Es una de las propuestas más sugerentes e interesantes aparecidas en la escena nacional en el último lustro. Con una veta intimista que viaja desde la electrónica hasta la fragilidad acústica, Dulce y Agraz -la cantautora cuyo nombre real es Daniela González- ya había ganado un espacio en 2018 con su disco debut, Trino.
Ahora retorna con su segundo LP, bautizado como Albor, el que define como un poemario y que profundiza en estos términos según un comunicado: “Para mí, esto es un riesgo. Hice el disco siendo super consciente de que no iban a ser singles ni hits. En este momento de mi vida estoy dejando de lado las expectativas de éxito, estoy buscando profundizar, estoy estudiando. Albor no es un disco que hice para hacer crecer mi carrera en términos de números”.
Como fuere, la artista también define Albor como una experiencia: “Es también la interdisciplina artística, una investigación hecha durante pandemia que fueron recuerdos, archivos, herencia familiar y colectiva”.
De hecho, el título partió como un eje concentrado en el pop, pero de a poco se fue abriendo hacia otras variantes, básicamente la sonoridad latinoamericana y el cancionero de raíz. “Un ejercicio musical y literario, que sirvió para purgar angustias y dolores que todos, todas y todes podemos sentir”, argumenta.
Entre sus influencias aparecen la cantante chilena Belencha, la islandesa Björk y el cubano Silvio Rodríguez: un rompecabezas de mezclas que retratan el acento variopinto de su cancionero. Un trabajo desarrollado junto a Iván González en la producción y que finalmente tiene como resultado un álbum de contornos conceptuales.