Son parte de los hábitos que han ingresado desde el extranjero hasta volverse una costumbre de la que es imposible huir. Los llamados acuerdos de confidencialidad, los documentos que prohíben a los actores hablar públicamente de cualquier detalle de una producción hasta un determinado instante, cada vez son más frecuentes en la escena audiovisual de Latinoamérica.
Cecilia Roth (Buenos Aires, 1956) tiene varios vigentes en este momento, y se lo explica como parte del auge de las plataformas de streaming. “Los guiones tienen al agua tu nombre en cada página. Si tú pasas el PDF, ya se sabe de dónde ha venido y quién es el delincuente”, dice lanzando una risa.
Tras realizar la serie española El embarcadero (de Movistar y creada por el cerebro de La casa de papel, Álex Pina) y la película Crímenes de familia (Netflix), la reconocida intérprete argentina está comprometida en varios proyectos nuevos, ideas aún no anunciadas oficialmente por las compañías que las avalan de las que no puede hablar ni una palabra.
Es algo propio de una ola gigante que incluso supera la voluntad de figuras con su reputación y que obedece a “esta manera nueva que a mí no me gusta mucho de ver cine, aunque es así, la tecnología sigue, (pero) me gustaría que las pantallas de cine no murieran, obviamente”.
Roth participaría este sábado 30 en el cancelado encuentro Power Fest, a desarrollarse en Santiago y donde compartiría con la cantante Andrea Echeverri (Aterciopelados) y las actrices nacionales Patricia Rivadeneira, Gaby Hernández, Fernanda Urrejola, Belén Soto y María José Prieto. En ese contexto, se conectó a un Zoom con Culto.
-Hoy las superproducciones ocupan un espacio más grande que nunca en la pantalla grande y el cine independiente parece más bien relegado a las plataformas. ¿Cree que eso es momentáneo o se va a seguir acentuando?
Da igual lo que yo crea. Pero el cine independiente necesita ayudas oficiales. Es muy difícil hacer cine con muy poco dinero, y si las plataformas te lo compran, es por poco dinero. Todas las plataformas han adquirido un nivel de potencia, fuerza y poder increíble. El cine se ve primero en salas, pocas semanas, porque los tanques yanquis son enormes y vienen con pochoclo incluidos. Pero nuestras propias identidades que se ven en el cine no tienen pantallas, porque tienes poco dinero para hacer publicidad, porque la gente tiene la inercia de ver cine yanqui y, por lo menos en mi país, no hay una ayuda oficial para promover el cine nacional como hubo en otro momento. Es un mundo de mucha competencia, y supongo que hay que adaptarse a esa competencia. Pero, por otro lado, creo que se pierde muchísimo del cine de autor que a mí me gusta mucho.
-En ese escenario, ¿qué rol juegan las actrices y actores? ¿Hay posibilidades de torcer ese destino?
Lo contrario. No nos hacen caso. Nosotros, los que parecemos los glamorosos de la industria, los que vamos por la alfombra roja, los que se supone que ganamos muchísimo dinero, que somos todos millonarios, que no trabajamos, que ser actor no es trabajar, (en realidad) somos trabajadores muy exigidos, a veces muy mal pagos, con intermitencia en el trabajo. Los músicos pasan un tema en China y cobran aquí. En cambio, cuando pasan una cara nuestra en cualquier plataforma, no te lo pagan, solamente te lo paga la televisión de aire. Si todos los días sales en una plataforma en una película o serie que ven millones de personas en el mundo, no cobras un mango de eso. Cuando se vende la película a la plataforma, también.
-Queda entre los productores y la plataforma.
Sí, entre la gente con dinero queda todo siempre.
-A comienzos de la pandemia, Crímenes de familia fue una película muy vista en muchos continentes.
Absolutamente, fue un éxito total. Es muy raro eso. Trabajas en la película, tú y tus compañeros y compañeras están narrando una historia, las caras son las nuestras, y la plata la ganan otros señores. Es muy fuerte (se ríe). Hablando de dinero. Porque ya estas alturas de mi vida pienso muy parecido a cómo piensan los millennials: uno trabaja por dinero. He trabajado gratis muchísimas veces, cuando era más chica y ahora también, en cosas que me interesa que se reproduzcan. Pero eso era cuando no había nada de dinero. Un lugar en el mundo (1992), de Adolfo Aristarain, que fue un éxito mundial y ganó el Festival de San Sebastián, se hizo con US$ 400 mil, y no cobraba nadie, cada uno ponía el sueldo. Y después, si la película iba bien, cada uno iba a cobrar su dinero. Y así fue. Pero no siempre tiene final feliz esta historia. En Estados Unidos, en Hollywood, supongo que es distinto. Pero aquí en nuestros países los actores somos de cabotaje.
-En este contexto de explosión de películas y series para plataformas, ¿los guiones que recibe le parecen más o menos interesantes que hace 10 o 15 años?
En general es una manera de trabajo bastante distinta. Se escriben muchas veces los guiones, por ahí te llegan tres versiones distintas, que son la número 19, 20 y 21. Creo que hay mucha gente sobre un proyecto cuando es para plataformas, muchas más que en un equipo de cine. Hay nuevos trabajos, como el showrunner. Es una nueva manera. Algunas cosas te gustan más, otras te gustan menos.
-¿La pandemia gatilló un cambio en su perspectiva respecto a qué trabajos aceptar y cuánto trabajar?
No, en ese sentido no la cambió. Tenía muy claro desde muy chica que sólo iba a hacer lo me interesara que se viera. Tuve la fortuna de poder trabajar mucho, poder decir mucho sí, y también unos padres que me bancaban. Yo empecé muy chica, a los 16, 17 años, y ya a los 20 y pico tenía una clara idea de qué sí y qué no. No iba a hacer ninguna película que yo no vería como espectadora. Eso no quiere decir que no me iba a equivocar; por supuesto que me equivoqué mil veces. Pero lo tenía claro en principio.
“Por otro lado, al contrario de lo que puede parecer, que una pandemia te afloja, a mí me dieron muchas ganas de trabajar, muchas más de las que tenía, de enfocarme de otra manera. Mi madre murió en pandemia. Me di cuenta de que hay cosas prioritarias, importantísimas, fundamentales, y cosas que son menos importantes, a las que uno les da una cualidad de importancia en tu cabeza y en tu tiempo absurda. El tiempo es mío, yo elijo mis tiempos. En ese sentido, sí creo que cambió. Durante el aislamiento vivía con mis tiempos, y eso es maravilloso. Eso me quedó y estoy tratando de no perderlo, de escribir cuando quiero escribir, de leer cuando quiero leer”.
-¿No se ha vuelto más selectiva?
Con la gente, con los amigos. Las relaciones profundas se han profundizado más y algunas que estaban ahí, en la inercia del vínculo, se terminaron, algunas mochilas que uno lleva sin darse cuenta que las lleva. Pero no es que me haya vuelto más exigente. Es que no tengo ganas de perder el tiempo, de darme permiso de perder el tiempo. Porque no soy una pendeja y porque dos años (de pandemia) fueron mucho. Así lo decidí. Quiero estar y hacer las cosas que me dan placer y que me ayudan a aprender, y que son desafíos, que implican una modificación en algo de tu vida. Eso quiero hacer y lo estoy haciendo.
-El movimiento feminista ha crecido mucho en los últimos años. ¿Cuál diría que es su siguiente gran reto, en específico en la esfera audiovisual y actoral?
Creo que estamos peleándolo desde un lugar muy interesante, colectivamente, las mujeres del mundo y con muchos hombres también. Yo creo en un feminismo incluyente, absolutamente. Creo que los hombres tienen que ser feministas, porque si no, la tenemos jodida. Si hay una lucha entre hombres y mujeres, no es el tema, sino que tener los mismos derechos, las mismas posibilidades que tiene un hombre. Vivimos en una sociedad patriarcal desde hace muchos, muchos siglos. Nosotras también hemos sido por ahí madres machistas. Uno no nace feminista, te vas formando, vas entendiendo qué situaciones has vivido que un hombre no ha vivido. Acoso, maltrato o cobrar mucho menos que tus compañeros o no poder hacer determinados trabajos, porque eres mujer. A mí me gustaría que ya no haga falta hablar de la cuota de mujeres que tiene que haber en un trabajo, sino que sea natural, y por eso quiero luchar.
Desempolva un episodio que contrasta con el presente: “Hace muchos años fui a Chile a participar de una especie de encuentro, donde las mujeres tomaban el té mientras yo contestaba preguntas. Ha cambiado, por suerte para todes. Y lo digo en lenguaje inclusivo para joder un poco”.
La ceremonia del Cervantes
El pasado viernes 22 de abril, la actriz de Todo sobre mi madre ingresó a un espacio casi siempre ajeno para una figura de su campo. En representación de la escritora Cristina Peri Rossi, Roth aceptó el Premio Cervantes en una ceremonia realizada en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid.
“La verdad es que fue un momento muy lindo de vivir. Es muy difícil que te inviten al Premio Cervantes. Como actriz, primero, no lo iba a recibir nunca, a no ser que me casara con un o con una escritora, o que lo ganara”, cuenta entre risas.
Para sorpresa de los asistentes, encabezados por el rey Felipe VI y la reina Letizia y el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no había una amistad que la uniera con la autora uruguaya. “Mi representante español me dijo: ‘Supongo que eres amiga de Cristina Peri Rossi’. Pero no la conozco de nada. ‘Ah, qué raro, porque me llamaron para ver si tú podías recibir por ella el Premio Cervantes y decir su discurso’. Me dio mucha alegría”.
“La he leído, siendo yo más joven, aunque hace tiempo no la tenía en mi mesa de noche. Cristina me parece una mujer de una fortaleza y una militancia constante. Vive en Barcelona, pero no podía ir físicamente a recibir el premio”, detalla.
La invitación demandaba que reprodujera el discurso de agradecimiento de la escritora nacida en Montevideo en 1941 y exiliada en España. Lo practicó incansablemente hasta que consiguió encontrar un tono neutro y ajeno a la interpretación inherente de su oficio. Pero también se quebró.
“Se lo leí a mi padre en Madrid. En un momento, como nunca me había pasado, me puse a llorar. Después de expresar cosas tremendas sobre la vida y la humanidad, dice: ‘Pero cuando escucho el aria de Sansón y Dalila, Mon coeur s’ouvre à ta voix, cantada por Jessye Norman, o Je suis malade por Lara Fabián, o Algo contigo por Susana Rinaldi, recupero una parte de la fe en el bien’. Me emocionó muchísimo que la música fuera lo que realmente te alivia y te salva y lo que nos hace a todos muy parecidos. Le dije a mi padre: ‘¿Qué hago si lloro?’. ‘Te llevas un pañuelito en el bolsillo, paras, te secas y sigues hablando. ¿Qué vas a hacer?’. No lloré pero se me secó la voz”.