Ni el tamaño del clóset tiene que ver con la elegancia, ni el equipamiento de punta con dominar la técnica precisa. Una enorme colección de discos es eso: la prueba vasta de una dedicación a conciencia, pero no certifica por sí sola una sensibilidad musical más despierta que la de quien arma playlists conceptuales saltando de track en track en su teléfono. Hay algo sospechoso en quien aplica a su afición por la música medidas cuantitativas; o, peor, enlaza “más” a “mejor”. Vivimos una época que a la oferta de canciones le aplica estadísticas absurdas —60 mil títulos se suben cada día a Spotify, certificó hace poco la compañía—, y entonces escuchar con selectividad y sentido de la excepción se ha vuelto ya una forma de resistencia.
Ni los más fieles a Andrés Calamaro negaban a fines del 2000 que la decisión del músico por publicar un disco quíntuple era de una autoconfianza desmesurada. Pero lo increíble no son las 103 canciones a lo largo de El salmón, sino que con los años se le sumaran aún más tracks descartados e incluidos en sucesivas ediciones de aniversario. El incontinente músico argentino —que en dos domingos más tiene cita en vivo en Chile— publicó esta semana Honestidad brutal Extra Brut, reedición que extiende el contenido de aquel disco suyo de 1999 hasta los seis CD de grabaciones de archivo, tomas descartadas y versiones desconocidas. “Sigo teniendo miles de cosas inéditas”, comenta con orgullo en ánimo promocional. No se da cuenta de que, en su caso, la frase más bien parece una amenaza.
Son los contadores de las compañías discográficas los primeros en alegrarse con estos arranques de exceso. Desde la aparición del CD, los departamentos de márketing han conseguido surfear la obsolescencia de formatos y el subeybaja de tendencias haciéndonos creer que si te gusta mucho, pongamos, Kind of blue, entonces ¡ne-ce-si-tas! también la reedición remasterizada, el box-set con rarezas y una versión carísima solo para coleccionistas con aquella carátula que Miles Davis nunca aprobó. La noticia ahora es Revolver, que desde ayer circula en edición especial con nueva mezcla (en stéreo) y maquetas antes inéditas. Conceder que un disco-cumbre de los Beatles se merece todos los tratamientos deluxe que a su círculo cercano se le antojen, no quita que no deba decirse que ya la edición original de 1966 de un álbum así de inagotable era suficiente en sí misma. Profundizar en su aprecio no requiere de añadidos.
Es extenso el arco que va del rescate de archivos que nos permiten comprender mejor la trayectoria de un músico antes (o alrededor) de sus obras más contundentes a la explotación comercial que finge como si el oficio de grabar canciones no consistiera, precisamente, en un ensayo/error frente al que el descarte constituye un derecho autoral básico. El dato clave no es que Spotify agregue 60 mil títulos cada día: es que sólo el veinte por ciento de éstos tiene más de cincuenta reproducciones.