Estaba almorzando en Venecia junto a su esposa, Rosa Ester Rodríguez, a inicios de 1925, cuando a Arturo Alessandri Palma le avisaron que afuera del hotel donde se hospedaba lo estaba esperando Enrique Villegas, el embajador de Chile en Italia. El “León” lo había nombrado y lo conocía bien, pues habían sido compañeros en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Presto, Alessandri dejó su plato y salió al encuentro con Villegas. Este le comunicó las noticias que llegaban urgente desde Santiago.
El 3 de enero de 1925, un golpe militar derrocó a los oficiales que a su vez habían obligado a dimitir al mismo Alessandri. No solo eso, los jóvenes uniformados que habían realizado el “Putsch” llamaban de vuelta al Presidente para que volviera de Europa, donde había partido al exilio, y reasumiera el mando del país.
Atónito, en sus memorias Alessandri cuenta que Villegas le fue mostrando los telegramas que le habían llegado y daban cuenta de los hechos ocurridos en Chile. “En nombre de la oficialidad del Ejército saludamos al Presidente Constitucional de Chile y esperamos su pronto regreso. -(Firmado) Marmaduke Grove. Carlos Ibáñez del Campo”. Dos nombres que posteriormente tendrían mucha figuración en la política nacional.
En un primer momento, Alessandri le contestó a Villegas que no aceptaba volver. “No podía hacerlo porque aún sangraban las heridas inferidas en mi contra por la injusticia y la ingratitud; que el tiempo y los viajes habían creado en mi alma la necesidad de reposo y que había adquirido repugnancia por la política”, anotó en sus memorias.
Alessandri había renunciado debido a las presiones de un movimiento militar, en septiembre de 1924, que exigió que se aprobaran una serie de medidas de carácter social. Por esos días, Chile vivía una profunda crisis social, económica y política, en que el modelo de desarrollo, sustentado en el régimen parlamentario y una economía en base a la exportación del salitre, se encontraba fuertemente cuestionado porque ya no respondía a las crecientes necesidades de la población.
“Como hoy, durante la década de 1920 se vivía una profunda crisis sistémica, que combinaba profundas fracturas sociales (la ‘cuestión social’), un sistema económico mono-exportador (basado en la industria del salitre) que comenzaba a hacer agua por todas partes, y un sistema político incapaz de hacerle frente, y mucho menos resolver, todos esos problemas”, explicó a Culto el Premio Nacional de Historia, Julio Pinto.
Sin embargo, ante la lentitud del Parlamento, un grupo de oficiales hizo presión para que se aprobaran un paquete de medidas sociales de manera expedita. Pero eso no les bastó. Los uniformados formaron un comité militar que decidió seguir en funciones, pese a la aprobación de las leyes. No contesto con eso, le comunicaron a Alessandri que le pedirían disolver el legislativo, órgano que para ellos, era el gran responsable. Ahí, el “León” decidió renunciar. Se asiló en la embajada de Estados Unidos y luego partió a Europa a través de Argentina.
Una nueva Constitución y la “constituyente chica”
Sorprendido por la negativa de Alessandri, Villegas le insistió. Aunque solo logró que el “León”, terco, le comprometiera una respuesta definitiva cuando llegara a Roma. Pero le comentó que solo iría a la capital italiana una vez terminada su visita a Venecia. Ahí, en la “Ciudad Eterna”, Alessandri zanjaría su futuro.
Una vez que le comunicó la noticia a su esposa, Rosa Ester, esta comenzó a pedirle que no lo pensara más y aceptara. Alessandri dudaba. Después de mucha reflexión, acordó con Villegas que se reunirían en Roma el 26 de enero. Pleno invierno en Europa Occidental.
En Roma, Alessandri se reunió con el embajador Villegas, además de otros personeros como el embajador de Chile en Alemania, Alfredo Irarrázaval. No solo le mostraron otros telegramas de apoyo, como el de los presidentes de los partidos políticos de la alianza que lo llevó al poder, también le siguieron insistiendo al “León” para que reasumiera el mando. Este, finalmente aceptó, pero puso sus condiciones: la primera, fin a la intervención militar en las tareas de gobierno.
La segunda, una nueva Constitución: “(Yo) exigía también la dictación de una nueva Constitución Política que corrigiera los vicios y errores de nuestro parlamentarismo anárquico y desbordante, que permitía la intromisión de la politiquería en la Administración Pública”, recordó él mismo en sus memorias. Con ello, Alessandri pretendía darle un golpe de gracia al parlamentarismo, sobre todo combatir uno de sus problemas fundamentales, la excesiva rotativa ministerial: “Era también indispensable incompatibilzar las funciones de parlamentario con las de ministro de Estado como uno de los medios para impedir la rotativa minsterial de tan funestas y desastrozas consecuencias”.
Con sus condiciones dadas, Alessandri despachó un extenso telegrama a Santiago donde dio a conocer su decisión y su voluntad de crear una nueva carta magna. En el documento -escrito de su puño y letra- colocó un punto clave. Abrió la puerta para una Asamblea Constituyente: “El gobierno civil así constituido procedería sin pérdida de tiempo a organizar la Asamblea Constituyente, que debería ser el reflejo de las distintas tendencias de la opinión nacional, y que establecería inmediatamente las reformas exigidas por el país”.
Y dicho eso, Alessandri decidió emprender el regreso a Chile, para resasumir el mando de la nación.
Pronto se conoció el telegrama en Chile. Ante eso, espontáneamente se formó la Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales, formada desde el mundo del movimiento social, e integrada por miembros del PC, la FOCH, anarquistas, demócratas, radicales, sindicalistas independientes, mutualistas, feministas e intelectuales. Se le llamó coloquialmente la “Constituyente chica”, y sesionó en el Teatro Municipal de Santiago, los días 8, 9, 10 y 11 de marzo de 1925.
Más que redactar una Constitución, la “constituyente chica” solo se dedicó a discutir principios básicos, al menos eso se acordó desde un inicio. De este modo, en los días siguientes, los asambleístas –entre medio de duros debates- se dedicaron a armar un programa común. Entre otros puntos, algunos de los planteamientos más importantes fueron: declarar la tierra como propiedad social en su origen y en su destino; también que la distribución de los productos corresponde igualmente al Estado por medio de sus órganos. Todo, a la espera de la llegada de Alessandri a Chile.
Las dos comisiones
Finalmente, el “León” regresó triunfante el 20 de marzo de 1925, en condición de estrella. De hecho, la Junta de gobierno presidida por Emilio Bello, que lo esperaba para entregarle el mando, había rebautizado la Alameda Bernardo O’Higgins con el nombre de Arturo Alessandri Palma. Sorprendido, este cuenta en sus memorias que declinó tamaño homenaje y pidió se dejara sin efecto el decreto. Más allá de lo anecdótico, eso da cuenta de las esperanzas que concitaba a su alrededor.
El “León” volvió a ejercer el cargo de Presidente de la República, siendo su objetivo principal trabajar por una nueva constitución. Sin embargo, sorprendió con una decisión. A pesar de lo que había dicho en el telegrama de Roma, optó por no convocar a una asamblea constituyente. ¿El motivo? “falta material de tiempo para verificar las inscripciones del electorado, para instalar enseguida la Constituyente y para que esta dispusiera del tiempo necesario para terminar su misión y alcanzar a fijar las reglas de la elección del Congreso y del Presidente”, explicó él mismo en sus Memorias. Por ello, lo realizado por la “Constituyente chica” no tuvo relevancia alguna en el proceso.
Alessandri se convenció tras una reunión que sostuvo en La Moneda con cerca de 150 personas, representantes de todas las corrientes políticas. Ahí, decidió llamar a la primera instancia, que denominó “Comisión consultiva”, el 16 de abril de 1925. En ella, fue Agustín Edwards quien sugirió la idea de dos comisiones: una encargada de elaborar un anteproyecto constitucional (“comisión chica”) y otra que debía discutir el mecanismo para aprobar el texto (“comisión grande”).
Alessandri aprobó la idea. Pocos días después, el 18 de abril de 1925, comenzó a sesionar la primera de ellas, la encargada del proyecto constitucional, y fue presidida por el mismo Alessandri. Esta es la comisión que citó recientemente el expresidente Ricardo Lagos. De los miembros que estuvieron en la “Constituyente chica” solo se repitió un integrante en la comisión de Alessandri: el comunista Manuel Hidalgo.
La nueva carta magna, de alguna manera superó el régimen establecido por la Constitución de 1833, a la cual se le habían incorporado varias reformas, a fines del XIX, que le daban mayor peso al parlamento). “Dotó al país de un nuevo marco institucional que facilitó la ampliación de las funciones del Estado hacia los ámbitos económico y social, lo que permitió atenuar (por algunas décadas) algunas de las expresiones más intensas de la ‘cuestión social’. Brindó también el marco jurídico para el reconocimiento de derechos sociales que el anterior ordenamiento político no consideraba, tales como la salud o la previsión social”, explicó a este medio el historiador Julio Pinto.
Una vez listo el trabajo de la comisión, Alessandri llamó a un plebiscito para ver si la gente aprobaba o rechazaba la nueva carta magna. Con su carácter volcánico, no quiso demoras y la convocó para un mes después, el 30 de agosto de 1925. Por entonces, no existía la cédula única (se creó recién en 1957, en el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo) y la elección se hizo a través de sufragios de cédulas de colores.
Dependiendo de la opción de cada persona habían tres. Una, la roja que decía: “Acepto el proyecto de Constitución presentado por el Presidente de la República sin modificación”. Otra, la azul, que decía: “Acepto el proyecto de Constitución, pero con réjimen parlamentario y la consiguiente facultad de censurar Ministerios y postergar la discusión y despacho de la lei de presupuestos y recursos del Estado”. Y finalmente, una blanca, que rechazaba ambas propuestas. La roja se impuso por casi el 95% de los sufragios. Votó el 42,1% del padrón electoral. Alessandri y su comisión habían triunfado.