Amenazó con irse. Para 1969, el peruano Mario Vargas Llosa tenía un nombre como uno de los puntales del Boom Latinoamericano, y ante sus ojos estaba leyendo a la futura gran promesa. Un hombre que había publicado su primera novela en 1968 y la postulaba para el Concurso Biblioteca Breve Seix Barral. Pero indignado con lo que estaba leyendo, el autor de La ciudad y los perros le comunicó al resto del jurado que no seguiría en funciones si ganaba “ese argentino que escribe como Corín Tellado”.
Ese trasandino era Manuel Puig Delledonne, quien pocos años antes estaba trabajando como aeromozo de Aerolíneas Argentinas y había estudiado cine. Un amigo de esos años, el cineasta Néstor Almendros le pasó el manuscrito de su obra prima, La traición de Rita Hayworth, a Juan Goytisolo, de la editorial francesa Gallimard, que la publicó en Francia con buena aceptación. Este lo publicó, luego pasó al concurso de Seix Barral, que finalmente no ganó, aunque se publicó en Argentina.
Hoy, y para conmemorar los 90 años del natalicio de autor, la casa editora Seix Barral se encuentra publicando nuevas ediciones de las novelas del autor trasandino. En nuestro país ya se encuentran recientemente reeditadas Boquitas pintadas (1969) y The Buenos Aires Affair (1973). Para este mes de octubre están contemplados los títulos La traición de Rita Hayworth (1968), El beso de la mujer araña (1976) y Pubis angelical (1979); y para diciembre, Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980). Los volúmenes incluyen prólogos de autores actuales, como Bob Pop, María Dueñas, Camila Sosa Villada o Mario Mendoza.
A pesar de los deseos de Vargas Llosa, con La traición de Rita Hayworth Manuel Puig comenzó a hacerse un nombre. En ese libro comenzó a definirse uno de los rasgos característicos de sus obras, así lo explica a Culto la critica literaria y académica, Soledad Bianchi. “En su escritura, Puig incorpora a la clase media. La traición de Rita Hayworth es una crítica brutal al arribismo de la clase media. Además, suma personajes populares”.
El libro trata de las vivencias de los habitantes del pueblo ficticio de Coronel Vallejos, que en rigor, no es más que el disfraz de General Villegas, su villorrio natal, en el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires. Todo a través de cartas, relatos y reflexiones de los personajes. Ahí, da cuenta de la sequedad que veía a diario.
“Allí donde empieza la pampa seca, las cosas se ponen muy serias porque no hay agua. No hay agua que corra a la vista, todo es muy seco...Aquello es de miedo, porque es la ausencia total de paisaje, es una planicie perfecta, el horizonte es una recta, y no crece nada...El mar está a mil kilómetros, el mar a mil kilómetros, todo está lejos. La persona que nace y se muere ahí no ha visto nada. Nada más que lo que le dan en el cine”, recordó el mismo autor en una entrevista con la televisión española, de 1977.
“Además de esa naturaleza, el clima humano era también muy especial. La vigencia total del machismo. Ahí estaba aceptado que debían existir fuertes y débiles, lo que daba el prestigio era la prepotencia, lo que realmente hacía respetar a alguien era que gritara fuerte. la escuela de todo ese sistema de explotación estaba en las parejas mismas...yo rechacé todo eso, me pareció demasiado desagradable. traté de ignorar esa realidad y tomar al cine como mi realidad. El pueblo era como un western, una película que había ido a ver por error”.
“Entonces, me aconsejaron escribir en mi idioma, en lo posible, sobre algo que yo conociese, sobre alguna experiencia mía. En ese momento, lo único que recordé con claridad fue la voz del personaje, lo que decía. Entonces, empecé a escribir y por primera vez me surgió un material sin esfuerzo. Cuando me quise acordar, tenía 30 páginas escritas”, recordó el mismo autor en una entrevista con la televisión española, de 1977.
Literatura de segunda
Desde España, Jesús Rocamora, editor de Seix Barral, comenta a Culto los rasgos principales de la escritura del trasandino: “Su literatura no se parece a nada. Tan popular y accesible en sus temas como vanguardista a la hora de apropiarse de otras formas de alta y baja cultura, Puig escribió haciendo suyos los lenguajes del cine, del folletín, de las radionovelas, de los tangos y los boleros, de las revistas femeninas, de las cartas de amor, incluso de los chismes y de las conversaciones familiares, para dar con una literatura que no se parece nada, que nunca encontró acomodo en ningún círculo y que tampoco ha tenido continuidad después de su muerte”.
Soledad Bianchi complementa: “Puig usó formas literarias que de alguna formas eran consideradas subliteratura o cultura de masas. En ese tiempo, en la década la cultura de masas era considerada distinta a la cultura de élite. Estas formas no eran consideras serias, la novela romántica, el folletín, las películas de segundo orden. Muchos escritores que querían ser conocidos no iban a escribir eso. Por ejemplo, autoras como Agatha Christie eran consideradas de segunda categoría”.
“Era un fanático de cine, le gustaba la cultura de masas, y la incorporó a la literatura -añade Bianchi-. Después, el posmodernismo borró esas fronteras, hoy nadie considera secundario hablar de música popular en una novela. Hay muchas que la incorporan, como el portorriqueño Luis Rafael Sánchez, con La guaracha del Macho Camacho (1976)”.
Rocamora complementa: “También diría que una preocupación por dar voz a personajes como homosexuales, amas de casa, presos, empleadas del hogar y, en general, aquellos que eran mudos o relegados a personajes secundarios o terciarios en las grandes historias. Y, finalmente, la oralidad, la importancia del lenguaje coloquial. Algo que no es solo evidente en cómo Puig empapa los diálogos de esa musicalidad y elasticidad de la lengua hablada, sino que, además, es imposible concebir sus novelas sin entender que en gran medida nacieron de conversaciones reales y testimonios que el escritor iba recogiendo a lo largo de su vida”.
El mismo Puig comentaba sus gustos en una entrevista de 1979. “A mí, los géneros populares me tocan. El melodrama, la comedia musical, por ejemplo. Y trato de desentrañar los elementos válidos que puedan tener e incorporarlos en mis obra”.
De la traición al beso
Con La traición de Rita Hayworth, fue que comenzó su carrera, pero en 1969, Puig descolló con otra novela. Boquitas pintadas. Ahí su nombre comenzó a instalarse en el panorama literario. Años después, en 1984, cuando vivía en Brasil, el mismo autor recordó esos tiempos en una entrevista en Página 12. “Boquitas pintadas fue el libro que me hizo conocido. Pero esa primera etapa no es tan satisfactoria. Hay cierta amargura. Cuando entré al mundo de la literatura yo venía del mundo del cine, tan difícil. Donde expresarse implicaba la movilización de medios fenomenales. El cine era de pesadilla en oposición a la libertad que me daba la literatura. Durante los años de escritura del primer libro yo me sentía en un terreno muy especial”.
En el prólogo de la nueva edición de Boquitas Pintadas, la escritora española María Dueñasn lee con precisión la novela y desentraña su carácter folletinesco. “Sin miedo a ser tachado de frívolo o superfluo. Con libertad y desparpajo. A través de la misma mirada audaz con la que asumió su propia identidad sexual en tiempos de represión y homofobia”.
Puig siempre defendió su decisión de hacerle un guiño a los folletines. Incluso, en su primera edición el título de su segunda novela era Boquitas pintadas. Folletín. “Por los géneros populares yo tengo un especial gusto, una afición. Creo que estos géneros menores pueden ser tratados con cierto rigor artístico y valorizados. El hecho de que sean populares no me molesta, al contrario. Hay ciertos ingredientes, por ejemplo, del folletín, el cuidado de la intriga, que me parecen válidos. He intentado siempre una forma de novela popular”, dijo en la citada entrevista con la TV española.
Con la historia del casanovas Juan Carlos Etchepare, quien divide su tiempo entre tres mujeres: Nené, Mabel y la viuda Di Carlo, Boquitas pintadas se estructura en un formato poco convencional. Simulando las entregas de los folletines. Ahí, no es una narración lineal la que predomina, sino que la historia se va contando a través de cartas, diarios íntimos, expedientes y publicaciones.
En The Buenos Aires Affair, Puig intentó un guiño con la novela policial. Relata los últimos dos días de vida de Leo Druscovich, y el lector se sumerge en una trama con pistas y detectives. “Después de las dos primeras (novelas) que trataban de recuerdos de infancia en el pueblo, traté el mundo de Buenos Aires”, dijo en la TV española.
El escritor colombiano Mario Mendoza apunta sobre este libro en su prólogo: “En esta novela Puig se adentra con una precisión milimétrica en la intimidad más recóndita de sus personajes, en sus sueños y delirios, en sus fantasías eróticas y en sus más bestiales instintos criminales”. Es decir, novela negra pura.
Sin embargo, en Argentina el libro no cayó bien. Fue censurado por el gobierno de Juan Domingo Perón casi desde que apareció, incluso, en 1974 la policía argentina confiscó todos los ejemplares de la novela. Pero lo peor fueron las amenazas, sobre todo la de la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina, un organismo paramilitar que se dedicaba a perseguir y asesinar a militantes de partidos de izquierda. Puig, temiendo con su vida, hizo las maletas y partió al exilio a México. No volvería nunca más a su país.
Sus años de exilio fueron duros. “Cuando todos estaban en el exilio ninguno se interesó por mi suerte, nunca. Sobreviví con mis medios. Quizá fue demasiado fuerte el rechazo que sentí. Sobre el eco de mi obra te diré una cosa y no me vas a creer”, recordó en una entrevista con revista Crisis, de 1986. Incluso, ya con el retorno a la democracia con Raúl Alfonsín, Puig no pensaba volver, lo comentó en esa misma charla: “Desde hace dos años El beso de la mujer araña circula libremente y sin embargo no salió ni siquiera un comentario. Con Alfonsín la censura no existe más, pero no se escribió una sola línea para un libro que ha suscitado tantas reacciones, positivas y negativas en tantos países del mundo”.
Ya en el exilio, publicó El beso de la mujer araña, recordada como una de sus mejores novelas y por la inolvidable adaptación al cine, en 1985, con actuaciones estelares de William Hurt, Raúl Juliá y Sonia Braga. “Muchos me han preguntado por qué la elección de esos dos personajes, y de algún modo pienso que es una continuación de mi tema de siempre -recordó Puig en la TV española-. Yo necesitaba que uno de los dos protagonistas defendiese el rol clásico de la mujer sometida, y para que esto tuviera lugar hoy, no se me ocurría un tipo de mujer que estuviese aferrada a ese sueño de la realización amorosa mediante la sumisión. En cambio, me pareció que un homosexual con fijación femenina, como no puede todavía realizar la experiencia, puede creer en esa ilusión y defender ese rol. Para el otro protagonista necesitaba un personaje dialéctico, alguien abierto a la discusión”.
¿Y el Boom?
Pese a que en su Historia personal del Boom, José Donoso incluyó a Puig como un nombre a considerar dentro del Boom Latinoamericano, lo cierto es que el trasandino nunca fue un autor que se le clasificara dentro del grupo compuesto por Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, pese a ser contemporáneo. ¿Por qué ocurrió esto? Soledad Bianchi aventura una explicación.
“El Boom, antes que todo, era un grupo de amigos. Ellos se consideraban parte del grupo. Además se sabe que fue un fenómeno comercial, y nadie apostaba por Puig. Más bien, al boom hay que tomarlo por la producción, aunque no se puede decir que todas las novelas son parecidas, La muerte de Artemio Cruz no tiene nada que ver con Cien años de soledad. Puig no era tan afín a ese grupo de marketing, él era muy interesado en otras cosas, le gustaba el cine B, el tango, el bolero, por eso yo creo que no lo consideraban”.
Pese al tiempo, las novelas de Puig siguen teniendo relevancia en nuestros días. “No hay más razón que el mismo gozo que sigue produciendo leerlos -señala Jesús Rocamora-. Pero por ir un poco más allá: los temas y conflictos que trata siguen estando vigentes en nuestra sociedad (no hay más que ver lo presentes que están las cuestiones de género y clase o el falso debate entre alta y baja cultura, entre qué es arte y qué entretenimiento) y porque su forma libérrima de enfrentarse a la escritura sigue siendo terriblemente actual: pasan los años, y en lugar de que su literatura envejezca y pierda vigor, se ve más osada, lúdica y vanguardista que nunca. Es una verdadera alegría que las nuevas generaciones de lectores puedan tener acceso a su obra y descubrirla”.