Una joven de nombre Antonia irrumpe en la casa de Blanca, una chica que se alista para su matrimonio. Extrañamente, lo hace flanqueada por Gabriel, un vecino que prestó su cámara de video y su tiempo para registrar ese encuentro.
La instancia es insólita porque oscila entre la tragedia y la comedia: sin mayores preámbulos, le dice que está embarazada de Víctor, el futuro esposo de ella, y que, de hecho, pasaron la noche juntos. Blanca contesta con una acción más meditada que impulsiva, llamando a algunos amigos de su pareja para verificar lo obvio.
Convertida en un huracán de emociones, decide ir a la casa de Víctor a encararlo, en compañía de ese joven audiovisual al que se compromete a pagarle lo mismo que a las personas que trabajarían en su ahora cancelada boda, a cambio de que siga grabando sin pausa.
Esa película, Sábado (2003), Matías Bize la filmó dos veces. Primero un sábado y luego un domingo. Fue en octubre de 2002, cuando reunió a Blanca Lewin, Víctor Montero y Antonia Zegers como un singular trío amoroso que desnuda sus fisuras en el curso de una hora. El cineasta nacional, de entonces 23 años, terminó eligiendo la toma del domingo, a riesgo de que la primera tuviera méritos que la segunda no.
En su ópera prima el realizador encaró el dilema que enfrentan aquellos directores que recurren al plano secuencia en su versión más pura: una toma sin cortes, que para su éxito depende de la coordinación y sinergia entre actores y equipo técnico. Mal no le fue, porque lo posicionó como uno de los cineastas más promisorios de la escena local de comienzos de los 2000.
Casi dos décadas después, y tras buscar la oportunidad más idónea, Bize repitió el ejercicio con El castigo (2022), su largometraje protagonizado por Antonia Zegers y Néstor Cantillana como un matrimonio en crisis (en cartelera desde inicios de mes).
Filmada en octubre de 2021 en las cercanías del Lago Ranco, la película comienza con el viaje en auto de una familia, sigue con la desaparición del hijo y continúa con la desesperada búsqueda que inician los padres, sin haber jamás un corte. Debido a que el ejercicio no está respaldado por alguna particularidad de la trama –como en Sábado, donde el camarógrafo es también un personaje–, la apuesta es quizás más arriesgada.
Consciente de la complejidad de la tarea, Bize optó por rodearse de colaboradores cercanos y contactó a Zegers y a Gabriel Díaz, el realizador que ejerció como el director de fotografía y camarógrafo de su primera cinta y de sus dos largometrajes siguientes.
Al elenco y a los integrantes del equipo técnicos los convocó a jornadas de ensayos en al Parque Mahuida, en La Reina, bajo la idea de practicar cada detalle de la producción, en ocasiones por bloque y a veces de manera íntegra.
“No es que me fuera sólo con los actores; yo necesitaba que ensayara el camarógrafo, el foquista, el asistente de dirección, el sonidista, el que está con la caña, porque teníamos que lograr movernos como un solo cuerpo”, explica Bize a Culto.
Una vez en la localidad de la Región de Los Ríos, tocó aplicar en terreno lo aprendido y ceñirse con rigor a una rutina. “Almorzábamos, los actores se maquillaban y se ponían el vestuario, después hacíamos una pasada completa sólo de texto. Luego llegábamos adonde íbamos a arrancar y estaban los autos estacionados. Ahí nos quedábamos cerca de media hora, muy concentrados, todos en silencio. Era un momento de concentración total antes de que llegara la hora”, señala.
La hora de inicio eran las 17:58 de cada tarde, el instante que permitía que algunos rayos de sol acompañaran la primera inmersión de la pareja en el bosque y, hacia el final, el anochecer agudizara la inquietud de los protagonistas al no encontrar a su hijo.
Al terminar cada jornada, Bize revisaba el material junto al montajista Rodrigo Saquel para obtener apuntes que al día siguiente le permitirían implementar algunas modificaciones. Ajustes ligados a textos, movimientos y acciones específicas. A la larga, realizó un total de siete tomas, quedándose finalmente con la sexta.
“Haber pasado por la experiencia de Sábado nos ayudó bastante a enfocar el trabajo del plano secuencia”, admite Bize. “Me convertí en director a partir de Sábado. Fue muy importante”.
Un chef en apuros
Andy Jones se prepara para la noche más compleja del año. En su restaurante de Londres recibirá visitas inesperadas, enfrentará las fracturas de su equipo y lidiará con tormentos personales, todo a lo largo de 92 minutos, la duración que tiene El chef (Boiling point).
Nominada a cuatro categorías de los Bafta, la película del director de Philip Barantini es otro ejemplo reciente de una producción realizada en plano secuencia. Todo transcurre en Jones & Sons, tanto en su cocina como en sus diferentes mesas, baños y accesos. Una historia de alto potencial dramático termina acentuándose a partir de estar filmada en una sola toma.
A diferencia de los trabajos de Matías Bize, la cinta es una expansión de un corto de 2019 y se basa en las propias experiencias del cineasta trabajando como cocinero durante 12 años. La mayor parte del tiempo el largometraje gira en torno al protagonista encarnado por Stephen Grahan, aunque en ocasiones se toma la libertad de seguir a otras figuras de la trama.
En ese sentido, la regla era solo una. “Cambiar el enfoque del personaje implicaba que todos los movimientos de cámara debían estar motivados por acciones en la pantalla; nunca se permitió que la cámara flotara sola”, detalló Barantini al medio Screen Daily.
De ese modo, El chef se sum al listado –no muy amplio– de películas realizadas íntegramente mediante una sola toma, donde se encuentran títulos como El arca rusa (2002), Victoria (2015) y Lost in London (2017).
Otros filmes, como Birdman (2014) y 1917 (2019), sí tienen cortes, pero el espectador muchas veces no alcanza a percibirlos. En ambos casos la intención es la misma: ocupar el recurso para potenciar las posibilidades narrativas de la historia sin caer en la mera extravagancia.