Una confesión: “Siempre me he sentido muy solo”. Una seria sospecha: “Creo que todos tenemos el corazón roto”. Un par de preguntas existenciales: “¿Por qué demonios estamos aquí? ¿Qué hay más allá?”.
Esas citas no corresponden a los ejes que estructuran a un nuevo personaje ficticio, sino que son las definiciones y cuestionamientos de uno de los actores más populares del mundo. La escritora estadounidense Ottessa Moshfeg extrajo esas palabras de Brad Pitt en una charla que mantuvieron en la casa del intérprete, en Craftsman, Hollywood Hills, para la edición julio/agosto de la revista masculina GQ.
De todas las declaraciones e interrogantes que surgieron en la entrevista, hubo otra expresión que provocó más revuelo mediático. “De un tiempo a esta parte, me veo ya en mi última etapa”, apuntó con franqueza el protagonista de Bastardos sin gloria (2009). “¿Como va a ser esta nueva fase? ¿Cómo voy a planteármela?”.
Con la velocidad propia de una fatalidad, a través de portales de noticias y redes sociales se propagó la información de un eventual retiro de la estrella de 58 años. ¿Realmente estaba insinuando que estaba ante el epílogo de su carrera? Aunque a primera vista su mensaje era alarmante, en rigor no expresaba una real voluntad de despedirse de Hollywood.
“Solo estaba diciendo que pasé la mediana edad y que quiero ser específico sobre cómo aprovechó esas últimas cosas, sin importar lo que sean”, corrigió hace unos días en medio de un evento promocional.
Esa no es la primera vez que Pitt desliza que dirá adiós a su profesión: en 2011 le aseguró al programa australiano 60 Minutes que se jubilaría en tres años más, al cumplir 50, supuestamente para enfocarse a la producción de largometrajes y al cuidado de su numerosa familia con Angelina Jolie (de quién inició los trámites de divorcio en 2016).
Posteriormente, mientras hacía prensa para el estreno de Había una vez… en Hollywood (2019), que le terminó dando el Oscar a Mejor actor de reparto, preocupó a sus seguidores indicando que la industria era un “juego de hombres jóvenes”. En ambas oportunidades se vio forzado a poner paños fríos y a aclarar que no estaba entre sus ideas finalizar abruptamente su estadía en la gran pantalla, donde debutó en 1991 en Thelma y Louise. No al menos en el corto plazo.
El intérprete se podrá desdecir una y otra vez, pero es difícil borrar las señales que emite con cada vez mayor frecuencia: quien fuera una de las figuras jóvenes más idolatradas en los 90 –y la mitad de la relación más célebre del orbe durante más de una década– no se ve a sí mismo actuando toda una vida, a la usanza de Robert De Niro, Al Pacino o Anthony Hopkins. Más bien, su curva podría cerrarse antes de convertirse en una estrella septuagenaria u octogenaria. Uno de los mayores astros de la industria se niega a envejecer ante los ojos del mundo.
Si así lo decidiera, hay suficiente trabajo en la compañía que lidera desde hace 21 años, Plan B, que ha producido varias cintas de gran impacto, incluyendo tres filmes ganadores del Oscar a Mejor película: Los infiltrados (2006), de Martin Scorsese; 12 Años de esclavitud (2013), de Steve McQueen, y Luz de luna (Moonlight, 2016), de Barry Jenkins.
Además, sus áreas de interés se expanden a la arquitectura, el paisajismo y la escultura, y se define a sí mismo como “una de esas criaturas que habla a través del arte” que necesita “estar siempre haciendo cosas. Si no, hay algo en mí que se muere”, como también dijo a la revista GQ este año.
Reconociendo que Pitt se comunica a través de su arte –mediante cada una de sus interpretaciones, o al menos en aquellas en las que deja algún tipo de rúbrica–, Tren bala puede proporcionar algunas pistas sobre su pasado, presente y futuro.
La recién estrenada comedia de acción, su primer protagónico desde Ad Astra: Hacia las estrellas (2019), lo une con el realizador David Leitch, hoy director de cine pero antes su doble de riesgo en títulos como El club de la pelea (1999), Troya (2004) y Sr. y Sra. Smith (2005). Dicha alianza ratifica su persistencia en ponerse a las órdenes de cercanos o viejos conocidos, como practicó en 2019 en su segunda colaboración con Quentin Tarantino o en sus múltiples reuniones con David Fincher.
El diseño de su papel también se compone de un elemento que excede la pantalla: Ladybug, un tipo de anteojos gruesos y sombrero tan llamativo como su nombre, es un asesino con larga experiencia que está hastiado de la violencia. Aunque se empeña en completar la misión que se le asignó –recuperar un maletín a bordo de un tren de alta velocidad en Japón–, cada nueva refriega lo convence más de que su tiempo ejecutando robos y tareas al límite es cosa del pasado.
Basta ver sus primeros minutos para concluir que la película no pretende entregar ningún apunte muy elaborado sobre el origen de la violencia ni sobre la estupidez humana. Es diversión a la vena que empuja al espectador a suspender los códigos de lo plausible y a abrazar su delirante lógica durante dos horas, flanqueando a su personaje principal con un elenco en forma (Joey King, Aaron Taylor-Johnson, Brian Tyree Henry, Bad Bunny, Sandra Bullock).
Pero, incluso con lo arrebatado de la historia, es posible advertir el goce del actor por estar dando vida a un rol rebosante de carisma, que le permite jugar con su imagen pública: el Brad Pitt que no descarta abandonar su profesión pero que por ahora continúa activo. Mientras siga arriba de la ola (o del tren, para ser rigurosos), Ladybug se entrega a su labor, sin perder ocasión de lanzar comentarios que develan cierto desencanto.
No dista demasiado de la perspectiva reciente de Pitt, un intérprete que para perpetuar su hegemonía decidió abrirse en vez de recluirse en su castillo de fama. “Todos cargamos dolor, pena y pérdida. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo escondiéndolo, pero está ahí, está en ti”, planteó al periódico The New York Times hace tres años.
Frente a las turbulencias
Como actor, la siguiente película de Brad Pitt será Babylon, una ambiciosa cinta que Damien Chazelle (La la land) ambienta en Hollywood en los años 20 y que lo tiene en el centro junto a Margot Robbie. Por el peso de los involucrados y el perfil de su trama, cuesta imaginar que si llega a ser medianamente contundente no aterrice en la próxima edición de los Oscar. Buena parte del misterio se despejará cuando llegue a los cines, en diciembre.
Como productor, en cambio, su despliegue es más variado y prolífico. El próximo mes se lanzará en Netflix Blonde, el filme sobre Marilyn Monroe que dirige su amigo Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford), y en noviembre aparecerá She said, el largometraje que recrea las experiencias de las dos periodistas de The New York Times que escribieron el primer reportaje que relató los abusos sexuales que cometió Harvey Weinstein.
Gran parte de Hollywood tuvo en algún momento cercanía con el realizador condenado a 23 años de prisión, pero su caso es más particular. Según el propio testimonio de la actriz, Gwyneth Paltrow fue acosada sexualmente por Weinstein en un hotel en 1995, un episodio que le contó a Pitt, su novio en esa época. “Si alguna vez vuelves a hacerla sentir incómoda, te mato”, le habría dicho el intérprete semanas después en un evento.
“Él aprovechó su poder y fama para protegerme, cuando yo no era nadie, y asustó a Harvey”, señala Paltrow en Hollywood ending: Harvey Weinstein and the culture of silence, el acucioso libro del periodista Ken Auletta que acaba de salir al mercado en inglés.
Sin embargo, ese antecedente no impidió que el actor encabezara otras dos películas que contaban con participación del productor, Bastardos sin gloria y Mátalos suavemente (2012). Para lamento de Angelina Jolie, que sufrió una situación similar a manos de Weinstein en los 90, su marido siguió trabajando con uno de los hombres más poderosos de la escena estadounidense.
“Me ofrecieron hacer El aviador, pero dije que no porque él estaba involucrado. Nunca más me asocié ni trabajé con él. Fue difícil para mí cuando Brad lo hizo”, contó la actriz en The Guardian a fines del año pasado. En el marco de una reveladora entrevista, la intérprete también se refirió a su divorcio de Pitt y a la amarga disputa que mantienen por la custodia de sus seis hijos. No obstante, fue cauta respecto a la denuncia de violencia doméstica que realizó en contra de su exmarido (afirma que agredió a su hijo Maddox mientras estaban en un avión privado en 2016) y que detonó el quiebre.
El protagonista de Siete pecados capitales, por su parte, en junio pasado inició su propia ofensiva, acusando que Jolie lo quiso perjudicar a propósito cuando ella vendió a un extraño su parte de los viñedos que tenían en conjunto en el pueblo de Correns, al sur de Francia. La misma propiedad en la que se casaron en 2014 y en la que compartieron varias estadías en familia.
Astutamente, Pitt y su equipo han sabido desviar la atención cada vez que podría haber sido consultado por los temas más álgidos que lo rodean. Ya sea en sus entrevistas más extensas o en las instancias públicas ligadas a su último filme, se ha escabullido con el ingenio propio de un actor que acumula casi tres décadas en la cúspide de Hollywood. Es parte del arsenal de talentos que también explican su hasta ahora ininterrumpido éxito.