Madonna sale detrás de una cortina y gira en una habitación con el rostro difuminado en un video de Instagram de esta semana, mientras cuenta que es su cumpleaños con That ‘s amore de Dean Martin de fondo. Siguiente escena: brindis y besos con lengua con las amigas en una limusina. Días antes versionó Music en el late de Jimmy Fallon, para rematar este viernes con el lanzamiento de Finally enough love: 50 number ones, álbum que resume el extraordinario hito de registrar medio centenar de primeros puestos en el ránking Dance club songs de Billboard.
A los 64 años, Madonna ya no necesita dictar las normas. Lo hizo por décadas allanando el camino del poderoso pop femenino de este milenio. Ahora es una especie de reina madre que observa con orgullo a unas cuantas generaciones de estrellas femeninas, inspiradas en su ejemplo de labrar el destino creativo en busca de trascendencia.
La artista lidera su biopic asociada a los estudios Universal porque no quiere “hombres misóginos” inmiscuidos en el filme, aún cuando cuesta imaginar a un varón intentando imponerse a la mayor figura musical femenina de todos los tiempos, cuyas equivalencias son Elvis Presley, Michael Jackson, Prince y David Bowie, en una combinación perfecta de pop de la más alta factura pendiente de las avanzadas, y un uso iconográfico de la imagen. Madonna agregó un elemento al recetario: la provocación permanente estudiada hasta el más mínimo detalle.
Tenía 26 años y un largo carrete como bailarina y corista cuando Like a virgin la convirtió en una estrella mundial omnipresente en la radio y la video música, estatus pavimentado por éxitos previos como Lucky star y Borderline. La primera gira, el legendario The Virgin Tour en 1985 junto a unos desaforados Beastie Boys, marcó de inmediato parámetros de alta calidad sinónimo de su nombre: escenarios y coreografías espectaculares, junto a la ambición por convertir cada canción en una experiencia visual y musical diferente, una escuela suscrita hasta hoy, entre distintos alumnos, por el K-pop. El público la idolatró instantáneamente. Aquel primer look fue imitado por millones de jovencitas en todo el mundo.
Por largos años, Madonna ofreció los mismos giros camaleónicos de Bowie con impresionante celeridad, desde los guiños a Marilyn Monroe en Material girl, a la heroína anti aborto de cabello recortado de Papa don’t preach, la mártir morena de Like a prayer que enfureció a la iglesia católica, la diosa fashion en Vogue, el erotismo en blanco y negro de Justify my love, cuando reincidía en desafiar al establishment con un video prohibido por su carga erótica y presencia de minorías sexuales, a las que sacó a la superficie exponiendo el voguing de los clubes gays neoyorquinos. Cuando publicó el libro Sex (1992) escandalizó al mundo al expresar su gusto por el erotismo y la carnalidad, sin el habitual filtro masculino plasmado por la cultura Playboy. Era una combinación extraña y seductora que una estrella tan grande sufriera cada cierto tiempo torpes intentos de mordaza, que sólo aumentaban el interés en ella.
La espectacularidad del personaje se acentúa también por sus derrotas artísticas y juicios equivocados, humanizando su magnificencia. El notable empeño por convertirse en una actriz de categoría desde el inicio de su estrellato con Desesperadamente buscando a Susan (1985), sólo ha acumulado un listado de películas para la mala crítica y el olvido.
Su orgulloso catolicismo -una herramienta estética desde los coqueteos en Like a prayer con un santo afro, hasta la crucifixión del Confessions tour (2006)-, motivó sus burlas a Sinead O’Connor tras el episodio de la cantante irlandesa rasgando una foto del Papa Juan Pablo II en Saturday Night Live, en 1992. Madonna rasgó otra imagen en el mismo programa y se mofó públicamente del aspecto de O’Connor por el famoso corte al rape. La sororidad al debe, mientras el tiempo dio la razón a la intérprete de Nothing compares 2U.
Fueron ocho años entre Like a virgin (1984) y Erotica (1992) que Madonna gobernó el mundo del pop junto a Michael Jackson y Prince sin contrapeso, un triunvirato de talentos extraordinarios y detallistas obsesivos para capturar al público.
Renació con Ray of light (1998) demostrando que no estaba dormida, sino observando hacia dónde iba el futuro del pop de la mano de las máquinas y los productores, la misma alianza que hoy sella los destinos del urbano y el pop.
Ya en este milenio, demostró que “por el solo hecho de ser Madonna”, según cuenta David Byrne en el libro Cómo funciona la música, le adelantaron 17.5 millones de un acuerdo de 120 millones, por el contrato 360º firmado con Live Nation en 2007.
Es difícil que vuelva al primerísimo primer plano de las preferencias del público porque su territorio estricto -el pop- depende como un yonqui del vital elemento juvenil. Pero está claro. Sin ella no hay Britney Spears, Lady Gaga, Ariana Grande, Beyoncé y tantas más. El camino para el máximo estrellato depende de adelantar el juego con un abordaje total de los sentidos. Madonna es la prueba.