El objetivo estaba claro. La idea era tomarse la isla grande de Chiloé. Al menos, ese era el plan de un grupo de sublevados que en 1826 planificó un golpe de Estado con el fin de volver a colocar a Bernardo O’Higgins como Director Supremo de Chile.

Es que a contrapelo de lo que suele decirse en los manuales escolares, si hubo un período movido en la historia de Chile, fue el de 1823 a 1831, justamente tras la abdicación de O’Higgins. A partir de ahí, comenzó una lucha de diferentes bandos políticos por el poder: Uno, los Liberales, de los cuales se desprendían los “Pipiolos”, cuyo líder central era Ramón Freire; Federalistas, liderados por José Miguel Infante, y Liberales populares, liderados por Carlos Rodríguez Erdoiza, hermano de Manuel, el prócer de la independencia.

Los otros eran los Conservadores, del que se desprendían tres grupos: “Pelucones”, integrados por la más rancia aristocracia terrateniente; “Estanqueros”, liderados por Diego Portales, que clamaban por un gobierno fuerte e impersonal; y los O’higginistas, quienes eran partidarios del retorno del prócer de su exilio en el Perú. De este grupo era Joaquín Prieto, presidente de Chile entre 1831 a 1841.

Diego Portales.

Cual juego de tronos, el período, lejos de ser un momento estable, vio una seguidilla de gobiernos que duraban poco, 3 constituciones, golpes y levantamientos militares. Por eso, en el país existía una sensación de desgobierno. Lo explica a Culto la historiadora Valentina Verbal. “A pesar de que cierta historiografía más reciente, siguiendo a Heise, ha tendido a descartar la noción de anarquía para el periodo 1823-1830, si se revisan las fuentes de la época tanto pelucones como liberales expresaban una sensación de desgobierno. Esto se aprecia, sobre todo, en la prensa. Incluso se usaba el término anarquía como falta de un gobierno estable”.

“Por ejemplo, una editorial de El Clamor de La Patria del 14 de mayo de 1823 decía: ‘Chile debe temer si en sus transacciones políticas y diplomáticas sólo tiene por norte la libertad de sus ciudadanos sin cuidar de la estabilidad de sus gobiernos’. Esto, precisamente, a raíz de la inestabilidad que se sentía como preocupante. Lo mismo pasaba cuando los militares se sublevaban: siempre se justifican en la necesidad de restablecer el orden perdido”, añade Verbal.

O’Higginistas contra Freire

En el Chile de 1826, solo tres años después de la abdicación de O’Higgins, se encontraba en el poder el general Ramón Freire como Director Supremo. El año anterior, según el artículo La restauración del orden. Civiles y militares en la sublevación O’Higginista de 1826, de la historiadora Valentina Verbal, un grupo de militares y civiles o’higginistas -con el fin de imponer orden- intentó un golpe contra Freire (por unas horas, incluso el coronel José Santiago Sánchez fue Director Supremo), pero este retomó el poder sin mayores contratiempos y mandó al destierro a sus principales cabecillas. Sin dudarlo, todos se fueron a la capital peruana donde se reunieron con su líder y formaron el “Club de Lima”.

Freire había cerrado el congreso en 1825, “al no ser representativo del conjunto del país”, señala Verbal. Se le reemplazó por una Sala de Representantes Nacionales, que tampoco tuvo toda la representación del país, puesto que las provincias de Concepción y Coquimbo no quisieron enviar representantes. Fueron diputados de esta sala los que complotaron contra Freire.

Pero en marzo de 1826, tras volver a Santiago victorioso de la campaña que anexó Chiloé al país (hasta entonces, aún con presencia española), Freire convocó a un nuevo congreso, y que tuviera el carácter de constituyente. Sin embargo, en Lima, comenzaba a planificarse una nueva intentona o’higginista.

¿Tuvo participación directa O’Higgins? Valentina Verbal entrega los antecedentes en su citado artículo:” Los historiadores discuten sobre la participación de O’Higgins en esta sublevación. “Barros Arana dice que el prócer habría sido engañado sobre el supuesto apoyo que tendría en el país en caso de retornar. Este engaño habría derivado de las comunicaciones falsas o exageradas que recibía desde Chile. Encina sostiene que, pese a negarse inicialmente a volver, ‘el convencimiento que Chile rodaba hacia el precipicio, acabó por quebrantar su propósito’. Un tercer autor, Luis Galdames, no duda en cuanto al papel activo de O’Higgins: ‘Chiloé aparecía insurreccionada con su guarnición a la cabeza; constituía su asamblea propia; proclamaba a O’Higgins jefe supremo y lo invitaba a regresar del Perú para asumir el mando de la república’”.

Es decir, el plan tenía aprobación del mismo prócer chillanejo. Sin embargo, para no despertar sospechas decidió funcionar con un “palo blanco”: Pedro Aldunate y Toro. El nombre fue escogido con inteligencia, pues era “hermano de José Santiago, quien se encontraba a cargo de la gobernación de Chiloé, desde que fuera anexada a Chile”, indica Valentina Verbal.

Más aún, la historiadora cita una carta que el mismo O’Higgins le entregó a Pedro Aldunate en Lima, para que este se la mandara a José Santiago, en Chiloé. “Yo me congratulo y aprovecho el placer con que le transmito mi más acendrado reconocimiento por los servicios que ha prestado a mi amada patria, y mis más sinceros votos por su prosperidad y por la del pueblo que le debe una nueva existencia y el mayor bien del hombre, su libertad civil”.

Valentina Verbal da una interpretación de la misiva: “Si bien no le solicitaba de manera expresa su apoyo a la sublevación planificada, sí lo hacía tácitamente al pedirle que renueve su espíritu patriótico en la situación crítica que el país atravesaba”.

Incluso, en el estilo de la época, los partidarios de O’Higgins en Lima fundaron un periódico cuyo nombre resulta ilustrativo, casi avisando el plan: El Chilote, y su primer número salió en las calles de la capital del Perú el 4 de julio de 1826.

El 3 de mayo de 1826, Pedro Aldunate se reunió con su hermano, José Santiago, en Chiloé, y le comentó del plan. Pero ante su sorpresa, José Santiago se negó a participar del alzamiento. Pero, al estilo de la época, los O’higginistas tomaron otro rumbo. Un comandante llamado Manuel Fuentes, jefe de la brigada de artillería de Chiloé, apresó de noche a José Santiago Aldunate, lo mandó en un barco rumbo a Valparaíso y asumió el mando.

Al día siguiente, se intentó dar una imagen de cierta normalidad al asunto. “Un Cabildo abierto le dio un tinte de legitimidad a la sublevación, y confirmaba a Fuentes como gobernador y a O’Higgins como director supremo del archipiélago”. No contentos con eso, publicaron una proclama en que acusaban a Freire del “desgobierno” en que se encontraba Chile.

¡Viva Chiloé independiente!

Los hechos fueron más lejos. El 12 de mayo de 1826, se reunió la Asamblea Provinicial de Chiloé, y en una proclama, también dispararon contra Freire. “La capital fluctuando a los embates del despotismo y la anarquía; ideas desorganizadoras y los impulsos de la desunión partiendo de la silla del mismo gobierno; la integridad del Estado despedazada con nuevas subdivisiones de provincias, que quitan a la capital su respetabilidad, y el que pueda ser en adelante el centro de la unión”, se publicó en El Chilote, de 4 de julio de 1826.

Por eso, decidieron declararse independientes: “El archipiélago de Chiloé se declara libre e independiente de las demás provincias de la República de Chile hasta que un congreso general, cuyas deliberaciones no se tercien por la sugestión ni las amenazas, restablezca la unión bajo sólidas bases y una constitución liberal”. Y a la cabeza del gobierno de la isla llamaban al hombre que los inspiraba: “Se nombra para jefe supremo, y general del ejército para este archipiélago al digno ciudadano don Bernardo O’Higgins, a quien se le pasará este acta con los correspondientes oficios, interesando su amor patrio, para que venga a encargarse del mando supremo de este archipiélago y de las fuerzas de mar y tierra”.

La noticia corrió de inmediato a Santiago en boca de militares que huyeron de la isla y que no compartían el movimiento. De inmediato, el ministro de Guerra, José María Novoa emitió un decreto por el que daba de baja del Ejército a O’Higgins. El 2 de junio, tras haber sido expulsado de la isla, José Santiago Aldunate llegó a Santiago a dar cuenta de los hechos ocurridos al gobierno. Se le nombró comandante de la fuerza de 250 hombre que iría a recuperar Chiloé.

En Santiago, la cosa seguía movida, pues el 4 de julio de 1826, en medio de la apertura del Congreso Constituyente, Freire renunció al mando. Tras ello, asumió como primer Presidente de Chile con jóvenes 36 años, Manuel Blanco Encalada (aunque el actual mandatario, Gabriel Boric, fue elegido con 35).

Manuel Blanco Encalada fue la primera persona con el cargo de Presidente de la República en Chile.

En Lima, Bernardo O’Higgins recibía ya las noticias de manos de Pedro Aldunate, quien viajó al Perú a informar al prócer. De puño y letra, escribió una carta -citada por Valentina Verbal- donde se mostraba entusiasmado con el golpe. “En este momento, acabo de recibir comunicaciones de Chiloé, cuyos habitantes, a ejemplo de las provincias de Concepción y Coquimbo, han elegido una asamblea provincial para adoptar medidas que considere mejor calculadas para promover el bienestar del archipiélago. Esta asamblea ha creído conveniente investirme con el supremo mando, y urgen mi pronto regreso a Chile. Hay fuertes razones para creer que las provincias de Valdivia y Concepción uniformen sus procederes con las islas de Chiloé, y a la verdad, si acreditamos las cartas recibidas, no hay en las provincias que están fuera del alcance de las bayonetas de Beauchef y Rondizzoni, con excepción de algunos intrigantes y sus amigos que circundan a la administración, quien no suspire por una reforma que restablezca el orden y la tranquilidad que gozaban tres años hace”.

Pero contra los anhelos de O’Higgins, las provincias de Concepción y Valdivia se negaron a seguir a Chiloé. Aunque O’Higgins se apresuró a escribir una proclama dirigida al pueblo de Chile. “Entretanto, compatriotas, vuestro actual gobernante, después de haber perdido la existencia moral y política de la república que domina, confundido por la conciencia de su propia bajeza, olvidado de la dignidad a que lo sujeta su posición pública, y desesperado del descrédito que le ha producido su mando, se encarniza con desapiadada justicia contra mi nombre, para desahogar de este modo la humillación de su amor propio al comparar el paralelo vergonzoso que hará el mundo de ambos gobiernos”, se lee en el mencionado artículo de Verbal.

Además, y en abierto reconocimiento del plan, aceptaba el cargo que le ofrecían. “He aquí ciudadanos parte de lo que ha herido al archipiélago al incorporarse a la gran familia chilena. Aquellos habitantes virtuosos me han proclamado para que presida sus destinos, y yo acepto solamente el cargo para haceros el homenaje de mi vida, en defensa del orden y de la libertad. La prosperidad pública y gloria nacional serán siempre el norte de mis observaciones”.

Abdicación de O'Higgins, óleo de Manuel Antonio Caro.

El final

La proclama de O’Higgins se conoció en Santiago y la respuesta fue enérgica. Blanco Encalada declaró “proscrito y fuera de la ley” a O’Higgins y sus partidarios.

Pero O’Higgins nunca viajó a Chiloé para asumir el puesto. ¿Por qué? Valentina Verbal cita a Jaime Eyzaguirre, quien aduce razones climáticas que impidieron el periplo: “Resultaba casi imposible de realizar a esas alturas del invierno, en que raro era el barco que intentaba la navegación en los mares australes”.

La sublevación no tuvo mayor éxito, pues, en poco tiempo la expedición de Aldunate consiguió resultados. Tomó dos baterías de artillería de la isla, y el 16 de julio, las tropas que resguardan el castillo de Agüi, desertaron y se pasaron al bando del gobierno. “Esto fue de la máxima importancia, ya que en ese lugar se guarnecían las armas”, señala Valentina Verbal. El comandante Manuel Fuentes, viéndose perdido, se rindió.

Y la sublevación llegó hasta ahí. O’Higgins pronto se enteró de la noticia. Al conocer de la expedición del gobierno, se sustrajo del movimiento, y ya con la derrota de Fuentes, escribió una carta a su amigo Juan Thomas. “Sabemos con evidencia que Fuentes y la guarnición de Chiloé se han rendido a don Santiago Aldunate, bajo la más vergonzosa capitulación y sin disparar un solo tiro. Esta desgracia prueba más y más que la corrupción chilena se ha ingerido también entre los inocentes isleños de Chiloé”.

El 18 de agosto de 1826 se conoció la noticia del triunfo gobernista sobre la sublevación. Luego, se declaró una ley de amnistía para los involucrados. “O’Higgins había aprendido la lección de no volver a inmiscuirse en la política interna de Chile”, señala Verbal. Murió finalmente en 1842, en Perú, sin haber vuelto al país.

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