Ridley Scott ya estaba sobre los 40 años cuando se sumergió en la realización de su tercer largometraje. Tras curtirse en la publicidad, el cineasta británico había tenido un doble debut ganador gracias a Los duelistas (1977) y Alien: El octavo pasajero (1979).
Si bien no era un jovencito que recién se abría paso en Hollywood, fácilmente maleable a las decisiones del estudio, tampoco se alzaba como un nombre que pudiera aguantar estoico ante los embates de los productores de Blade Runner.
Ese tira y afloja siempre presente en el cine experimentó un momento clave a comienzos de 1982. Tras el término de las filmaciones y el montaje, en Dallas y Denver se organizaron funciones de prueba donde se proyectó por primera vez un corte de la película, un testeo clave en la previa a su estreno en cines mitad de ese año.
Basada en la novela corta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick, la cinta desplegó en pantalla una trama que era digna heredera del cine negro pero que se situaba varias décadas en el futuro, en una inhóspita ciudad de Los Angeles en 2019. Entre puestos de comida en la calle y autos voladores, el detective Rick Deckard (Harrison Ford) se aprestaba a acabar con un puñado de androides con apariencia humana, los replicantes. A pesar del optimismo del equipo detrás, aquella audiencia no entregó una opinión favorable: la encontraron confusa.
En consecuencia, esa versión no podía mantenerse tal como estaba. El director se vio forzado a quitar de cuajo la escena en que el protagonista sueña con un unicornio galopando en un bosque, acaso uno de los momentos más poéticos de la visión original de Scott. Sin esa secuencia, el instante en que Deckard descubre que Gaff (Edward James Olmos) le dejó un origami de un unicornio en el exterior de su departamento se tornó más críptico, luciendo casi como un como capricho del realizador.
Así como elementos fueron desechados, otros fueron creados o recuperados de emergencia para la ocasión. Inicialmente contemplada en el guión, la narración en voz del personaje de Ford fue adicionada en el montaje. Si bien el recurso se dedicaba únicamente a subrayar lo que la historia ya desarrollaba con propiedad, los productores consideraron fundamental su inclusión para que el público no se perdiera. Mal que mal, creían que era posible atraer a la misma audiencia que Star Wars había convocado en masa a fines de los 70.
Pero faltaba quizás el peor de todos los cambios. Ya terminado el rodaje, Harrison Ford y Sean Young (Rachael) fueron llamados para realizar filmaciones de última hora en San Bernardino, California. Allí grabaron la infame secuencia en que se ve a la pareja a bordo de un vehículo y a las puertas de un futuro luminoso. Fue el final feliz que por años atormentó a Ridley Scott, quien había estimado era mejor cerrar la película antes, con los personajes tomando el ascensor de la casa de Deckard. Pero no tenía cómo ganar esa batalla.
Finalizada esa trastienda salpicada de tensión, la cinta arribó a los cines de Estados Unidos el 25 de junio de 1982. En su primer fin de semana recaudó US$ 6,1 millones, una cifra bastante modesta considerando que su presupuesto alcanzaba los US$ 28 millones. El creciente éxito de E.T, de Steven Spielberg, por cierto, no ayudó en nada a que esos números se engrosaran y cerró su recorrido local con US$ 26 millones en recaudación.
La crítica tampoco la salvó. Pauline Kael, en su texto para The New Yorker, opinó que “Blade Runner no tiene nada que darle a la audiencia”. Algo más amable fue Janet Maslin. quien en The New York Times la describió como “confusa pero fascinante” y “un desastre, al menos en lo que se refiere a su narrativa”.
Las versiones del director
Si Blade Runner se convirtió en una hito del cine –y continúa con reestrenos en salas hasta nuestros días, como las funciones que tiene Cinemark, este sábado– es en gran medida por la buena fama que le hicieron ganar la versiones que circularon en años posteriores.
En ese sentido, no se puede decir que Ridley Scott no tomó nota de la reacción de la crítica: Pauline Kael llamó a la voz en off “ridícula” y Janet Maslin aseguró que “el final de la película es espantoso y sentimental”. En efecto, ambos aspectos experimentaron modificaciones cuando a comienzos de los 90 consiguió luz verde para lanzar su propia versión.
El director eliminó por completo la narración de Harrison Ford, incluyendo la explicación que acompaña su lamentable final feliz, donde el personaje principal señala: “Gaff había estado allí y la había dejado vivir. Cuatro años, pensó. Él estaba equivocado. Tyrell me había dicho que Rachel era especial. No había fecha de expiración. Yo no sabía cuánto tiempo teníamos juntos. ¿Quién lo sabe?”.
Por cierto, desechó todo lo relativo a esa secuencia grabada entre montañas y árboles en California, de modo que el filme pasó a terminar con Deckard y Rachael tomando el ascensor de su departamento. El cierre ambiguo que siempre deseó que llegara a los cines.
Además, reincorporó la secuencia del sueño con el unicornio, una pista clave para aquellos que sostienen que el protagonista también es un replicante y, por lo tanto, tiene recuerdos implantados. La idea nunca gustó a Harrison Ford, pero esa era la manera en que el cineasta había imaginado la historia mientras la filmaba.
A grandes rasgos, Scott quedó satisfecho con esa versión, que salió al mercado como Blade Runner (The director’s cut). Pero algo le quedó dando vueltas durante años: no lucía todo lo increíble que hubiera deseado.
Aquello explica que en 2007, para los 35 años de su debut en salas, viera la luz un nuevo corte, bajo el título Blade Runner (Final cut). “Mucha gente no se da cuenta de si está viendo algo bellamente técnico o no, pero para mí es importante. Eso siempre se interpuso en el camino para que el corte del director fuera la versión final”, explicó en ese momento a la revista Wired.
Esa encarnación de su cinta –la que se exhibe esta semana en el país– trajo de vuelta algunos momentos violentos y le dio una extensión mayor a la secuencia del unicornio, además de incluir algunos retoques que la volvieron más pulcra. Su estatus de película de culto ya estaba asentado, pero con ese último hito se terminó de cerrar uno de los capítulos más fascinantes de la historia del cine de ciencia ficción.