El vestido flamea. Los flashes se suceden unos a otros, formando una estela enceguecedora. Los operadores que acompañan la escena hacen su trabajo. La estrella hace el suyo, posar, sonreír, derrochar sensualidad, lucir como si estuviera viviendo su mejor momento.
¿Pero goza de su mejor momento? Los 166 minutos que vienen se dedican a refutar ese punto, deconstruyendo a su personaje central hasta fronteras insospechadas. Si en 2011 Mi semana con Marilyn se erigió como un drama sobrio sobre las tensiones entre Monroe (Michelle Williams) y Laurence Olivier (Kenneth Branagh) durante el rodaje de El príncipe y la corista, Blonde (Rubia en español) es otra clase de animal cinematográfico.
El director Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) la definió como la historia de “una niña no deseada que se convierte en la persona más buscada del mundo y no puede lidiar con todo ese deseo que se levanta sobre ella”.
Ese trauma infantil se expone durante los primeros instantes de la película que se estrena este miércoles 28 en Netflix. A comienzos de los años 30, Gladys Pearl Baker (Julianne Nicholson) le cuenta a su hija sobre la existencia de su padre, un hombre que, asegura, volverá en algún momento pese a que jamás le había hablado de él.
En esa escena el espectador asiste al momento en que la progenitora perderá toda cordura y, sobre todo, al germen de la disociación de la persona que más tarde protagonizará La comezón del séptimo año (1955) y Una Eva y Dos Adanes (1959).
“Norma es el yo real. Marilyn es tanto la armadura como la prisión en la que reside Norma”, planteó el cineasta en la última edición del Festival de Venecia, donde la cinta se ganó 14 minutos de aplausos.
Aquella tesis no es propia: ya estaba en la novela que la escritora Joyce Carol Oates publicó en el año 2000, en la que se basa el largometraje, pero su despliegue en imágenes no deja de impactar. La mirada de Domink es incisiva, a ratos poderosa y sin temor a los excesos y a las secuencias de contornos surrealistas, propia de un realizador que filma como si se le estuviera yendo la vida en ello.
Cuenta con una gran aliada: Ana de Armas. La actriz cubano-española no busca imitar a Marilyn / Norma Jean, sino que se pone al servicio del febril viaje de la película, como el insumo más trascendental de sus casi tres horas de extensión.
Poco importa que su parecido físico no sea total, porque la cinta nunca juega en una dimensión realista y está indagando en algo más amplio: la capacidad de un sistema para hacer añicos a sus mayores personalidades femeninas.
Eso no quiere decir que Blonde no mantenga cierto rigor histórico. Están los hombres que fueron importantes en su vida: Charles “Cass” Chaplin Jr. (Xavier Samuel), el hijo de Charlie Chaplin; el beisbolista retirado Joe DiMaggio (Bobby Cannavale), su esposo durante menos de un año, y reputado dramaturgo Arthur Miller (Adrien Brody), su marido hasta un año antes de su muerte. Están los largometrajes que la convirtieron en leyenda y las fotografías con la que pasaría a la posteridad, así como el retrato de los peores vicios de Hollywood.
El debate apenas ha comenzado. Es un filme destinado a generar opiniones dispares, a irritar a quienes esperan un acercamiento biográfico convencional y a generar admiración (o al menos curiosidad) entre quienes aprecian cualquier intento arrojado por capturar a una figura más grande que la vida. No es una película fácil. Tampoco lo fue la existencia de Norma Jeane Mortenson.