Egresado de Periodismo de la Universidad Andrés Bello, Fernando Guzzoni (1983) pronto tomó la cámara y empezó a trabajar en al audiovisual con el apetito propio de la juventud: poca experiencia y recursos limitados compensados con muchas ideas y un entusiasmo contagioso.

Guiado por esa ambición terminó haciendo su primer largometraje, un documental en torno a la poetisa Stella Díaz Varín (La Colorina, 2008, codirigida con Werner Giesen).

Pero antes de que concretara ese proyecto se internó en otro mundo: en el caso que sacudió al país a partir del año 2003, que comenzó con la detención del empresario Claudio Spiniak y abrió un proceso judicial por estupro, prostitución infantil y producción de material pornográfico.

“Cuando ocurrió yo estaba recién empezando con mi primer documental. Pero en ese tiempo me pareció un caso que removía los cimientos, cruzaba todos los estamentos, y eso era muy interpelador”, dice a Culto. Entonces comenzó una investigación en que estudió las diferentes aristas del escándalo que involucró a políticos, empresarios, a la iglesia y al Sename, y llegó a conversar con Manuel Villalobos, el juez que dictó sentencia en primera instancia.

En la opinión del director de Carne de perro (2012) y Jesús (2016), el caso “hablaba del hoyo negro, de la impunidad, de la asimetría de poder, del sesgo de clase que tiene la justicia”, apunta.

Esa obsesión de años con el tema se cristalizó en Blanquita, un largometraje que filmó entre agosto y octubre de 2021 en Santiago y el Cajón del Maipo, y que se verá entre el 31 de agosto y el 10 de septiembre en la próxima edición del Festival de Venecia, en la sección Orizzoni. Luego, en noviembre, llegará a salas de cine del país.

Aunque el realizador advierte que su película se toma “muchas licencias”, aclara que incorpora los elementos principales: una testigo clave que acusó a políticos con nombre y apellido (aquí llamada Blanquita, interpretada por la debutante Laura López), un cura ligado a su revelación (Alejandro Goic), un empresario al centro de la investigación (Nelson Polanco, quien encarna a “Pablo Kahn”), una política que acusa a un miembro de su misma coalición (Amparo Noguera), un político salpicado por el escándalo (Hernán Lacalle), dos profesionales del poder judicial (Daniela Ramírez, Marcelo Alonso).

La cinta parte acercándose al caso real desde la ficción y, por lo tanto, desde las convicciones y sospechas de Guzzoni. “Creo que va a causar bastante polémica, precisamente porque habla del estatuto de la verdad. Yo no confío en la verdad judicial como un elemento sine qua non. La película problematiza ese elemento: si esa verdad judicial era real o no, qué es lo que se estaba fraguando detrás, qué paso con los reversos de todos esos personajes que estuvieron ahí, incluidos el cura y Blanquita, que sería una especie de Gemita, la prensa, los políticos. Entonces, la película habla de la idea de la máscara, del doble, de cómo todos están en una puesta en escena, más que ser un relato que se ajusta a los vericuetos judiciales con tanta similitud”.

Protagonizada por una joven de 18 años que vive en un hogar de menores, la historia sigue el huracán que se desata cuando el cura que dirige el lugar expone una oscura trama que implica a niños, políticos y empresarios que participan en fiestas sexuales. En ese instante la muchacha cae en el ojo público y se convierte en una figura fundamental.

Ese personaje se inspira en Gema Bueno, la testigo clave del caso que luego se desdijo en una entrevista con La Tercera. La misma que fue procesada por falso testimonio, junto con José Luis Artiagoitía, el cura Jolo, como inductor. Su condena fue de tres años y un día de presidio, aunque posteriormente se les otorgó el beneficio alternativo de la libertad vigilada por cuatro años.

“Dentro de mi tesis, Gemita era una suerte de vocera de estos niños abusados que habían sido dejados afuera del caso”, sostiene. Con ello, se refiere a “todos esos niños abusados que a nadie le importan y que de pronto cuando deciden emprender un ejercicio de justicia se enfrentan a infinitas trabas”. Y agrega: “Nadie va a a hacer un estallido por los niños del Sename”.

“La película es cero maniquea, tendenciosa o instrumental”, indica sobre un filme que, en vez de ambientarse a comienzos de la década de los 2000, se instala en el 2020. Por lo tanto, resume, hay redes sociales, teléfonos inteligentes y marchas.

“No tiene juicios dicotómicos sobre ningún personaje, sino que más bien desnuda la complejidad de un caso, que es una gran parábola sobre una sociedad como la chilena, que está llena de fisuras y que a veces opera desde la desmemoria o desde verdades oficiales que son relativas”, señala.

Guzzoni afirma no tener temor ante las eventuales repercusiones de la cinta una vez que se muestre en el país. “Es un tema de absoluto dominio público y del cual se han escrito libros, investigaciones, tesis, que han establecido teorías, conjeturas, posiciones políticas. Tal vez los productos audiovisuales tienen más resonancia, pero no tengo miedo con respecto a eso”.

“No busca ni santificar ni satanizar a nadie, sino que ponerle más pelos a la sopa”, concluye.

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