Poca gente lo sabe, pero Charles Bukowski no nació en Estados Unidos, sino que en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920. Pero a los 3 años partió junto a su familia al otro lado del globo, a vivir a Baltimore. Luego, el clan se mudaría a la zona South Central de Los Ángeles, California. Esa ciudad lo marcaría.
Heredero de la tradición narrativa de la costa oeste, con John Fante, Raymond Chandler o Dashiell Hammett, Bukowski comenzó a desplegar un proyecto literario anclado en el llamado “realismo sucio”. Borrachos, delincuentes, prostitutas, perdedores, buscavidas y gente con trabajos mal pagados aparecían en sus páginas. Todos como una especie de héroes de la clase trabajadora, pero lejos de una épica que los redimiera.
En 1969, la vida de Bukowski cambió. La casa editora Black Sparrow Press -en tiempos que el escritor ya rozaba la cincuentena- le ofreció un contrato de publicación. Ahí nació la leyenda.
“Hank” o “Henry Chinaski” fueron los alter ego con que reflejó su vida en novelas inolvidables como Cartero (1971), Factótum (1975) o Mujeres (1978), amén de una escritura siempre provocadora y que no deja a nadie indiferente.
En 1978, Bukowski fue traducido al castellano por la catalana editorial Anagrama con el volumen de cuentos Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. La editorial de Jorge Herralde comenzó a jugársela por publicar una serie de autores anglófonos hasta entonces desconocidos y que eran una especie de escritores malditos.
En nuestro idioma, las traducciones corrieron por cuenta del fallecido Jorge Berlanga y la dupla compuesta por J.M. Álvarez y Ángela Pérez. Parte de las últimas publicaciones de Bukowski de Anagrama (Fragmento de un cuaderno manchado de vino, 2016, o Las campanas no doblan por nadie, 2019) han tenido la traducción del español Eduardo Iriarte, quien además ha traducido sus poemas, para las casas Visor y La Poesía señor Hidalgo.
Contactado por Culto, Iriarte se explaya sobre la escritura de Bukowski: “Es un maestro de la naturalidad. Su fuerte, como él mismo dice, es la frase directa, sin adornos ni aspavientos. Tanto en prosa como en poesía, va preparando el terreno para conseguir asestar ese golpe que descoloca al lector y lo aturde porque no por esperado resulta menos certero. Su virtud estilística sería, remitiéndonos al título de una de sus colecciones de poemas, saber ‘escrutar la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta’”.
-¿Qué es lo más complejo de traducir a Bukowski?
-Yo diría que la complejidad estriba precisamente en esa aparente sencillez que lo caracteriza. El traductor se ve en la situación paradójica de tener que trabajar la espontaneidad, es decir, tiene que elaborar el texto traducido de manera que parezca totalmente natural, revisarlo una y otra vez de modo que cause la misma sensación que si estuviera escrito a vuelapluma. Por otro lado, Bukowski se revolvería en su tumba si viera que un traductor recurre a términos demasiado rebuscados o exquisitos para verter a otro idioma lo que él dijo con las palabras más sobrias y acertadas.
- Has traducido tanto poesía como narrativa de él. ¿Qué destacas uno de otro?
-Lo cierto es que, a diferencia de lo que ocurre con otros autores, en el caso de Bukowski no hay una diferencia tan marcada entre la una y la otra. Su poesía es más escueta, claro, más descarnada, pero también tiene un marcado ritmo narrativo. Cada uno de sus poemas bien podría ser un relato breve reducido a su mínima expresión. Él mismo bromeaba diciendo que su poesía era simplemente prosa que no llegaba al final de la página. Yo no iría tan lejos, pero sin duda sus poemas presentan un tono tan franco y coloquial como su obra en prosa.
“A título personal, no obstante, creo que la inmediatez y la fuerza de sus poemas no tienen parangón, pese a que ha tenido legiones de imitadores en distintos idiomas”, agrega Iriarte.
- ¿Por qué crees que es un autor que ha trascendido?
-En mi opinión, el logro de Bukowski fue sacar la novela y la poesía del ámbito académico y llevarlas a la calle, insuflarles una autenticidad que, en aquel momento, habría sido impensable desde el ámbito universitario. Decidió desde muy temprano escribir para el hombre de a pie sin hacer concesiones a lo que en su época pudiera considerarse correcto o comercial. Otros ya lo estaban haciendo, como los beats o su admirado John Fante, pero fue Bukowski quien -quizá de manera impremeditada- consiguió establecer una sintonía más profunda con los cambios que se estaban dando a nivel social en los años sesenta y setenta.
- ¿Cuál o cuáles son tus libros favoritos de él?
Leí sus novelas en adolescencia y las recuerdo aún con cariño, pero si tuviera que elegir un título concreto sería Ruiseñor, deséame suerte, por un motivo que confieso personal. Fue la primera obra que vertí al castellano cuando aún no era más que un aspirante a traductor literario. Aquella primera versión se quedó en un cajón y tendrían que pasar casi veinte años y un buen número de revisiones hasta que por fin se publicó en la editorial Visor de Madrid.
“Aun así, no puedo por menos de recomendar el último libro del autor publicado en español, Sol, aquí estoy, una interesantísima colección de entrevistas editada con excelente gusto por la editorial Hojas de Hierba”, agrega.