“Le mando saludos a los críticos”, dijo Hernán Rivera Letelier (72) desde la pantalla de la sesión de Zoom en la que estaba conectado desde su casa en Antofagasta con el Palacio Pereira, lugar donde la ministra de las Culturas, Julieta Brodsky, le dio a conocer este jueves, cerca del mediodía, la noticia de que había obtenido el Premio Nacional de Literatura 2022.

Con esa frase, Rivera Letelier sintetizó su parecer ante una pesada sombra que lo ha perseguido durante toda su trayectoria. La de ser un autor tremendamente popular, traducido a 21 idiomas, ganador dos veces el Premio del Consejo Nacional del Libro, pero que no había obtenido jamás el reconocimiento de la crítica, siempre bastante dura con él, y menos el Premio Nacional de Literatura, que lo obtiene ahora, en su quinta postulación.

02/08/2022 FOTOGRAFIAS AL ESCRITOR, HERNAN RIVERA LETELIER Mario Téllez / La Tercera

Para muestra un botón: según fuentes consultadas por Culto, aseguran que el galardón no fue otorgado por unanimidad, y en la terna final estuvieron también los nombres de Pía Barros y Ramón Díaz Eterovic. Lo cual confirma que Rivera Letelier no es un transversal en las altas esferas de las literatura chilena. Con él, pasa algo similar a lo que ocurre con Haruki Murakami a nivel del Nobel: su obra es muy masiva y pop, pero en Suecia eso genera anticuerpos. Es más, cuando se le consultó a la ministra Julieta Brodsky sobre el proceso de deliberación, reconoció: “Fue una decisión que tuvo cierta dificultad, habían muchas opciones que tenían méritos importantes. Se fue definiendo lentamente”.

De hecho, la reconocida crítica literaria, Patricia Espinosa, consultada por Culto señala tajante: “Su escritura es transparente, carente de técnica literaria, monotemática, literal. Responde a las necesidades del mercado, donde prima la entretención y la lectura veloz, por sobre la calidad y el trabajo riguroso. A fin de cuentas, su escritura es un síntoma de la decadencia de los tiempos, donde se despolitiza al sujeto popular, convirtiéndolo en una estampa graciosa, con chispeza, pero vaciado de contenido”.

La crítica literaria Lorena Amaro también argumenta en esa línea. “Rivera Letelier escribe una literatura comercial en el peor sentido: estereotipada, fácil e insípida. No recuerdo nada de él que me haya parecido inquietante, removedor en lo político y estético. Su escritura es esquemática y edulcorada. Pienso ahora en varixs que hubiesen merecido reconocimiento antes que él”.

Algo más generoso es Camilo Marks: “Yo caracterizaría su escritura por un estilo barroco, inflado, en ocasiones híper rebuscado, pero habla en su favor algo poco habitual en las letras chilenas y es la fidelidad a la misma temática: la vida en las salitreras del Norte, las pellejerías de hombres y mujeres que habitaban en ellas, el compromiso permanente con los sectores desposeídos de nuestra población. En ese sentido, Rivera Letelier es un escritor único y con varias obras memorables”.

Consultado en la rueda de prensa post premio, Rivera Letelier se refirió al tema: “He dicho un montón de veces que yo no escribo para los críticos, escribo para las mamás de los críticos. Si comparamos la crítica que me hacen en mi país, con la que me hacen en Europa, en México, o en Argentina pareciera que estuvieran hablando de otra crítica”.

Un premio a las regiones

La obra de Hernán Rivera Letelier se afinca en lo popular, en la Pampa, el desierto, las salitreras, los trenes, los fantasmas. Eso fue lo que hizo pesar su nombre para el jurado que en su resolución estampó: “Por su capacidad de interpretar, poner en valor el imaginario e identidad del norte de Chile y la del patrimonio del territorio y de su gente con un estilo único y proyectándose como un gran contador de historias. El jurado acuerda en destacar que su obra es ampliamente reconocida tanto a nivel nacional como internacional y que a través de ella ha logrado promover masivamente la lectura en sectores universales de la población”.

Es decir, a Rivera Letelier se le reconoció más por su valor de promover una identidad regional que por su importancia estrictamente literaria. Incluso, al finalizar la rueda de prensa, la ministra Brodsky lanzó: “Es bueno que este premio se vaya a regiones y no se quede solamente en la ciudad de Santiago”.

Coincidencia o no, el último galardonado, Elicura Chihuailaf, en 2020, responde a un patrón similar. De origen mapuche, y oriundo de Quechurehue, Cautín, en la profundidad misma de La Araucanía. Y entre los candidatos de este año estaba Juan Mihovilovich, de Magallanes.

Pero volvamos a Rivera Letelier. En entrevista con este medio, en agosto de este año, reconocía que estaba expectante, y lanzó una particular reflexión: “Siempre digo que tal vez no me lo merezca porque no tengo estudios, no tengo título, no hice ningún master. Pero creo que mi obra sí se lo merece, he llevado las historias del salitre, del desierto y la Pampa a casi todo el mundo”.

Nacido en Talca, en 1950, Hernán Rivera Letelier se crió desde pequeño en la Pampa. Ahí, en el calor abrasante del desierto de Atacama y los resabios de las antiguas salitreras. Lejos de las universidades y los talleres literarios, lugares habituales para la formación de un escritor, lo suyo fue netamente autodidacta. Escribir, probar, escribir, probar. “No tenía por donde ser escritor”, ha dicho más de una vez, y que “el autodidacta tiene que leer más que cualquier académico”. Con ese empuje fue publicando sus libros, autoediciones de poesía primero, luego, en 1994 tuvo su debut con La reina Isabel cantaba rancheras, editada por la multinacional Planeta. Desde ahí arremetió con su nombre en las letras chilenas.

A esa obra siguieron otros títulos imperdibles: Himno del ángel parado en una pata (1996), Fatamorgana de amor con banda de música (1998), Los trenes se van al Purgatorio (2000), Santa María de las flores negras (2002).

En los últimos años, Rivera Letelier ha convivido con la enfermedad de Parkinson, y en 2019 sufrió dos infartos, que lo tuvieron delicado de salud. “(Los infartos) me dejaron a medio morir saltando, pero soy duro de matar”, reconoció a este medio en febrero de este año. “Lo que me estropea más es el Parkinson -dijo a Culto en agosto-. Me afecta el sueño y me dificulta el hablar. Yo siempre he dicho que el escritor ideal debiera ser mudo y yo voy en camino a la perfección”. Palabras de un hombre que en su fuero interno sentía que le faltaba ese reconocimiento que por fin le llegó.

Sigue leyendo en Culto