros póstumos: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, ambos de 1939 (que también están en la nueva antología) y publicados gracias al empuje de su viuda. En ellos, Vallejo se alejó de la lírica y escribió influenciado por la movida década del 30 europea, por las crónicas y reportajes en periódicos, por la militancia y compromiso político. Es decir, dio paso a una poesía anclada en las cosas más cotidianas y mundanas.
Esto lo explica a Culto uno de los especialistas peruanos en Vallejo, Luis Fernando Chueca, doctor en Literatura, académico de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y editor de esta antología. “Los poemas que escribe a partir de 1930, cuando Vallejo profundiza su acercamiento al marxismo, están marcados por otra búsqueda, vinculada con lo que Ricardo González Vigil -un importante estudioso de su obra- ha calificado como una ‘nueva visión poética, ética y antropológica’, la misma que se va plasmando en un lenguaje que recurre insistentemente a la dialéctica y a la conjunción de los opuestos”.
Así, por ejemplo, escribió sobre enfermedades (“La cólera que quiebra al hombre en niños/ que quiebra al niño en pájaros iguales”); sobre la actividad minera (“Los mineros salieron de la mina / remontando sus ruinas venideras / fajaron su salud con estampidos”); o sobre la Guerra Civil Española. Tanto fue así que hasta “predijo” su muerte en el inmortal poema Piedra negra sobre una piedra blanca. “Me moriré en París con aguacero”, y así fue.
Para Daniel Titinger, los Poemas humanos son lo mejor de la producción vallejiana. “En esos versos logró, como apenas un puñado de poetas en la historia de la humanidad, poner por escrito la esencia de ser humano. Sí, de ser. Visto así, ese poemario es casi un homenaje a la especie humana, ¿no? Sin Poemas Humanos, César Vallejo no estaría en el parnaso. Quizá ni tú ni yo ni varios hubiéramos leído a Vallejo si no hubiera dejado esos poemas al morir. O quizá sí. Cuando se habla de inmortalidad en la literatura es imposible no hablar de un misterio, un azar”.
Eso sí, Poemas humanos no fue estrictamente un libro definido por Vallejo, más bien fue una decisión editorial de su viuda. “Pudieron ser dos o tres proyectos de escritura distintos que quedaron sin cerrarse como tales por la muerte del poeta”, apunta Luis Fernando Chueca. De todos modos, Chueca observa un cierto diálogo con su obra anterior.
“Se podría plantear que hay zonas de Poemas humanos, posiblemente los llamados ‘Poemas en prosa’, en general más cercanos a la llegada de Vallejo a Europa, que conservan todavía varios rasgos del Vallejo más experimental o vanguardista (aunque en tensión con las vanguardias) de Trilce –comenta Chueca–. Esto hace que los Poemas humanos estén más lejos de Los heraldos negros”.
España en el corazón
Más allá de ir a Madrid para buscar el dinero de una beca que nunca utilizó para estudiar, entre 1925 y 1927, la Madre Patria siempre estuvo presente en la aventura europea de Vallejo. Estuvo residiendo en la capital española entre 1930 y 1932 tras su expulsión de Francia, y solo regresó en diciembre de 1936, cuando la Guerra Civil era una realidad.
A Vallejo, la situación de la República le importaba mucho. De hecho, años más tarde, su viuda comentó que se quedaba horas en la estación de trenes de Montparnasse para escuchar las noticias que llegaban desde España. Por ello, su ímpetu le llevó a pedir un salvoconducto en la embajada española en París para desplazarse por el frente de batalla.
De esa experiencia en una España en llamas, comenzó a escribir los poemas que finalmente serían publicados como España, aparta de mí este cáliz. Simpatizante del bando republicano, Vallejo le canta a los hechos de guerra con un tono épico. “En Madrid, en Bilbao, en Santander / los cementerios fueron bombardeados / y los muertos inmortales”, o “¡Málaga sin padre ni madre / ni piedrecilla, ni horno, ni perro blanco! / ¡Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos”.
Si bien, no fue el único poeta en hablar de la Guerra Civil Española –también lo hicieron, entre otros, Antonio Machado, Pablo Neruda y Vicente Huidobro–, sí dio vida a un poemario que dejó huella. “Vallejo escribió el que para muchos entendidos –españoles, entre ellos– es el poemario más sentido y desgarrador acerca de la Guerra Civil de España, comprendida desde el bando republicano –dice Titinger–. No me considero un entendido y ni siquiera he leído todos los poemas escritos durante y acerca de esa guerra, que fueron cientos. Recuerda que en España se popularizó en esos años el romance como género literario. Un poema para ser cantado. Y los poetas e incluso los no-poetas escribían poesía y las tropas de ambos bandos la consumían”.
El biógrafo agrega: “César Vallejo había viajado a la Unión Soviética, había escrito un par de libros sobre Rusia y escribía crónicas sobre el comunismo. Algo bullía en él. Algo estalló en él cuando empezó esa guerra. Quizá el comunismo era, en esos años, la única corriente para enfrentar al fascismo que empezaba a rebalsar Europa. Qué sé yo, no solo fue un asunto político o sentimental, sino que en ese poemario vomitó todo su pasado en el Perú. Hay una línea invisible que une la vida de Vallejo en Perú con esa Guerra Civil en España, pero es casi imposible visibilizarla en pocas líneas”.
Por su lado, Luis Fernando Chueca señala: “En España, aparta de mí este cáliz los poemas, abundan, desde el título, en simbolismos cristianos trabajados desde la concreción y la corporeidad, construyen imágenes en que funden emoción y pensamiento y que representan una de las respuestas más potentes en los tiempos contemporáneos al desafío de cómo hablar de la guerra y la violencia desde la poesía, y, más aún, cómo hacerlo desde el fragor mismo de los acontecimientos”.
Es que para Chueca, lo humano es el centro líquido de la obra vallejiana: “Podemos decir que se trata de un proyecto de escritura que se va complejizando e indagando en nuevas aristas, pero que al mismo tiempo se mantiene fiel a una cuestión fundamental: el propósito de indagar desde el lenguaje en la condición humana, y entre ella la americana o peruana y andina, tanto desde plano del sujeto individual como en tanto sujeto colectivo”.
¿Cuál es la mejor puerta de entrada para la obra de Vallejo? Chueca se la juega por una ruta: “Remitiría a mi propia experiencia. Luego de algunos poemas de Los heraldos negros, de lectura (y recitado) casi obligatorio en el colegio, mi hallazgo de la potencia de su poesía tiene que ver con la lectura de Poemas humanos y de España, aparta de mí este cáliz”. Por su parte, Daniel Titinger es tajante: “Quizá parezca extraño, y no hay manera de explicarlo más que en la práctica: la mejor manera de ingresar a la poesía de Vallejo es a través de sus crónicas”.