Todo estuvo a punto de fracasar. Un grupo de operarios de la Compañía de Electricidad intentó sacar una antena que se ubicaba en el techo de la añosa Casa Central de la Universidad de Chile, ahí en plena Alameda. Los funcionaros pensaban que era un cable de alta tensión que se había desprendido de sus soportes. Pero no sabían que si lo quitaban, todo se iría al tacho.
La mañana del 19 de agosto de 1922 estaba muy fría, el día anterior había nevado en Santiago. Pero en los corazones de Enrique Sazié y Arturo Salazar anidaba el ardor mientras realizaban los preparativos para su obra maestra. Ese día, horas más tarde, Chile conoció por primera vez una transmisión radial sin usar cables.
El hecho forma parte de los relatos del libro 100 años de la radio en Chile, editado recientemente por LOM Ediciones y presentado junto a la Universidad de Chile en su Casa Central este viernes a las 17.00 horas, además del sitio web 100 años radio. El periodista Andrés Huerta Villarroel, editor general de los servicios informativos de Radio ADN, realizó una exhaustiva investigación sobre ese 19 de agosto para el citado volumen. ¿Cómo se llegó a ese día? Huerta responde a Culto.
“Están los factores técnicos. Acá se dio el auge de la comunicación por radio que ya se había profundizado en los primeros años del siglo XX. Existía la red telegráfica inalámbrica que habían logrado Marconi y otros inventores como Lee de Forest o el mismo Nikola Tesla. Sus experiencias se basaron en la comunicación entre dos puntos, entre unidades militares, por ejemplo. No existía la comunicación masiva por radio”.
Por su lado, el historiador y académico de la Universidad Católica, Patricio Bernedo, señala: “Antes que se comenzara a desarrollar la radio, tal como la conocemos en la actualidad, se venía extendiendo en el mundo, Chile incluido, la radiotelegrafía (o telegrafía sin hilos) y también las transmisiones radiales impulsadas por los radioaficionados, que con gran entusiasmo fundaron el Radio Club de Chile en julio de 1922″.
“Las transmisiones de radio, durante esa época, ejercían una gran atracción entre personas interesadas en sus potencialidades técnicas y de experimentación. Eso llevó a que en muchos países del mundo surgieran aficionados muy entusiastas que lograron construir sus propios aparatos de emisión y recepción, utilizando partes de equipos de sonido y telefónicos, entre otros. Estos aficionados fueron fundamentales en el desarrollo de la radio en los inicios de la década de 1920, por ejemplo, en Estados Unidos, Argentina y también en Chile”, añade Bernedo.
Por esos entonces, el medio de comunicación masivo por excelencia eran los periódicos, sin embargo, no todo el mundo tenía acceso a ellos. “Por esos entonces, 1 de cada 2 personas era analfabeta en Chile”, acota Huerta. La radio generaba cierta fascinación junto con las nuevas tecnologías que surgían en los albores del siglo XX, como el automovilismo, la aviación o el cine.
Poco a poco, en el mundo la radio pasaba de ser una experimentación de gente curiosa a convertirse en una industria. Así lo explica Patricio Bernedo: “Esta parte de la historia es muy interesante, pues fue un cambio de concepto que propuso David Sarnoff, un inmigrante proveniente de la actual Bielorrusia que en Estados Unidos fue contratado por Marconi Telegraph Wireless Telegraph Co. of America. Pasó por distintos puestos en la compañía y se especializó en la transmisión con equipos inalámbricos. Incluso, a él le correspondió recibir, se dice, la señal de auxilio del Titanic, en abril de 1912″.
“Fue Sarnoff quien presentó en 1915 un proyecto para ‘llevar música a todos los hogares por transmisión inalámbrica’, que se denominó Radio Music Box -agrega Bernedo-. Aún cuando la Primera Guerra Mundial pospuso esta iniciativa, posteriormente y gracias a este innovador cambio de concepto de uso de esta tecnología, la radio iría transformándose en una industria central del sistema de medios de comunicación”.
Ir más allá de un punto
En ese 1922, en nuestro país gobernaba Arturo Alessandri Palma, el “León de Tarapacá”, quien intentaba llevar adelante un programa transformador que sacudiera el letargo del gastado sistema parlamentario. En ese contexto surgieron Enrique Sazié y Arturo Salazar, dos entusiastas que -como otros- se dedicaban todas las noches a explorar las posibilidades de la radio. El primero, ingeniero agrónomo, era nieto de Lorenzo Sazié, fundador de la escuela de Medicina de la Universidad de Chile; el segundo, era un académico de Electrotecnia de la casa de estudios laica.
“Enrique Sazié, quien era muy joven, se interesó de forma muy temprana en esta nueva tecnología, porque su familia tenía un gran acervo cultural. Por ello, se hace discípulo de Arturo Salazar, quien lo invitaba todas las noches a la universidad para ensayar nuevos métodos de comunicación inalámbrica. La mayoría de las veces eran los pulsos del código morse, pero también la comunicación hablada, que era más difícil de lograr en términos técnicos”, comenta Huerta.
La dupla era parte de un grupo de interesados en esta nueva tecnología, y como explica Patricio Bernedo, comenzaron a darse cuenta del potencial del nuevo invento más allá de la anécdota. “Ambos eran parte de ese enorme grupo de aficionados e interesados en la radio que existía a nivel mundial, que aplicaban sus conocimientos para construir equipos y generar transmisiones de voz, y de música envasada y en vivo, buscando mejorar la calidad de esas transmisiones experimentales. Entendían muy bien las potencialidades y posibilidades que tendría este medio nuevo de comunicación entre el público y el interés masivo que iría generando en el tiempo”.
Andrés Huerta complementa: “Muchos años después, Sazié reconoció que no solo quería transmitir de punto a punto. Él deseaba dar noticias por la radio, dar programas educativos, poner música, acercar un sinfín de disciplinas mediante las ondas. Entendía perfectamente el rol social, informativo y educativo que podía cumplir la radio”.
De esta forma, los experimentos de la dupla Sazié/Salazar comenzaron a tomar más forma y a incorporar la voz. Nacieron entonces los primeros receptores de radio del país. Eran unos aparatos algo estrambóticos y rudimentarios, muy lejos de los actuales. Sin embargo, esos trastos estaban destinados a hacer historia.
“Eran muy básicos, muy caros de construir e incluso tenían una dificultad: no permitían elegir entre una radio y otra, como ocurre ahora -señala Huerta-. Por lo tanto, si en los primeros tiempos estaban al aire al mismo tiempo la radio Chilena y la radio El Mercurio, el receptor escuchaba las dos al mismo tiempo”.
El aparato transmisor de Sazié y Salazar era una caja que almacenaba unos tubos Telefunken, que fueron donados por el Ejército, cada uno tenía una potencia de 50 watts. Estos permitían darle funcionamiento al transmisor. Para conectar el audio y emitir sonido desde el transmisor, desarmaron un teléfono de la marca Erkisson. “Le sacaron la membrana que captaba el sondo y la convirtieron en un micrófono -comenta Huerta-. Para darle energía, lo alimentaron con baterías. No se conectaban a la corriente alterna de los hogares”.
En tanto, el receptor de radio, el que captaría la señal de transmisor también era una caja rústica que incluía una bovina, que sintonizaba la onda, un condensador variable, un tubo que detectaba la señal y un amplificador. Esto último era lo que transformaba las ondas en sonido. “Para que el público pudiera escuchar, le atornillaron la bocina de un viejo fonógrafo de la marca francesa Pathe”, comenta Huerta.
Buscándole el truco
Con todos los implementos ya probados y con el transmisor y el receptor ya listos. Sazié y Salazar decidieron inaugurar el invento. La fecha elegida fue el sábado 19 de agosto, a las 21.30 horas de la noche. El mal tiempo de los días anteriores, con lluvias y un viento torrencial, habían derribado los postes de electricidad y telefonía de la capital. Pero el nuevo invento no se vería afectado, dado que usaba las ondas electromagnéticas y como decíamos, no se enchufaba a la corriente.
El transmisor quedó en un salón de la Casa Central de la Universidad de Chile. “Salazar hacía clases y ahí realizaban sus ensayos -comenta Huerta-. Además, Sazié vivía a la vuelta, en el actual Paseo Bulnes”. La antena emisora la ubicaron en el techo de la Universidad, esa fue la que los operarios quisieron retirar, pero un desesperado Enrique Sazié fue a hablar con ellos para que no ocurriera un desastre que echara por tierra todo su precioso trabajo.
En tanto, el receptor se ubicó en el hall de la sede central del diario El Mercurio, por entonces ubicado en la intersección de las calles Morandé y Compañía. ¿Por qué ahí? “Enrique Sazié era amigo del director de El Mercurio, Carlos Silva Vildósola, quien apoyaba sus experimentos, e incluso en el diario publicaba artículos donde se daba a conocer esta nueva tecnología”.
Patricio Bernedo comenta otro factor: “No olvidemos que en esa época, el edificio de El Mercurio era un centro de encuentro de muchas personas, cuestión que sirvió para atraer a los interesados en la primera transmisión de radio en nuestro país”.
Al hall del Decano acudió gente invitada cual evento social. Nadie podía dar crédito a lo que comenzaron a oír a partir de las 21.30, cuando Sazié y Salazar iniciaron la transmisión. Como detalla Memoria Chilena, lo primero que oyeron fue una canción Es un largo camino a Tipperary, reproducida por una vitrola a la que le acercaron el micrófono. Luego, los violinistas Enrique Cabré y Norberto García procedieron a tocar una breve pieza; después vino el turno del periodista Rafael Maluenda, quien comentó la actualidad política de esos días; le siguió la soprano María Ramírez Arellano, quien cantó el Ave María, de Schubert; luego, Jorge Quinteros Tricot leyó un boletín informativo y finalizó con un “Buenas noches”. Como telón final, sonó la Canción de Yungay, por esos años, una especie de segundo himno nacional. “Cantemos la gloria del triunfo marcial / que el pueblo chileno obtuvo en Yungay”, fue lo último que se escuchó, al son de tambores y clarines.
Los aplausos furiosos de los invitados a la sede de El Mercurio se escucharon con vigor. “Las personas buscaban el truco, pensaban que había un fonógrafo, pero no lo había. Buscaron artistas escondidas tras cortinas, no los había. Solo había un receptor y una bocina”, comenta Huerta. Había nacido la radio.
La segunda transmisión tuvo lugar semanas después de la primera, y de ahí nació la industria radial como la conocemos hoy, con estaciones y receptores en los hogares. En 1923, nació la Compañía Radio Chilena, replicando las experiencias que ya existían en Estados Unidos (con la estación KDKA, de Pittsburg) y Argentina. El resto es historia.