Un detalle le llamó la atención al periodista Alfredo Sepúlveda, cuando se sumergió en las aguas de los documentos y libros de Historia, mientras reporteaba para la biografía que escribió sobre Bernardo O’Higgins, en 2007. “Me entusiasmo con las historias chicas, las subhistorias. Cuando revisé la Historia General de Chile de Diego Barros Arana me di cuenta que los pies de página, que tienen una letra minúscula, son muy graciosos. Son historias que para él probablemente eran satelitales, pero por algo las puso ahí”.
Esas microhistorias fueron el germen de un libro llamado Independencia, donde Sepúlveda reunió 7 crónicas históricas del período en que Chile logró su emancipación de la corona española, y que publicó de cara al Bicentenario, en 2010. Hoy, con un prólogo actualizado, vuelve a circular en una reedición a través de editorial Sudamericana.
También fue la ocasión perfecta para volver a trabajar sobre algunas de las crónicas. Así, por ejemplo, ocurrió con Detenido y desaparecido: el asesinato de Manuel Rodríguez, que trata sobre la muerte y extravío del cadáver del prócer, tema que hasta hoy, no tiene una explicación muy clara. Unos afirman que el guerrillero descansa en el Cementerio General, pero en TilTil, donde fue ultimado en 1818, aseguran que jamás se ha movido de la iglesia del pueblo.
“Hice una pequeña investigación para saber en qué está el tema de su cadáver, hace unos años hubo una pequeña polémica al respecto, porque no había claridad de si el cadáver que está en el Cementerio General es de él o no. La verdad, es que ahora todo está paralizado y no sabemos si es Manuel Rodríguez quien está en el Cementerio General, pero tampoco hay muchas razones para dudarlo”, señala Sepúlveda a Culto, vía Zoom.
¿Por qué le interesó escribir crónicas históricas?
Todo partió con mi libro sobre O’Higgins. En ese tiempo estaba leyendo muchas biografías y me gustaba mucho el género. Quise hacer una y pensé cuál era la persona conocida más desconocida posible, y ese era Bernardo O’Higgins, y creo que le achunté porque para entonces era una especie de mito no más. Cuando apareció, vine a llenar una necesidad de hacer divulgación histórica, pero desde el periodismo, no necesariamente desde la Historia, a la cual respeto mucho y también respeto mucho a los historiadores profesionales. El aporte desde el periodismo tiene que ver con la narración, que el estilo de escritura fuera entretenido, que tuviera enganches narrativos para que la lectura fluyera y el libro fuera una pieza estética en sí misma. Ese fue mi acercamiento a todos los libros de Historia que he hecho. Estos libros dieron la partida al fenómeno de la divulgación histórica.
Entre los capítulos, Sepúlveda narra las historias de personajes relevantes en el proceso independentista: Mateo de Toro y Zambrano, Lord Cochrane, además de historias como la de aquellos chilenos que se mantuvieron leales a la corona española. Pero quien se roba la película es Ramón Freire, acaso uno de los ilustres olvidados de nuestra Historia. Sepúlveda lo pone en primera persona, carcomido por un cáncer, relatando su vida a un grupo de estudiantes en práctica que manda Barros Arana. “Es el gran héroe desconocido de la independencia de Chile”.
¿Por qué pasó eso?
Porque Barros Arana le disminuye el rol que tuvo. Era un O’higginista 70 años después de los hechos y Freire terminó como el gran enemigo de O’Higgins. Barros Arana lo pone como una especie de ayudante medio neutro de O’Higgins, como que no tuviera ideas propias. Pero después de O’Higgins, Freire tuvo un rol importante: fue Director Supremo, fue el hombre fuerte de Chile, la clase política recurrió un par de veces a él para que la salvara, asume una causa que ni siquiera era suya y pierde estrepitosamente en la batalla de Lircay, en 1830. Tiene una vida interesante en el exilio, pasa por Tahiti, va a Australia, y complota contra la República aliándose con Andrés de Santa Cruz, el líder de la Confederación Perú-Boliviana. Lo perdonan y termina en Chile después de mucho andar. Me llamó la atención que vivió gran parte de su vida con una enorme cicatriz en el rostro, producto de un balazo que recibió casi en la cara, porque también fue marino, fue corsario. Hay una anécdota: en una de sus aventuras, lo tomó una ola, lo botó al mar, dio la vuelta por debajo del barco, ¡y la misma ola lo depositó en el barco! Una vida muy cinematográfica, por eso me interesó mucho.
Usted también ha publicado libros de otros períodos de la Historia de Chile, como de la Unidad Popular. ¿Qué lecciones cree que la Historia puede dar en este particular momento del país?
Yo creo que hay que mirar la historia como un relato del pasado, no hay que esperar que nos dé lecciones. Sí hay que observarla y eso puede llevar a reflexiones pero siempre tienen que ser contemporáneas. Yo no creo en la idea marxista de que la Historia se parece a la ciencia y tiene unas leyes, no creo que la historia se repita. Sin embargo, por ejemplo, el período de la Unidad Popular nos sirve para entender este Chile actual. Entre las similitudes, había una sensación generalizada, en 1970, de que el modelo desarrollista que venía existiendo en 1932 ya no daba para más, y que era un modelo injusto, la izquierda le llamaba una democracia burguesa. Pero ese diagnóstico era bastante equivocado, aunque tenía parte de realidad porque el modelo desarrollista no había conseguido aligerar a Chile de una pobreza sustancial, por eso mucha gente estaba enojada, pero no significa que el modelo no hubiera hecho nada, porque ese modelo había creado una clase media que fue la que se volvió contra Allende. Y eso se puede llevar al juicio que se tiene de los 30 años, por ejemplo. Esa era tuvo muchos problemas, muchas fallas, pero volvieron a crear una clase media mucho más amplia que la del modelo desarrollista, y que se expresó en los resultados del Plebiscito del 4 de septiembre. Lo que sí son cíclicas en nuestra historia son estas narraciones de echar para abajo el período anterior, y resultan no ser tan adecuadas y nos conducen a los ciclos de crisis política que experimentamos cada 40 o 50 años.