Si hubo un momento estelar en la poesía chilena, fue la bisagra que unió el final de los 70 con el inicio de los 80. Con la dictadura militar de fondo, Nicanor Parra publicó Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979); Enrique Lihn se anotó con París, situación irregular (1977), A partir de Manhattan (1979) y su fundamental Al bello aparecer de este lucero (1983). Desde Valparaíso, Juan Luis Martínez había revolucionado el panorama literario con los experimentales libros y artefactos La nueva novela (1977) y La poesía chilena (1978). Además, ya estaban circulando los poemas de Diego Maqueira, en especial La Tirana (1983), y un nombre clave despuntaba en las artes visuales y publicaba el poemario Variaciones ornamentales (1979): Ronald Kay.
Fue en ese bullente contexto creativo, que además vio el surgimiento del Colectivo de Acciones de Arte (CADA), con sus intervenciones en el espacio público, cuando apareció el nombre de Raúl Zurita Canessa. En 1979 publicó su primer libro, Purgatorio, un debut muy comentado y celebrado. Luego, en 1982, llegó a las librerías Anteparaíso. Con ese título, su autor comenzó a estampar su nombre como uno de los fundamentales poetas chilenos.
Hoy, 40 años después, Anteparaíso llega a las librerías en una nueva edición publicada vía Lumen. Como lo hizo también con La vida nueva (original de 1994), este libro anota su “Versión final”, en un ejercicio retroactivo que el mismo autor hizo de su obra. Ello lo explica Vicente Undurraga, quien trabajó en este edición: “Hace mucho que la obra de Raúl Zurita se lee, reedita, antologa y traduce mucho y es natural que esté sujeta a revisiones y reordenamientos por parte del autor. Ahora, Zurita preparó para Lumen esta versión definitiva. Es la posibilidad que tiene el autor de enfrentarse con la distancia de casi medio siglo a un texto tan trascendente de nuestra poesía y tratarlo como lo que es: un ser vivo, susceptible por lo tanto de ajustes y mejoras, si bien esta edición está hecha ya con la idea de dejarlo fijado, en ‘versión final’ como el mismo Zurita indica. Son en ese sentido cambios de autor, algunas modificaciones en la organización del libro, un par de enroques, de textos que entran y salen, pequeñas variaciones en poemas o versos. Pero en lo esencial yo diría que es el mismo alucinante libro de siempre”.
Para el poeta y crítico literario de Culto, Matías Rivas, Anteparaíso es un libro ineludible del canon. “En mi opinión, ese libro y Purgatorio son dos libros fundamentales del habla hispana. Hay un nuevo modo de expresión y que fue inmediatamente reconocido. Acá se consolida y expande el estilo Zurita. Crece y se hace mayor. El segundo libro siempre es muy importante para un escritor, porque se ve hasta qué punto va a cambiar de estilo, va a insistir en lo mismo, o se va a amplificar. Acá se ve que continúa con lo que había hecho, haciéndolo crecer y dándole otro aliento. Es un libro triste, pero menos feroz que Purgatorio, que estaba más cerca de la locura y que es mucho más duro. Además, tiene algo lírico que lo hace muy fascinante para los lectores”.
“Es un libro clave dentro de su obra -añade Undurraga-. Todo lo que hace de Zurita un poeta irrepetible, esa mezcla de lenguaje descriptivo y voz alucinada, de grandes geografías y sueños y amores desgarrados, de violencia y belleza, está ahí plenamente, como antes en Purgatorio o después en Zurita. Su voz tan característica, digamos, ya aparece de cuerpo entero en esos inolvidables versos iniciales: ‘Como en un sueño, cuando todo estaba perdido / Zurita me dijo que iba a amainar / porque en lo más profundo de la noche / había visto una estrella’”.
En sus páginas, Zurita trabaja con el paisaje de Chile. Hay una serie de poemas que se titulan Las playas de Chile, una sección llamada Cumbres de los Andes, y hay poemas como Ojos del salado o Nieves del Aconcagua. Incluso, para esta edición se incluye al final un poema inédito llamado Cuarenta años después, Pupelde, Chiloé, ambientado en la isla grande del sur. “Ese precioso poema es nuevo, está situado en Chiloé, y yo lo leo como eso, una aparición, una imagen desde el presente del poeta que mira las nubes sureñas alargarse tras la ventana”, señala Undurraga.
Cuando recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016, Zurita inició su discurso de agradecimiento con una frase que parece una declaración: “Chile, mucho antes de ser un país, fue un poema”, haciendo a referencia a La Araucana, de Alonso de Ercilla y Zúñiga, quien hablaba de “Chile fértil, provincia señalada, en la región antártica famosa”. La mención no fue casal.
“El paisaje es uno de los grandes temas de la poesía chilena, junto con la ciudad –explica Rivas–. Hay que pensar en el verso de Nicanor Parra cuando dice que Chile no es un país, es un paisaje, uno lo ve también en Pablo Neruda, en Gabriela Mistral o en Jorge Teillier. Pero este libro es original, se ubica en un lugar nuevo. Zurita marca un momento en la historia de la poesía chilena, con el tema de los desiertos, los pastizales, las montañas, los resiginifica”.