Sexta visita, tercer show en el país en el contexto de un festival, y primer concierto en tierras chilenas desde noviembre de 2019. Con ese registro de viejos conocidos aterrizaba Interpol en la inauguración de la versión local de Primavera Sound.
Primer número anglo del escenario Puntoticket de la jornada de sábado, el trío compuesto por Paul Banks, Daniel Kessler y Sam Fogarino irrumpió con un set que en un inicio amalgamó los himnos de su catálogo con singles de The other side of make-believe, su séptimo disco de estudio, lanzado en julio pasado.
Durante los minutos iniciales de su presentación pasaron Toni y Fables, dos muestras de la buena salud de la que goza la banda en estudio, aún capaz de sacarle brillo al rock lúgubre y sensorial que cultivó a comienzos de los 2000.
Pese a que el sonido en su regreso al país nunca es impecable, la agrupación se sobrepone con aplomo y sin estridencias. Paul Banks sigue siendo un líder sólido y magnético, bien acompañado por la contundencia de Fogarino en batería y Kessler en guitarra. Una formación que en vivo se refuerza con Brad Truax en el bajo y Brandon Curtis en el teclado.
No tardan en echarse al bolsillo al público con Untitled, track con el que abre ese gran álbum que es Turn on the bright lights (2002). A diferencia de lo que ocurrió en su último paso por Chile (en el Teatro Caupolicán hace tres años), esta vez ese LP no es la principal base del show, sino que comparte esa función con Antics (2004), del que se desprenden Evil, C’mere, Narc y Slow hands.
Esos dos primeros discos, los trabajos con los que se hicieron un hueco en la escena de Nueva York, se transforman en el eje de su concierto en el Parque Cerrillos.
En una presentación más sobria que electrizante (con más vocación de precalentar motores que de incendiar el recinto), el mayor condimento lo otorgan las oscuras nubes que acompañan su hora arriba del escenario. Caen algunas gotas muy intermitentes -señal de lo que se desataría con Lorde- mientras Interpol dispara su puñado de hits y da a probar algo más de lo último de su repertorio.
La triste Passenger empalma particularmente bien con esa postal de cielo gris. “Sálvame, estoy en mi cabeza/ Por favor, sabes por qué”, canta Paul Banks, al tiempo que los demonios personales quedan expuestos durante el empeoramiento de las condiciones meteorológicas.
Es seguida por All the rage back home y Rest my chemistry, tras lo cual el líder -en español- se detiene a hablar sobre el placer que representa siempre volver a Chile y agradece a la organización del festival.
No hay una puesta en escena ambiciosa ni el apetito de comerse al mundo ni nuevas composiciones que obliguen a abandonar la zona de confort (atributos que pueden haber asomado más tarde al ver a Arctic Monkeys, Lorde y Phoebe Bridgers). Sólo cinco tipos arriba del escenario despachando sus canciones con rigor, satisfaciendo a seguidores y quizás cautivando a unos cuantos curiosos. No es para descorchar pero tampoco es poco.