Jean-Luc Godard siempre intentó que sus reflexiones y puntos de vista llegarán a la pantalla. Y en ese tono, su activismo político fue parte esencial.

De hecho, se ganó larga fama por sus firmes convicciones de izquierda, lo que plasmó en varias de sus cintas, algunas consideradas expresiones demasiado “proselitistas” por parte de la crítica.

Y también tuvo ese acento en sus decisiones. ¿Una de las más célebres? Cuando en mayo de 1968 logró boicotear junto a sus compañeros de generación el Festival de Cannes.

Un mayo tormentoso

En el simbólico mayo de ese año, los estudiantes parisinos, hastiados de la situación social y política del momento, impulsaron numerosas manifestaciones en las calles de la ciudad.

Además de la causa común obrera y estudiantil, el mundo del cine tenía otra muy cercana que apoyar: el respetado estudioso Henri Langlois había sido despedido de su puesto como responsable de la Cinemathèque Française por el ministro de cultura André Malraux, escritor considerado por la izquierda como el brazo armado del gaullismo. Directores como Buñuel, Kubrick, Resnais, Truffaut o, por supuesto, Jean-Luc Godard protestaron airadamente por esta decisión tras la que intuían motivaciones políticas. Langlois fue readmitido.

Godard en 1985. REUTERS/Eric Gaillard

El asunto tenía caldeado los ánimos y contribuyó a algo más: para el 13 de mayo se convocó a una huelga general que culminaría con una manifestación de 200.000 personas y la toma de la Sorbona, lo que marcaría el principio de la gran escalada de huelgas y disturbios del mayo francés.

En este contexto explosivo, en la Costa Azul se inauguraba como si nada la vigésimo primera edición del festival de Cannes. Los realizadores más rebeldes del cine francés, quienes habían apoyado las marchas estudiantiles, lo encontraban impresentable: una cita adscrita a la pompa y el glamour no podía desarrollarse como si el mundo siguiera su marcha habitual.

Para colmo, la película de apertura era Lo que el viento se llevó, un blockbuster rodado 30 años atrás, el que desde el punto de vista estético y creativo no guardaba relación con los nuevos aires que el cine francés quería difundir en Europa.

El día 17 de mayo, a tres jornadas del cierre del festival, se reunió en París una asamblea improvisada bajo el nombre de los Estados Generales del Cine, a modo de guiño a la famosa Revolución de 1789. Los más de mil estudiantes y profesionales del cine que la componían solicitaron formalmente la interrupción del festival.

Pero la dirección del evento hizo oídos sordos. No se hicieron cargo de la apremiante solicitud. Al día siguiente viajó hasta allí una delegación de la que formaban parte los directores Truffaut, Claude Berri y Godard: querían establecer su opinión y poner fin al certamen como fuere.

Aquel año se presentaban a concurso las últimas películas de directores tan prestigiosos como Milos Forman, Alain Resnais, Valerio Zurlini, Miklós Jancsó, Mai Zetterling o Carlos Saura. Y del jurado formaban parte entre otros Monica Vitti, Orson Welles, Roman Polanski y Louis Malle. Este último se dedicó personalmente a hablar con todos y cada uno de sus compañeros de deliberaciones para convencerlos de que debían abandonar su tarea, considerando que la mejor forma de terminar con el festival era que el jurado renunciara en bloque.

Aquel mismo día 18, durante un debate organizado en Cannes para discutir sobre el asunto Langlois, de lo que se terminó hablando era cómo boicotear la cita.

Truffaut intervino e hizo un llamado a no echar pie atrás: “Todo lo que es importante se ha parado, y los medios de comunicación deben anunciar que también Cannes lo hace”. Godard se sumó: “No hay una sola película (en Cannes) que muestre los problemas de los obreros y los estudiantes. Tenemos que demostrar la solidaridad del cine con el movimiento obrero y estudiantil de Francia, aunque sea con retraso. Y la única forma práctica de hacerlo es parando de inmediato las proyecciones”. Polanski, en cambio, se mostró más bien escéptico, al asegurar que aquellos métodos le recordaban al estalinismo que acababa de dejar atrás en Polonia.

Renuncias y cortinas

Hubo varios integrantes del jurado que renunciaron. Y ante ello, no le quedó más opción al resto que hacer lo mismo: Cannes se quedaba sin jurado para deliberar en torno a sus cintas. Muchas de las películas de la sección oficial fueron también retiradas por sus directores.

Después, en una gala donde se presentó la cinta española Peppermint Frappé, de Carlos Saura, todos los directores que complotaban contra el festival se subieron al escenario y exigieron a gritos que los proyectores no emitieran el largometraje.

El propio Saura terminó sumándose al escándalo. De hecho, se colgó de una cortina para evitar que se emitiera la cinta. Godard y Truffaut lo imitaron. “Era una cortina enorme, y el motor debía ser muy potente, porque estaban todos colgando de ella como si fueran un racimo de uvas”, recordaría Polanski. “Era todo grotesco, y la gente estaba encantada viéndolo porque resultaba divertidísimo”. Hubo también golpes y forcejeos entre cineastas y organizadores.

Finalmente, Godard y los suyos lograron su objetivo. Peppermint Frappé no se proyectó, y el festival se terminó de inmediato sin que se entregaran premios oficiales por primera y única vez desde el fin de la II Guerra Mundial.

Godard en 2004, en Cannes. REUTERS/Vincent Kessler/File Photo

Más tiempo tardó Jean-Luc Godard en asomarse de nuevo por Cannes: para él la década de los 70 estuvo marcada por la radicalidad política, en lo que es conocido por los cinéfilos como el “periodo revolucionario”, durante el cual sus cintas no se mostraban en los circuitos festivaleros habituales. Mucho tiempo después también fue el turno de rechazar a Hollywood, cuando no viajó a recibir un Oscar honorífico.

En cambio, las rencillas con Cannes se saldaron en 1980, con Salve quien pueda la vida. Desde entonces Godard ha concursado allí en otras seis ocasiones y fue galardonado en una de las últimas, por Adiós al lenguaje (Premio del Jurado de 2014).