“El dualismo que anima las páginas de Doña Bárbara y viene persistiendo desde el Facundo, de Sarmiento, vuelve a surgir en las atrevidas escenas de Zurzulita. Lo europeo y lo indígena, lo criollo, agazapado e impenetrable, y lo renovador, que lleva el soporte de una cultura transportadora a los suelos americanos. Mateo Elorduy acaba de sucumbir, vencido por el ambiente, derrotado en sus ilusiones de poeta por los caciques y los astutos habitantes de las serranías costeñas de Chile”.
Santiago, octubre de 1948. Con estas palabras, el escritor y crítico literario Ricardo A. Latcham describía Zurzulita (1920), la primera novela de Mariano Latorre, profesor, ex director del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y autor oriundo de Cobquecura reivindicado como el padre del criollismo chileno. Ambientada en la aldea de Huerta de Maule, narra la historia del joven Elorduy que, tras quedar huérfano de padre, decide dejar su vida citadina para comenzar desde cero en un fundo que heredó gracias a una deuda que había de cobrar su progenitor. Esto, a pesar de que está consciente de no poseer la fuerza vital suficiente como para enfrentarse a las vicisitudes de la vida en el campo.
Entre un triángulo amoroso, una verdadera guerra de egos con el capataz de las tierras y una naturaleza misteriosa e imponente que parece determinar el destino de sus protagonistas, Zurzulita es el símbolo de un proyecto literario que buscaba representar al Chile de la primera mitad del siglo XX que surgía al calor de las clases medias emergentes. El criollismo, por definición, estaba ocupado de indagar aquellos elementos que, en su conjunto, expresaban la verdadera identidad nacional, la que muchas veces se encontraba apartada de la urbanidad. En palabras de Latorre, se trataba de “la lucha del hombre de la tierra, del mar y de la selva por crear civilización en territorios salvajes, lejos de las ciudades”.
En un tiempo donde el mundo campesino y las clases populares estaba lejos de ser representado, plumas como la de Latorre llegaron a dar un espacio en la literatura a figuras tan fundamentales como relegadas: el huaso, el roto y tantos otros que proliferaban lejos de las ciudades y las virtudes de la modernidad. Desde su publicación hace 102 años, Zurzulita ha sido objeto de múltiples lecturas que refrescan su significado, entre ellas, una profunda huella que se condice con las corrientes ecologistas tan presentes en nuestros días.
Y aunque hoy es considerada como una pieza fundamental de la literatura nacional, su reconocimiento tardó bastante en materializarse. Entre las causas, estaba la incipiente proliferación de los autores del boom. Sin embargo, una parte importante tuvo que ver con la feroz crítica literaria ejercida por Alone, que, entre rumores, emplazamientos públicos y diferencias irreconciliables, embarcó al criollista y al columnista de El Mercurio en una verdadera guerrilla literaria.
Alone vs. Latorre, un ring intelectual
Su verdadero nombre era Hernán Díaz Arrieta, un joven oriundo de la comuna de Buin que incursionó fugazmente en la odontología y que ejerció por más de dos décadas como funcionario del Ministerio de Justicia. Antes de convertirse en la voz crítica más importante de la literatura nacional que terminaría influyendo en el éxito o fracaso de múltiples obras y autores, Díaz tuvo múltiples identidades: Alba Serena, Otro, Ariel, Azrael, Raro, Uno, Nadie, Par, entre muchas más.
Pero la consagración llegó de la mano de Alone, el pseudónimo que adoptó a partir de 1913 y que se transformó en su alter ego definitivo. Católico, de alma cosmopolita y autodeclarado como un derechista anticomunista, Alone contribuyó a dar visibilidad a autores como María Luisa Bombal, Gabriela Mistral e incluso de Pablo Neruda.
Su opinión sobre una obra podía ser una verdadera bendición, pero también una maldición. Y el trabajo de Latorre, especialmente Zurzulita, estuvo lejos de ser merecedor de la aprobación del crítico.
Hugo Bello, Doctor en Literatura y colaborador de la nueva edición de Zurzulita, explica así la enemistad entre ambos literatos: “Alone, el crítico oficial en ese momento de El Mercurio, no le perdonaba nada a Latorre. Básicamente porque representaba una prolongación del realismo europeo, y particularmente del naturalismo, en momentos en que este último ya estaba claramente muy rezagado en Europa por la aparición del expresionismo y de las vanguardias”.
“A Alone, Latorre se le aparecía como una especie de fantasma, porque, en el fondo, él estaba esperando un Proust chileno, y no había ningún indicio de eso. Latorre extendía, más bien, el predominio del paisaje, del espacio, de lo físico y particularmente de cierto determinismo físico por sobre la psiquis”, complementa Bello, asegurando que gran parte del rechazo hacia Zurzulita provenía, justamente, de la opinión particular del crítico.
En uno de sus ensayos publicados en el blog Crónicas Literarias, el escritor y columnista Jorge Arturo Flores entrega algunas luces sobre las características de este pleito literario, el que distingue de otros encontrones emblemáticos de las letras nacionales: “El análisis literario propiamente tal o el debate en ese miraje perdieron su consistencia y pasó, con liviandad ciertamente manifiesta, al encono personal. Alone, por ejemplo, no le dio la pasada a Latorre para su incorporación a la Academia Chilena de la Lengua, aduciendo razones de índole particular antes que literaria. Latorre por su parte hizo correr ciertos versos clandestinos donde se abría a los gustos sexuales de Alone –tras su muerte, se hizo pública su homosexualidad–. No fue, claro está, una rencilla al estilo de las que tuvieron Neruda, de Rockha y Huidobro. Acá fue más soterrada, sin salir al viento. Hubo mucho corrillo, chismes y tertulias picarescas”.
En efecto, el tono de las críticas de Alone no dejaba espacio para segundas interpretaciones. En una ocasión, el escritor de El Mercurio expresó: “Tanto la difícil pesadez del estilo como el recargo desequilibrado de las descripciones y la falta de penetración y justeza en las observaciones sicológicas resultarían imperdonables, si no las agravara un vicio intelectual, el peor de todos: la falta de sencillez y de buen gusto para elegir las palabras”.
Sobre Latorre como autor, sus palabras no eran menos severas: “Mariano Latorre no sabe nada de esto. Cree que la palabra es un simple signo algebraico y, con tal que signifique tal cosa, puede empleársela indiferentemente para significar tal cosa. Más aun, Mariano Latorre siente una secreta predilección por la palabra mala, la palabra cursi, sabia y desagradable”.
Tampoco pretendía ocultar su disgusto por las temáticas del criollista y comparándolas con las características que veía en él: “El campo es monótono, él es monótono; el campo es simple y pesado, él es pesado y simple; los campesinos hablan y piensan tonterías bajas, vulgares, pequeñas; él se encierra en un círculo asfixiante de estupideces capaces de matar a cualquiera”.
Eso sí, la reacción de Latorre estuvo lejos de la pasividad. En su libro Memorias y otras confidencias, el padre del criollismo también dedica un par de líneas a su enemigo público, aunque con bastante más sutileza que la expresada por Alone. En sus primeras páginas, al recordar al periodista Carlos Silva, al que señala como el “único periodista de genio que ha producido Chile”, menciona por primera vez el nombre de su adversario.
Al referirse a la prensa escrita de la época, Latorre describe el ambiente de los diarios de Santiago como uno “no agradable en lo absoluto. Creación mínima, astucias de zorro disfrazado de tigre, crítica de lo bueno y de lo malo. En el fondo, absoluta mediocridad”. Silva fue el autor del prólogo de la primera edición de Zurzulita. Según cuenta el escritor, el periodista le comentó que Alone, apenas lo vio en los pasillos del diario, le dijo tajantemente: “A mí no me gusta Zurzulita”.
Su opinión sobre el crítico aparece más clara unas páginas más adelante: “Alone, a quien su seudónimo le formó una falsa personalidad pudo ser el legítimo sucesor de Omer Emeth -sacerdote francés que ejerció como crítico literario en la época- (…) Alone se inclinó hacia un europeizamiento espiritual, algo despectivo, aristocratizante, volviendo las espaldas a la nueva literatura que nacía en un país sin literatura (…) Es Alone un fino escritor que cuenta con desgaire elegante las novedades del existencialismo, cosa que todos sabemos, o nos advierte con cierta solemnidad que un joven escritor ha publicado un libro muy sutil, muy moderno, cosa que poco nos interesa”.
En este punto, Bello reconoce que las diferencias entre ambos también adquirieron tintes políticos y de personalidad. Mientras Alone era un personaje público que operaba bajo la lógica de los “lotes” y caudillos, Latorre era alguien mucho más reservado y de bajo perfil que no tenía una vida pública más allá de la academia.
“De alguna manera, esta novela contiene las expectativas de esa clase media que todavía está frustrada porque no logra llegar al poder. Los comerciantes, los emprendedores, esas clases medias de pequeña burguesía que se han venido armando a partir de la migración y que no han logrado, todavía, llegar al poder para encabezar un proceso de transformación. Alone, en ese sentido, es mucho más reaccionario, conservador. Mucho más distante de un proyecto de ese tipo. Ahí creo que hay una distancia política muy fuerte entre Alone y Latorre”, explica Bello.
“Alone es anti provinciano, porque es un santiaguino, es súper cosmopolita, y le cargan por lo tanto los provincianos... Desde el punto de vista de los valores morales, Alone ve a Latorre como el provinciano. Es el tipo santiaguino que mira en menos al gallo que viene de la provincia”, complementa el académico.
A pesar de que la historia consagra a Alone como el “ganador” de esta guerrilla de las letras, Ignacio Álvarez, Doctor en Literatura y autor del artículo Una arcadia intransitiva: nuevas vueltas en torno al espacio natural en Zurzulita (1920) de Mariano Latorre, considera que, en la práctica, la novela de Latorre no sufrió consecuencias demasiado graves.
“Alone tenía mucho más contacto con el mundo de la élite. Pero yo creo que no terminó de hundirlo en la medida en que, como te decía, todos los textos del criollismo, y Zurzulita en particular, fue un texto que se leyó extensamente en los currículums de los colegios y las universidades”, concluye.
Latorre, una figura siempre en disputa
A pesar de la lentitud en la recepción de Zurzulita –debieron pasar 23 años para que se materializara su segunda edición–, tanto Álvarez como Bello son claros al señalar la importancia de Latorre en la literatura nacional. Una influencia implícita, pero presente en la obra de múltiples autores chilenos y del continente.
Sobre este último punto, Bello explica: “El criollismo, en 1920, estaba extendiéndose recién en el resto de América Latina. Si pensamos en las grandes novelas de la naturaleza o del espacio como, por ejemplo, Doña Bárbara o Don Segundo Sombra, todas son 10 años o un poco más después de Zurzulita. Quizás la única que le precede es Los de abajo, de Mariano Azuela, que es una novela que se escribe por el 1915 al calor de la revolución mexicana y que, de alguna manera, sintetiza grandes líneas del naturalismo o de lo que van a llamar algunos el novomundismo. La idea de un mundo nuevo representado en la literatura como la peculiaridad de lo latinoamericano”.
Para el académico, se trata nada menos que de la mejor novela del criollismo, al menos durante la época. Sin embargo, es un texto que no genera una influencia explícita, como sí lo fue, por ejemplo, Poemas y antipoemas de Nicanor Parra.
“Lo que pasa es que tiene un valor en sí misma porque es un proyecto que llega a su máxima expresión. Y tempranamente además, porque Latorre había escrito solamente cuentos antes de eso. Y no es una novela que produzca una marca muy profunda en la literatura chilena. Tiene un valor en sí misma, pero no deja una huella. Por ejemplo, la misma novela posterior, Gran señor y rajadiablos de Eduardo Barrios, que es una muy buena novela, también está llena de significados en torno a una oligarquía que estaba muriendo. Una novela muy funeraria, en el sentido de que es un homenaje al terrateniente que ya está en la modernidad decrépito. Sobre todo, el modo productivo del terrateniente, que era algo ya desprestigiado, totalmente inútil y casi medieval”, expresa.
En palabras de Bello, ambas representan “un homenaje, un canto de cisne a un sistema súper anti moderno. Desde el punto de vista literario, son novelas muy bien escritas pero que homenajean a un mundo que, de alguna manera, está en declive”.
Bajo la visión de Álvarez, Latorre constituye una de las figuras fundamentales de la literatura chilena, a pesar de que siempre se mantuvo en disputa. “Influyó en un modo de entender la crítica. Ricardo A. Latcham es una persona que obviamente está influida por Latorre. Influyó también en la producción literaria de gente como Manuel Rojas, de alguna forma... Y es bonito eso, porque no es que Rojas sea su seguidor, pero se da cuenta de que hay algunas intuiciones que tiene Latorre que a él le importan, en los cuentos, sobre todo”, explica el académico.
“Luego lo abandona, por supuesto. Pero diría yo que, en esa tradición de la novela social, obviamente hay algo de Latorre. También le disputaron algunas de sus lecturas, y cuando se las disputan igualmente le reconocen autoridad. Algunos autores que hacen un esbozo de novela indigenista en Chile como Lautaro Yankas, por ejemplo. Que le disputan, un poco, qué es lo que él cree que es el campo. Pero, en el fondo, están pensando el mismo espacio, que es el campo”, complementa Álvarez.
Pablo Neruda, Manuel Rojas e incluso José Donoso (que no era demasiado simpatizante del criollismo), son algunos de los grandes autores que, de una u otra forma, fueron influenciados por la literatura de Latorre. Sobre Donoso, Bello señala que “aunque se podría decir que es anti criollista, absorbió el criollismo como los pájaros. Lo regurgitó, lo amasó, lo movió, lo desmenuzó, lo absorbió y lo devolvió transformado en Casa de campo, El lugar sin límites, etc. Quizás la influencia de Latorre no sea tan directa ni obvia, pero es muy importante para una literatura como, por ejemplo, la de José Donoso. Ahí te haces una idea más exacta de lo que es una tradición”.
¿Por qué volver a Zurzulita?
Teniendo en cuenta las temáticas que Latorre vuelca en su novela, su valor como consignación de un momento histórico adquiere mucha más relevancia. “El sociólogo Pedro Morandé plantea en su ensayo Ritual y lenguaje, la idea de que la hacienda es la ‘polis chilena’, es decir, el lugar donde se dio una forma de sociabilidad que marcó la identidad de Chile. ¿Cuál es el lugar donde se escenifican las grandes novelas de la tierra de Chile? Bueno, la hacienda”, señala Bello.
“Gran señor y rajadiablos y Zurzulita. Ahí está la hacienda, ese lugar de la sociabilidad. Ahí están las comidas, el poder, la sexualidad, la represión, el castigo, la pugna entre un ateo laico como Latorre y las ideas de la iglesia católica. Es decir, Latorre ve en la hacienda el origen de lo malvado y lo peor que hay en Chile. El poder, el abuso, la corrupción... No es casualidad que un ensayista sociólogo como Morandé vea en la hacienda el origen de la sociabilidad chilena. Eso está muy bien retratado en las novelas criollistas, por ejemplo, y particularmente en Zurzulita como en ninguna”, expresa el académico.
Pero la relación entre el ser humano y la naturaleza representa, sin dudas, uno de los elementos más contingentes del libro. “En la novela de Latorre hay una valoración que finalmente tiene una cosa muy modernista, que es la potencia de la naturaleza pura... Es una novela que, si lo pensamos, tiene cierto sesgo ecologista porque ve el orden natural como uno perfecto y el orden humano ético como uno imperfecto y perverso”, acota Bello.
“Esa síntesis es extraordinariamente romántica. Por eso las ideologías contemporáneas y, por ejemplo, cierto veganismo actual, resultan muy románticas, porque es ver en la naturaleza lo perfecto, lo atenuado, lo deseable, lo incorruptible, muy propio del anarquismo europeo, y en el ser humano lo corrupto, lo perverso, lo maleable, lo oscuro, lo siniestro... Eso está muy fuerte en Zurzulita y muestra que, finalmente, en Latorre, hay un espíritu romántico muy poderoso”, condensa el literato.
Para Álvarez, esa reflexión en torno a lo natural es uno de los puntos más importantes a la hora de volver a la novela. “Los criollistas estaban preocupados de qué cosas hacían los seres humanos con el campo, qué tipo de vida se creaba al rededor del trabajo agrícola. Pero sin quererlo explícitamente, Latorre también reflexiona sobre qué relación hay entre los seres humanos y la naturaleza”, afirma.
“Hay, a mi juicio, una intuición súper importante, y es que a despecho o en contra de incluso lo que va a pensar después la vanguardia, Latorre intuye que hay algo que excede a los seres humanos y que está en la naturaleza. Eso se conecta fuertemente con reflexiones contemporáneas sobre la eco crítica, sobre el post humanismo... Incluso, uno podría decir que en Latorre se encuentra una reflexión acerca del antropoceno, acerca del período de la historia donde los hombres son el centro, y que está terminando mal, justamente en la destrucción del medio ambiente”, concluye el académico.