Enamorados de un monstruo: ¿Por qué nos atrae tanto el true crime?

Jeffrey Dahmer

El éxito arrasador de la serie y el documental basados en el caso de Jeffrey Dahmer confirmó algo que Netflix sabe desde hace tiempo: las producciones inspiradas en crímenes reales son todo un fenómeno. ¿Qué hay detrás de la fascinación por estas historias? En conversación con Culto, críticos de televisión y psicólogos forenses plantean algunas aristas para comprender el llamado true crime.


Basta con dar un vistazo superficial al catálogo de Netflix para advertir su magnitud. A lo largo de los últimos años, las series, películas y documentales pertenecientes al subgénero denominado como true crime -historias basadas en crímenes reales- han alcanzado un protagonismo considerable dentro de la plataforma de streaming.

Y no es solo un tema de oferta. El éxito de este tipo de historias es tal que no es extraño encontrarse con más de uno de estos títulos disputando los primeros diez lugares del top mundial. La prueba más reciente vino de la mano de dos productos inspirados en un mismo caso: la serie Dahmer – Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer y la serie documental Conversaciones con asesinos: Las cintas de Jeffrey Dahmer, ambas basadas en la cruda historia del criminal estadounidense conocido como “el carnicero de Milwaukee”, por su costumbre de desmembrar, disecar e incluso comer órganos de sus víctimas.

Los ejemplos abundan. Las cintas de Ted Bundy (2019), Los hijos de Sam: un descenso a los infiernos (2021), Sophie: un asesinato en Cork (2021), La Serpiente (2021), Acabo de matar a mi padre (2022), Vigilante (2022) y la producción nacional 42 días en la oscuridad (2022) –inspirada en el caso del secuestro y asesinato de Vivian Heager– son algunos de los productos basados en hechos reales que están disponibles en la plataforma, los que, a su vez, conforman apenas una pequeña pincelada de la oferta total.

Más allá de lo que comunican las cifras, hay varios elementos que pueden ayudar a clarificar la pregunta sobre por qué las historias de true crime nos resultan tan fascinantes. Carolina Valenzuela, psicóloga forense y directora del Magíster en Psicología Jurídica y Forense de la Universidad Diego Portales, apunta a una sensación producida a nivel inconsciente.

“Estas historias generan interés principalmente por el morbo que implica conocer detalles a los que, de otra forma, es difícil acceder. Como seres humanos, a nivel inconsciente, el sufrimiento de los otros nos genera una cierta calma y tranquilidad: que ‘lo malo’ esté afuera y le pase a otros reafirma la sensación de seguridad y además refuerza la idea racional de que, frente a las circunstancias que estoy viendo, yo habría actuado de otra forma, así que es difícil que eso me pase a mí (por ejemplo, decirse a sí mismo ‘yo no le abriría la puerta a un extraño’ o ‘no sería tan confiada’)”, señala Valenzuela.

Ted Bundy, asesino serial. Fotografía de GettyImages
Ted Bundy, asesino serial. Fotografía de GettyImages

Sin embargo, la psicóloga aclara que se trata de una racionalidad que no tiene sentido “porque es difícil juzgar el comportamiento de otros frente a una situación de peligro o vulnerabilidad. Estas situaciones extremas escapan al control y los esquemas cognitivos que tenemos sobre cómo debemos reaccionar, por lo tanto, es complejo predecir nuestro comportamiento, aunque sí nos da tranquilad el análisis que podemos hacer de él cuando vemos, leemos o escuchamos estas historias”.

La psicóloga, Doctora en Ciencias de la Salud y coordinadora de la Maestría en Salud Mental Forense de la Universidad Nacional de La Plata, Elizabeth León Mayer, concuerda con Valenzuela en la relevancia del morbo dentro de la ecuación, algo que se repite de igual forma con otros géneros como el cine bélico. Bajo su visión, el consumo de este tipo de historias tiene que ver con la necesidad constante del ser humano de experimentar emociones fuertes.

“No vemos solamente películas de crímenes. También de miedo, de amor. Esa es la necesidad de sentir emociones. Y el ver películas de crímenes te hace sentir emociones fuertes. Te mueve, te da adrenalina y es un divertimento. Esto me produce emociones y después lo puedo olvidar. No está el componente del trauma”, explica León.

La Doctora agrega que, además, se trata de un ejercicio que está libre del juicio social. “Te permite soltar emociones sin que haya un componente punitivo detrás de esto. Por el contrario, puedes gritar, puedes decir ‘qué horror’, puedes decir garabatos cuando la estás viendo... Puedes decir todo eso y no hay un componente punitivo”.

Una fórmula más que probada

Aunque gran parte de su éxito actual se ve reflejado dentro de las producciones audiovisuales, el boom del subgénero viene desarrollándose hace años y en plataformas diferentes al streaming. Para Christian Ramírez, crítico y fundador del sitio Civilcinema, la fascinación por el true crime se remonta a un par de siglos atrás.

“El género criminal resulta interesante para el potencial lector o consumidor de estas historias desde hace mucho tiempo. La aparición de las narrativas de crímenes se puede rastrear hacia mediados del siglo XIX, así que no es muy nuevo. De alguna forma, el actual auge de estas narrativas se ha vuelto una especie de continuación de ese mismo impulso tremendo que hizo popular a tanto escritor durante el siglo XIX, y más aún durante el XX”, señala Ramírez.

El crítico apunta a que la diferencia con el fenómeno actual radica en que, ahora, “el énfasis está puesto en el true crime, es decir, en esto que Truman Capote y A sangre fría captaron tan bien hace ya más de 50 años: la idea de una narrativa criminal que refiera a hechos reales o que esté compuesta por personajes reales, víctimas reales y pistas reales”.

JEFFREY DAHMER 1

Rodrigo Munizaga, crítico de series de Culto, pone el énfasis en la última década, mirando especialmente lo ocurrido en Estados Unidos. “Hay un boom por el true crime en los últimos 10 años, y que tuvo un furor especial con podcasts de crímenes. Eso hizo que los streamings y canales de TV estadounidenses empezaran a encargar series de crímenes para ficción o docuseries. Me parece que el fenómeno está enfocado ahí, porque en el cine el género de crímenes es algo de siempre”, señala.

Esa fascinación de Estados Unidos por el true crime ha hecho que llegue a Latinoamérica, una fascinación que en Chile podemos homologar con Mea culpa: ¿Qué tenía ese programa en los 90 que arrasaba en rating y todavía hoy? Pues el morbo, la fascinación por el miedo, el pensar que eso que estás viendo ‘me pudo pasar a mí o a alguien que quiero’, el querer entender por qué un criminal hace lo que hace. Y, por cierto, la compasión por las víctimas”, agrega el crítico.

Así las cosas, no resulta extraño que Netflix, compañía que este año ha enfrentado una fuga de suscriptores, apueste por la producción de este tipo de contenidos. “De alguna forma, el subgénero se ha vuelto más visitado en la medida de que hay más archivo, más acceso a esa clase de investigaciones, pero también en la medida de que sale más barato que hacer una película y, en último término, porque resulta más interesante eso que hacer una película de ficción”, comenta Ramírez.

“Netflix es el streaming más dispuesto a producir ‘a la carta’ o basados en métricas. El true crime es lo que más se ve en Estados Unidos y por eso se producen tantas series y documentales. Debe ser el país donde hay más crímenes y asesinos convertidos en celebridades. Y eso hace que tengan una cantidad enorme de casos posibles para llevar a la pantalla”, agrega Munizaga.

Ambos críticos están de acuerdo en que el país norteamericano marca la pauta a la hora de producir cierto tipo de contenidos. “Hay una relación absoluta, pero también es cosa de conveniencia por parte de esta plataforma que anda tomándole el pulso a todas estas tendencias y modas que andan dando vueltas. Pero la vinculación que el consumidor anglo, y por extensión el consumidor mundial, tiene con el género del true crime es profunda”, concluye Ramírez.

La fascinación por el perfil criminal

Al escuchar sobre un caso policial, es bastante común que surja el impulso por saber todos los detalles detrás del hecho. Sin embargo, también se genera un enorme interés por conocer el perfil más íntimo de los criminales.

A nivel psicológico, Valenzuela explica que aquello se produce por una necesidad de dar con una explicación lógica a hechos que, muchas veces, parecen carecer de racionalidad. “Las personas necesitamos entender los comportamientos violentos, buscar las razones por las que esa persona cometió los crímenes más atroces y cerciorarnos de que no hay nadie en nuestro entorno que se le parezca. Al mirar su lado íntimo, buscamos explicaciones de su actuar, en su pasado, en su crianza, en algún trauma, en alguna patología, etc. Algo tiene que desencadenar esa conducta y mientras conozcamos a qué le podemos atribuir la causa de su comportamiento, sentimos que tenemos el control, en el sentido de hacer predecible y evitable una potencial exposición a esos sujetos peligrosos, como si las conductas violentas fueran el efecto de una causa”, explica la académica.

En el último tiempo, la tónica de las producciones del true crime ha sido enfocar las historias en el desarrollo del criminal como personaje central de la historia. “Está la clásica y tan repetida, pero grullada afirmación de Hitchcock de que, a mejor villano, mejor película o narrativa, y yo creo que en cierta forma eso es verdad”, señala Ramírez, aunque agrega que el mayor o menor éxito de la receta está en manos de quien ejerza como narrador.

Ha surgido una especie de clivaje, de desviación y variación desde la víctima hacia el victimario. Eso también es medio antiguo. Hay que acordarse que en A sangre fría los asesinos eran personajes tanto o más importantes que las propias víctimas, o que la propia reconstrucción del camino que la víctima siguió hasta el momento de su muerte”, afirma el crítico. “Efectivamente, estamos recorriendo un camino en esa dirección. Ahora, lo interesante es cuál será el final de ese camino. Podría ser directamente la adaptación de las memorias de un criminal”.

Truman Capote, autor de A sangre fría.
Truman Capote, autor de A sangre fría.

Por su parte, Munizaga agrega que la fórmula funciona bien en tanto “se le otorga algo de humanidad al villano, “lo que resulta muy polémico si se trata de un hecho real y más posible de salir al aire si es un villano de ficción. Un caso es la serie The fall, donde un abusador y asesino de mujeres era un tipo encantador, buen padre y esposo, pero que tenía una doble vida. Mientras más dobleces tiene el villano, mejor enganche tiene con la audiencia”.

En este punto, León Mayer explica que ese intento por entender el comportamiento de los criminales a través de la ficción no siempre tiene un buen resultado. Ejemplifica con el caso de Dahmer: “Cualquier explicación que se dé con respecto a lo que el asesino piensa, la gente la acepta como tal. No tienen por qué saber si esa explicación es buena o es mala. Vi Dahmer y no me gustó. Me aburrió mortalmente. Tratan de meterse en el cerebro de él, pero lo logran. Es una mezcla extraña de trastornos mentales, de psicopatía con psicosis, tratando de explicar lo inexplicable. No hay una investigación profunda de la historia de Dahmer tampoco, en tanto que lo quieren mostrar como un niño maltratado, que no lo fue. Si me preguntan mi opinión, yo no se la daría a mis alumnos para que la analizaran”.

Valenzuela concuerda con la perspectiva de los críticos. “En general, tanto las series, como las películas y libros siempre deslizan explícita o implícitamente los factores que hicieron de ese sujeto un ‘monstruo’, quien dejó de ser persona”. Sin embargo, agrega que “el problema de esto es que a veces no hay causas, aunque busquemos o, por el contrario, puede ser multicausal, en cuyo caso no se entiende el peso de cada una de las variables que pueden intervenir, lo que hace difícil comprender lo que pasa con estos sujetos desde una sola mirada”.

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