“Que lean a Javier Marías, a Enrique Vila-Matas, a Rodrigo Rey Rosa, a Juan Villoro”, fue la recomendación certera y urgente que hizo Roberto Bolaño en aquella memorable entrevista que dio a La belleza de pensar, en 1999. Para el autor de Los detectives salvajes, Marías era un nombre crucial de las letras españolas. “Yo creo que por su fuerza un Javier Marías tiene forzadamente que influir en la literatura latinoamericana y ya está influyendo. Es un escritorazo”, repitió en charla con revista Capital, en diciembre de ese año.
Recientemente fallecido a los 70 años a causa de una neumonía, Javier Marías Franco fue uno de los pocos escritores españoles que realmente lograron permear y ser leídos en América Latina. Algo no habitual si se considera que, por lo general, los lectores y los autores de este lado del mundo suelen ser mucho más latinoamericanistas a la hora de las lecturas y las recomendaciones. Pero Bolaño, lo sabemos, tenía sus difusas y propias fronteras.
De alguna forma, desde su nacimiento, el 20 de septiembre de 1951, en Madrid, su destino estaba cruzado por las letras ya que era hijo del filósofo Julián Marías y la escritora Dolores Franco Manera. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, su trabajo tuvo ese influjo academicista, pero no del todo inaccesible.
“Era un gran escritor, uno de los más grandes escritores españoles. Tenía un estilo en el que utilizaba muchas más palabras que los latinoamericanos -señala el crítico literario de Culto, Matías Rivas-. Sin ser barroco del todo, como Rafael Sánchez Ferlosio u otros escritores, utilizaba un acervo lingüístico gigante, esa es una de sus peculiaridades. Era capaz de enganchar al lector con libros que tenían cierta sofisticación”.
Para el crítico del diario El País, el argentino Patricio Pron, lo crucial de la obra de Marías es lo reflexivo de su escritura. “Pienso que las preguntas clave de los libros de Javier Marías son cómo las personas nos convertimos en quienes somos y qué precio pagamos por ello / Él conocía las respuestas, pero nos permitió descubrirlas por nosotros mismos, leyéndolo, y en la literatura no hay mayor generosidad que esa / Quizás por haber hecho de la identidad su gran tema, quienes lo conocimos teníamos desde el primer momento la impresión de hacerlo desde hacía años, y, no sólo por eso, el vacío que nos deja es enorme”, anotó en su cuenta de Facebook.
“Hay que considerar que era muy anglófilo, muy vinculado a lo que estaba pasando en Inglaterra, su forma de entender la literatura venía por ahí, tenía una disgresión tras otra -acota Rivas-. Javier Marías publicó muchos libros, por ende, son disparejos, pero tiene por lo menos 3 o 4 títulos que considero que son de primer nivel: Corazón tan blanco (1992), Mañana en la batalla piensa en mí (1994). También tiene una trilogía muy ambiciosa que se llama Tu rostro mañana (2009) que me parece que falta tiempo para tener un juicio sobre ella porque es un libro muy peculiar, tiene más de 1.500 paginas 3 tomos, cuesta mirarla con atención”.
Por lo demás, son nombres de libros muy poéticos, no tan directos, lo que muestra una intención de ir más allá de simplemente contar una historia.
Javier Marías tuvo una interesante faceta como traductor, en el que pasó al castellano títulos de la literatura anglosajona, como Tristram Shandy, de Laurence Sterne (Alfaguara, 1978), por el que recibió el Premio Nacional de Traducción, en 1979. También tradujo a Thomas Browne, John Ashbery, William Butler Yeats, Thomas Hardy. “Tradujo a escritores ingleses muy difíciles. Tuvo poco una relación poco fluida con Latinoamérica, más bien era europeizante. Pero fue muy leído acá en Latinoamérica. Es la fascinación de lo indiferente”, acota Rivas
También fue miembro de número de la Real Academia Española, desde 2008. “Fue un escritor excepcional, un traductor de relevancia, un lector increíble y un editor discreto y singular, pero sobre todo fue una de las personas más elegantes que he conocido en mi vida: la última vez que lo vi, me dio una clase magistral sobre usos y costumbres de la Real Academia Española mientras lo acompañaba a fumar, y prefiero recordarlo así, fumando y sonriendo / Y seguir leyéndolo, claro”, recuerda Pron.
Inmortal antes que laureado
Los medios españoles fueron enfáticos en destacar su trayectoria y reiterar un punto que duele en la Madre Patria: que no ganó el Premio Nobel de Literatura, al que fue candidato. “España llora la muerte de Javier Marías, un grande que se va sin Nobel”, escribió el ABC; y El Mundo realizó una nota con los premios que no obtuvo, incluyendo el Cervantes. Pese a ello, le fueron otorgados otros igualmente relevantes, como el Premio Herralde de Novela, en 1986, por El hombre sentimental; el Premio Rómulo Gallegos, en 1995, por Mañana en la batalla piensa en mí; o el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.
“Merecía haberse ganado el Nobel, pero eso da lo mismo -señala Matías Rivas-. Esas son obsesiones de gente que no lee. Lo que pasa es que los españoles hace tiempo que no tienen un Premio Nobel. Lo merecía y estoy seguro que debe haber estado alguna vez entre los finalistas. Era muy universal. Esta afición de definir la calidad de un escritor por los premios es una apreciación poco literaria, no creo que a él le haya importado tanto. Marías quería ser un escritor muy ambicioso, si ves la cantidad de páginas, la técnica invertida en hacer sus libros, es muy ambicioso. El Premio Nobel me parece que es poco al lado de esas ambiciones. Creo que quería ser inmortal más que un Nobel”.
De hecho, Marías se dio el lujo de rechazar el Premio Nacional de Narrativa de España 2012 por Los enamoramientos. Algo que en la previa, había señalado, puesto que no quería ser “favorecido por este o aquel Gobierno”. Incluso, tuvo palabras muy duras para el entonces primer ministro español, el conservador Mariano Rajoy: “Hasta cierto punto, parece una réplica del Presidente del Gobierno Rajoy. Personalmente, siempre me ha parecido un cabeza hueca, y así lo he manifestado en alguna ocasión: un hombre sin ideas y desde luego sin ímpetu, sin capacidad para entusiasmar a la gente, ni siquiera para crearle ilusión o esperanzarla”.
En una columna de 2011, en El País, se explayó sobre lo poco que le importaban los galardones. “Algunos muy buenos escritores han sido galardonados con los premios oficiales -el Cervantes, el de las Letras, el Nacional-, pero también muchos medianos y malos. En cambio se murieron sin obtener ni siquiera el último -el de menor categoría- Juan Benet, Jaime Gil de Biedma y Juan García Hortelano, y los tres eran ya sexagenarios. Lo mismo le pasó a mi padre, Julián Marías, y él murió nonagenario”.
Por ello, para él lo importante eran la escritura y los temas que tocaba. “(Escribo de) las cosas que me preocupan como ciudadano. Hay muchos temas de actualidad que yo dejo pasar absolutamente del todo. Escribo de aquello que a mí me parece particularmente grave, peligroso, injusto o estúpido. Evidentemente, a veces me equivoco o puedo ir muy a contracorriente”.
Marías vino a Chile en marzo de 2009 a recibir el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso y en ese mismo periplo también se presentó en el Ciclo La ciudad y las palabras, que organizan la Universidad Católica y La Tercera.