Desde sus nuevos videos, Tame Impala es ahora un grupo de tres australianos con peinados de otro tiempo. ¿A qué suenan hoy los de Kevin Parker? El trío que completan Jay Watson y Dominic “Bambi” Simper, miembros del conjunto desde sus inicios en Perth, todos multiinstrumentistas, de a poco se fue distanciando del mote de rock psicodélico que ostentaba desde Innerspeaker (2010), su primer disco.
Es como si los Beatles de Revolver (1966) hubieran cambiado de dealer, decía la prensa especializada a la altura de Lonerism (2012). Otros los apuntaron como responsables de un fenómeno en ciernes: que el rock psicodélico volviera a sonar en las casas.
Es que todo el mundo, vamos a decirlo, salió asombrado de sus conciertos. Cancamusa, la cantautora chilena y baterista de Mon Laferte, contó a Culto que uno de los mejores shows que vio en su vida fue el de los australianos en Coachella.
—Visuales psicodélicas, una especie de nave espacial en medio del escenario y el mejor sonido en vivo que he escuchado —dijo la valdiviana—. De hecho, cuando terminó el concierto, el público se dio vuelta para aplaudir efusivamente al sonidista.
Algo parecido piensa la locutora de Rock&Pop, Macarena Hansen, quien los vio en Lollapalooza 2016:
—Son capaces de traducir un sonido que es muy de estudio en un contexto de concierto. Su música es de mucho detalle, mucho efecto y mucha atmósfera, cualidades que no siempre son fáciles de recrear en el escenario —dice la periodista—, pero Kevin Parker no es solo un perfeccionista de laboratorio, también es un showman.
El periodista de Rolling Stone, Joaquín Vismara, los vio en cada una de sus visitas a Buenos Aires, según detalla, “por su cuenta en 2012 y 2013, y como parte de los festivales Music Wins y Lollapalooza en 2014 y 2016”:
—Desde el primer momento me atrajo saber que esa psicodelia analógica y valvular había sido grabada e interpretada por Kevin Parker en soledad, y siempre me fascinó la reproducción fidedigna de cada sonido y textura al momento que llevaban las canciones al escenario —dice a Culto—. Los shows de Tame Impala están en algún punto intermedio entre los happenings lisérgicos del Swinging London y la meticulosidad del rock progresivo con su artillería de equipos, instrumentos y efectos. Entre una cosa y otra, la intención es (sobre)estimular los sentidos del espectador de manera hipnótica sin descuidar la melodía pop.
El crítico musical Andrés Panes también los vio en Lollapalooza y recuerda algunos detalles de la presentación:
—Me pareció estar viendo una máquina, Kevin Parker hacía todo perfecto. Se veía todo muy controlado, muy perfeccionado y pulido —asegura el autor de Un viaje por la música (SM, 2019)—. Era un poco clínico incluso, pero súper bueno. Era glam, a ratos, en las cosas antiguas, después pop sintetizado. Todo el texturado del disco Currents logrado de una forma… no, un trabajo superlativo y una puesta en escena perfecta.
Algo parecido vio el periodista Cristóbal Bley:
—Su sonido, en particular el alcanzado en su disco Currents, que fue el que estaban promocionando esa tarde de Lollapalooza, me interesa porque consigue darle groove y melodías silbables a atmósferas o sensaciones más bien desoladas. Se nota que es la obra de un solista ensimismado porque es música que parece hecha para bailarse en soledad.
Precisamente el manejo del tiempo y el sonido, pero también los bajos pastosos y punzantes del Höfner, son sello patentado de los australianos. Otro secreto de su fórmula está en la densidad del fuzz, que revienta las guitarras de un tema como “Endors Toi”, y sobre todo un cantante inspirado en el Lennon de la fase lisergia.
—A veces me siento en la cima del mundo, casi como si hubiera creado un género completamente nuevo —dice Kevin Parker desde una entrevista con GQ—. Otras pienso que estoy haciendo la misma mierda de siempre.
Un lugar distinto
A la altura de Currents (2015), eso sí, las guitarras salpicadas de pedales tocados descalzos cedieron el protagonismo y lo que predomina al escucharlos es la confusión. ¿Son canciones para bailar o para descubrir estados mentales?
Hace un tiempo Kevin Parker (1986), cerebro del grupo, aclaró el asunto. Un día, conduciendo por Los Ángeles bajo los efectos de la cocaína y unos hongos, se dio cuenta de lo magníficos que sonaban los Bee Gees. Aquel momento de epifanía lo inspiró a cambiar el sonido que buscaba en Currents. ¿Qué escuchaba el hombre de “The Less I Know The Better”?
—Se parece a la idea de ser arrastrado a otro lugar —contó entonces—, un sitio que no es ni mejor ni peor. Solo es distinto.
El tema drogas, asegura, va de la mano de la música. “No fumo tanta hierba como la gente que consume regularmente, solo un porro de vez en cuando si estoy grabando”, cuenta el australiano en un video. “No es que lo necesite”, asegura el músico, “y en algunas personas genera un efecto opuesto, pero he percibido que en mí suscita una creatividad distinta”.
Según Kevin Parker, así piensa melodías más fácilmente y hay más posibilidades de que le parezcan alucinantes.
—Es como subir el volumen de las ideas en tu cabeza —dice confiado—, pero es muy probable que aparezca tanto una mala idea como una buena, así que no lo hago si quiero pensar racionalmente. También se bebe mucho.
Algo de eso tiene The Slow Rush, su disco lanzado este año, un oxímoron de título (la prisa lenta) que alude al elemento caprichoso del tiempo:
—Habla de cómo nos afecta y nos hace sentir, ya sea porque estamos nostálgicos y lamentamos algo que hicimos o que dejamos de hacer, o porque estamos preocupados por el futuro, por no saber qué va a pasar, o por saberlo.
Hace dos años, cuando Parker había arrendado un piso en Malibú para encerrarse a componer The Slow Rush, coincidió con la terrible ola de incendios que asoló California. Apenas supo que debía evacuar la casa y hubo que decidir qué se llevaba, el músico agarró dos cosas: el computador con sus recientes grabaciones y el mencionado bajo Höfner. Todo lo demás acabó hecho cenizas, como recuerda en su Instagram.
En sus entrevistas Parker, quien vive entre Fremantle, en Australia, y Los Ángeles, en el hemisferio opuesto, habla con naturalidad de la vez que, tras sentir el efecto de unos hongos durante una fiesta de cumpleaños, enterró uno de sus premios ARIA (el equivalente al Grammy en Australia) en el patio de su casa. “Sigue ahí y no lo pienso mover. Es como una cápsula del tiempo”, dijo a GQ.
—Si vendo la casa, tal vez dentro de muchos años alguien de otra civilización lo desentierre y se pregunte: “¿Quién habrá sido ese tal Kevin Parker?”.
Ese tal Kevin Parker
En el reciente The Slow Rush (2020), un disco donde es realmente difícil reconocer el sonido de una guitarra, la mira de Tame Impala se movió hacia otra potencia del pop.
Según Parker, quien tiene la particularidad de componer y grabar él mismo cada sonido y escribir cada letra de sus discos, su interés estaba puesto en emular el trabajo del sueco Max Martin (1971).
Algo de aquello se pudo ver en el programa BBC Radio 1, donde Tame Impala mostró una versión para “Say It Right” de Nelly Furtado, un tema trabajado por Timbaland, otro productor de peso que también ha seguido las ideas del arquitecto del sonido de Britney Spears, Taylor Swift y Katy Perry.
La cita a Max Martin no es casual. El creador de algunas de las melodías pop más famosas, es el tercer escritor con más números 1 en la historia, superado únicamente por Paul McCartney y John Lennon. En cuanto a productores, es el segundo, a solo tres créditos de George Martin, el inimitable socio musical de los Beatles.
Ese abanico de posibilidades y puntos de partida, sobre el origen de su propio sonido, atraviesa los discos de Tame Impala.
La soledad de nuestra era
Hoy, cuando los australianos vienen de encabezar grandes festivales y son la cara visible de un videojuego de masas como FIFA 21, la discografía de Kevin Parker parece no tener un solo pegamento. A la sensación de melancolía y ensueño que heredó de My Bloody Valentine, los críticos señalaron que Tame Impala emplea la instrumentación del rock para hacer música electrónica, repetitiva, hipnótica.
De hecho en su debut, Innerspeaker, algunas guitarras suenan como sintetizadores, y la batería aparece como si hubiese sido sampleada.
Hace tiempo que Parker trabaja como un productor de rap, mezclando y superponiendo capas de sonidos y haciendo síntesis entre todos los elementos. La diferencia es que no usa samples, sino que graba él mismo cada beat y secuencia.
Entre toda esa vorágine, para él la única certeza es que la música siempre ha sido un refugio emocional. Cuando era pequeño, sus padres se separaron, se reconciliaron años después y volvieron a romper. Durante ese lapso, Parker y su hermano iban y venían de una casa a otra.
—Asumí que la vida era así, no tenía con qué compararlo y no sabía que otras personas disfrutaban de situaciones familiares más felices.
Fue cuando las canciones se apoderaron de su vida. “También tenía otras inseguridades como persona y la música fue como una cura instantánea para todo”, contó.
Su padre se mantuvo firme para que entrara a la universidad a estudiar, y Parker se matriculó en Ingeniería y luego Astronomía, aunque no llegó a titularse. En su lugar, tomó el lugar de músico en varias bandas y en 2007 armó Tame Impala, colgó unos temas en MySpace y allí lo descubrió el ejecutivo de un sello discográfico.
De pronto, se vio con un álbum entre manos y sus sentimientos más profundos —la incertidumbre del tiempo, el aislamiento y la incomunicación— empezaron a conectar con otros. Y él comenzó a sentirse menos solo.
—Al principio escribía canciones un poco personales, pero al ver que la gente respondía y que algunos me contaban que mi música les había ayudado en situaciones difíciles, quise abrirme cada vez más porque eso también me ayudaba a mí —contó el músico.
Esa capacidad para capturar “la-sensación-de-soledad-impulsada-por-la-tecnología-de-nuestra-era” fue una de las razones por la que VICE los nombró “Artista de la década”.
No es el único elogio que han recibido de los medios: revistas inglesas como NME, Mojo y Classic Rock también han alabado a la actual escena australiana, liderada por Tame Impala, como “la mejor elaborada” del planeta. Y The Slow Rush, entre otras credenciales, fue nominado a Mejor Álbum de Música Alternativa para los próximos Grammy, donde también compiten en Mejor Canción de Rock con “Lost in Yesterday”.
“Coincido parcialmente con el criterio”, dice el periodista argentino Joaquín Vismara, “sí creo que Kevin Parker merece un reconocimiento por tomar elementos en cierto modo marginales para crear una música que nadie hubiera jamás imaginado podría volverse popular. No sé si pondría a la tecnología como parte de esa ecuación”.
Luego sigue: “Por un lado, son herramientas de las que Tame Impala ha hecho cada vez más uso; por el otro, la soledad que muchas veces evoca Parker tiene más que ver con el ritual químico. ‘Hay una fiesta en mi cabeza y nadie está invitado’, canta en ‘Solitude is Bliss’”.
Para el periodista de Rolling Stone y La Nación, “quizás el calificativo sería un poco más preciso si encasillase a Tame Impala dentro del rock en particular, y de esa manera compartir el cetro con Lorde —‘el futuro’, según el propio David Bowie— y Kendrick Lamar, también responsables de derribar barreras y crear sonidos más universales en tiempos en los que el corset de los géneros musicales por suerte está cada vez más en desuso”.
El director de Radio Concierto, Sergio Cancino, opina parecido. “Siento que la década fue más pop, que esa sensación de ‘soledad impulsada por la tecnología’ respira mejor en discos como Melodrama de Lorde o en el debut de Billie Eilish”, dice el periodista.
Luego sigue: “Me parece que Tame Impala reina en otro territorio: la retromanía, que definió Simon Reynolds. Son un espejo caleidoscópico del rock pasado. Su psicodelia pop para el nuevo milenio es sólida, a ratos brillante, con imágenes muy icónicas en un sentido casi setentero, basta ver las tapas de sus discos. Siento que es su gran mérito, pero dudo que en el 2040 definamos la década con su obra”.
La escritora Carmen Duarte aporta otros nombres a la ecuación: “Creo que Tame Impala conjuga bien algo en apariencia improbable: lo bailable, la psicodelia y esa sensación de distancia emocional que evoca su sonido procesado en una multiplicidad de capas”, dice la crítica musical.
“Hay algo triste y festivo al mismo tiempo en los beats y voces en fuga, que lo empareja con otros proyectos contemporáneos, también casi unipersonales, como Ariel Pink, Toro y Moi o Wild Nothing, que han podido traducir en formatos pop la melancolía exuberante de estos tiempos digitales, dejando espacio para la belleza, el baile y el escapismo. Algo que en días de pandemia añoramos más que nunca”, añade.
“¿Tame Impala captura esa sensación de soledad impulsada por la tecnología? Estoy de acuerdo con lo que dicen, pero para mí no es serio no poner a Drake en esa categoría. Es el artista de la década”, asegura el crítico musical Andrés Panes.
Luego agrega: “Mark Fisher le asignó un rol similar a lo que dice Vice sobre Tame Impala, aunque lo de Drake tiene más que ver con la alienación del hombre que lo tiene todo. Que es una sensación producto del avance del capitalismo tardío. A él le daría esa distinción, de artista de la década. Todo bien con Tame Impala, pero Drake es lo más parecido que tenemos ahora a Michael Jackson”.
“No estoy de acuerdo y estoy de acuerdo”, dice el periodista Cristóbal Bley. “No creo que sean el artista de la década, porque tampoco creo que esta década tenga un artista. Su punto alto, Currents, llegó justo en el medio y definió con mucha precisión y espontaneidad —a pesar de la obsesiva rigurosidad de Parker— eso que destaca Vice, la dispersión y el sinsentido de la vida ultratecnologizada, pero así y todo no parece haber sido suficiente, por más que hasta Rihanna cayera rendida por sus sintetizadores, como para marcar indeleblemente estos últimos años musicales”.
Si bien, en sus inicios contaron con el abrigo de un sello fuerte en la escena independiente, como Modular Recordings, fue en 2015 cuando dieron el salto al gran público de la mano de Currents, el disco que los llevó a ser cabezas de cartel en Coachella y, curiosamente, el que recompone la vida personal de Kevin Parker tras su separación.
Esa síntesis, sobre el trasfondo de la música del conjunto, atraviesa la discografía de la que sea —tal vez— la última gran banda.