Ricardo Arjona en Chile: el pastor del amor agridulce
En su show de anoche en el Movistar Arena, las mascarillas fueron testimoniales. Las mujeres cantan y celebran a este artista que las regaña y se manifiesta a contrapelo del contexto reivindicativo. Son dos horas de un mundo encapsulado en el tiempo, reacio a nuevas corrientes y descreído del romance.
“Han pasado muchas cosas desde que no nos vemos”, dice Ricardo Arjona (58). Las primeras tres canciones corren empalmadas la noche del martes, en el arranque de una tanda de conciertos que concluye el martes 30 en el Movistar Arena. Tras la energía inicial, es el turno de los discursos del anfitrión, los mismos que han acaparado titulares y trolleo en redes sociales en esta gira bautizada Blanco y Negro, los tonos predominantes en el escenario.
El astro guatemalteco resume los últimos dos años a partir del encierro por la pandemia, en una perorata sin modificaciones de lo dicho en Buenos Aires, donde lo adoran tanto o más que acá -en sus inicios fue cantor callejero en el paseo Florida del microcentro porteño-, a pesar de las críticas generadas por sus palabras.
En resumen, Arjona está completamente “basado”, el concepto coloquial que hoy encarna las opiniones personales sin temor a la discordia. El rey de la power ballad latina no comulga con la diversidad de géneros -”aparecieron más de 32 (...) como si lo importante fuera seguir aumentando el número (...), y no respetar a la gente por lo que quiera hacer con sus vidas”-; el lenguaje inclusivo -”gente muy preocupada de las vocales, como si eso fuese muy importante”-; y la paridad -”gente que protestaba porque las mujeres tenían que ganar igual que los hombres, y yo digo por qué no pueden ganar más”-.
“Tantas cosas raras”, resume. “Tantas cosas que no entendí”.
Cada una de esas posturas fue recibida con vítores de un público que envejece junto a él, audiencia dominada por damas con más de cuatro décadas, que al turno de la canción ad-hoc, éxito infaltable en cada show suyo, canta con renovada energía, degustando la letra desde la experiencia.
El montaje del tour es una ligera variación de giras anteriores donde los escenarios son propios de un gran musical, un espacio escenográfico donde el guatemalteco siempre es un personaje solitario que experimenta la urbe y sus mujeres, a través de historias de amor no siempre edulcoradas. Ricardo Arjona no es de propuestas abstractas sino al contrario, completamente literales -barrios latinos y circos en periplos anteriores-, sin lugar a dobles lecturas ni ambigüedades.
Esta vez se trata de un edificio neoyorquino hasta concentrarse en un par de pisos donde se distribuye la banda y coristas. Por lo mismo, carece de sentido la cabina telefónica londinense -esas que ya no existen en la capital británica-, probablemente un alcance a sus estadías grabando en los estudios Abbey Road.
Como el show sugiere que estamos en la Gran Manzana, el encuadre musical hace lo propio desde el primer minuto. Harto trabajo para el guitarrista soleando o marcando riffs de entrada, mucho coro en plan góspel, y una sección de vientos donde el saxo lidera con aburrida insistencia, como banda de late show. Su repertorio está blindado a cualquier atisbo tecnológico o programado. Todo se ejecuta a la antigua, a pulso. Lo reaccionario de su palabra tiene un correlato musical.
Ricardo Arjona, epicentro absoluto de toda la actividad escénica aunque es generoso presentando a sus músicos, actúa eternamente como un galán sin necesidad de mayores ínfulas porque sería redundante. El tiempo no ha hecho mayor mella en él. Su despliegue vocal permanece intacto, luce algo más grueso pero sigue en línea. No hay suficientes canas para tildarlo de silver fox, el concepto que alude a los hombre guapos de cabellos grises.
El número está completamente estudiado hasta el más mínimo detalle para que parezca casual. No solo repite los mismos discursos, sino que hasta los arrebatos simulando espontaneidad están ensayados, como tomar el teléfono móvil de una espectadora que ha hecho una videollamada para transmitir el concierto a una amiga. El profesionalismo lo demanda.
El guión de la noche trajo otro momento que ha despertado polémica en esta gira: las palabras de Ricardo defendiendo a los hombres, según dictaminan las reseñas. El relato arjonesco se detiene en la intervención de una mujer en un programa de televisión.
“Soltó una frase tremenda y dijo ‘hombres cavernícolas descerebrados’”, cuenta el cantante, como si fuera un vecino comentando el estelar mientras barre la vereda. “No crea usted que esa señora se metió en líos. No, no, no. Le celebraron la frase igual como la celebraron ahora, y no le pasó nada (...) Vaya usted a decir ‘descerebrado’ de una mascota y casi va preso hoy”.
“De los hombres”, siguió, “usted puede decir hoy cualquier cosa. Nosotros nos lo ganamos, hay que decirlo. Mediados de los 90 llegó el pico de este macho que abusaba de su poder extraordinario, y ahí comenzó el declive total hasta donde estamos hoy, que estamos en el último de los peldaños sociales, muy por debajo de las mascotas”.
“Nos lo merecemos pero no tanto”, concluyó, “porque ya empieza a ser algo que no le conviene a nadie, ¿si?”.
Todo el mundo aplaude y celebra sus palabras, como las enseñanzas de un pastor que lleva unos cuantos años cantando lo agridulce del amor. Aunque Ricardo Arjona concluye el show de dos horas irremediablemente con Mujeres, otro título infaltable y definitorio de su obra, ya no es un enamorado de entrega y fidelidad total como en los 90.
En un momento reivindicó el valor de las pequeñas mentiras en la pareja, cuentecillos a la pasada para evitar regaños y mantener la relación estable. “Yo me podría disfrazar del tipo sincero”, explica, para luego exponer el sinsentido de esa postura, en un despliegue de lógica arjoniana 100%. Ni una sola pifia, sino murmullos y vítores corroborando sus reflexiones.
Hacia el final desmontó la dinámica del bis asegurando que no haría tal cosa, eso de esconderse a esperar el clamor para regresar, y sin embargo lo ejecutó exactamente así. La contradicción es parte del espectáculo.
A esas alturas una fanática de las primeras filas se subió a la silla y se quitó la polera para quedarse apenas con el sujetador. Las mascarillas fueron testimoniales. Las mujeres cantan y celebran a este artista que las regaña y se manifiesta a contrapelo del contexto reivindicativo. Son dos horas de un mundo encapsulado en el tiempo, reacio a nuevas corrientes y descreído del romance. “El amor siempre empieza soñando y termina en insomnio”, canta Ricardo Arjona en El Amor, otro clásico inevitable que anoche fue coreado sin reproche alguno.
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