No siempre En busca del tiempo perdido inició de la misma manera. Si se lee el primer libro, Por el camino de Swann (1913), dice al principio: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: ‘Ya me duermo’”. Pero como suelen hacer los escritores, antes de cualquier proyecto, hay un borrador.

En ese borrador, la idea inicial de Marcel Proust era otra. También había un narrador personaje, cierto, pero todo era distinto. “Había metido los preciosos sillones de mimbre bajo la galería acristalada, pues empezaban a caer gotas de lluvia y mis padres, después de haber luchado un segundo en las sillas de hierro, habían regresado para sentarse a cubierto”.

Esos párrafos, el francés los comenzó a trabajar entre 1907 y 1908. Con el tiempo daría origen a 75 folios que serían la semilla de su fundamental novela. Esos escritos permanecieron inéditos en idioma castellano hasta ahora, en que acaban de llegar a Chile a través de la edición de Lumen.

Tras la muerte de Marcel Proust, el 18 de noviembre de 1922, fue su hermano, Robert, quien heredó sus escritos inéditos. Entre ellos, se encontraban los volúmenes restantes de En busca del tiempo perdido que hasta entonces no se habían publicado. Gracias a él, llegaron a los escaparates La prisionera (1923), La fugitiva (1925) y El tiempo recobrado (1927), que completaron la saga de siete libros.

Pero en esos papeles también estaban los folios iniciales, los que le daban origen a la historia. Robert luego los pasó a su hija, Suzy Mante-Proust, y ella a su vez, en 1949 le pidió al editor Bernard de Fallois que clasificara el fondo. Tras su muerte, los 75 folios fueron descubiertos en su domicilio como un precioso tesoro. Fueron traspasados a la Biblioteca Nacional de Francia, en la sección Manuscritos, para su preservación.

A nivel editorial, fue la francesa editorial Gallimard (que ha publicado a los grandes de las letras de ese país, como Annie Ernaux, Patrick Modiano, Marguerite Duras, Albert Camus, Michel Houellebecq o Emmanuel Carrère) la que emprendió la tarea de publicar los 75 folios. Así lo hizo en una edición en francés en 2021.

En esa edición original, se hicieron unas correcciones para facilitar la lectura. “Dado que Proust escribía muy rápido, es lógico que omita alguna palabra o caiga en errores de continuidad entre las versiones sucesivas. Hemos efectuado, en consecuencia, los ajustes de detalle que se imponían cada vez que resultaban necesarios para la corrección sintáctica y la inteligibilidad de la frase”, señala la nota de edición de Gallimard y que también incluye la de Lumen.

En castellano, la traducción la realizó el escritor argentino Alan Pauls. Sobre ello se refirió en entrevista con Culto en 2021: “Es un texto complejo porque está lleno de borradores y manuscritos. Tiene un aparato critico importante. Esas 75 páginas son geniales”. Y añadió que tiene una especial relación con la obra del francés.

“Soy muy fan, leí En busca del tiempo perdido más o menos a los 30, me dediqué casi un año a leer solamente eso, fue una experiencia radical, transformadora. De todo lo que he leído en mi vida, me parece que el golpe de ese libro fue mayúsculo. Es un libro que inventa una manera de articular vida y literatura, vida y arte, que hace que cuando terminás de leerlo no solo tu relación con el arte cambia, también con la vida, el amor, la memoria, el tiempo. Soy una especie de devoto, cristiano. Antes traduje El remitente misterioso y otros relatos inéditos (Lumen, 2019) que fue otro conjunto de inéditos que se descubrieron, me estoy convirtiendo en el traductor de los inéditos póstumos de Proust, lo cual me parece un honor inmerecido, pero honor al fin”.

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