Que una figura de la fama de Björk consiga que cada nueva presentación suya en Chile esté definida por las decisiones musicales que toma es una excepción que ratifica su condición de artista mayor. Con ella no se trata del repertorio escogido, los recursos visuales en despliegue ni la mayor o menor cercanía con la audiencia (aunque también todo ello importe).

La definición clave de su turno de ayer por la tarde en la tercera jornada del Festival Primavera Sound estuvo dada por la forma en que eligió presentar sus canciones, que al haber sido escogidas del arco temporal amplio de su discografía (hubo citas desde Debut hasta el reciente Fossora; o sea, casi tres décadas en referencia) exigían olvidarse de los arreglos estrictos de cada disco y entregarse a una pátina capaz de dar un color de espectáculo homogéneo, adaptado además a las exigencias propias de un festival al aire libre.

Su decisión eligió ser cercana a los chilenos. Fueron integrantes de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil (al alero de la FOJI) los únicos acompañantes de Björk sobre el escenario. 32 músicos (8 primeros violines, 6 segundos violines, 8 violas, 6 chelos y 4 contrabajos) bajo la dirección del islandés Bjarni Frimann, que en dos ensayos extensos los días viernes y domingo consiguieron la proeza no ya de incorporar con rapidez canciones pop muy lejanas a la convención sino que de además transmitir en sus instrumentos de cuerdas énfasis sonoros que los discos de BJörk suelen quedar apoyados en las secuencias electrónicas.

Eso significaba darle el debido crescendo a Hyper-ballad (de Post, 1995), el aura de misterio a Joga y de suspenso a Hunter (ambas de Homogenic, 1997) y las texturas a Lionsong (de Vulnicura, 2005; el disco con más citas en el set) sin recurrir a máquinas. La norma en estos traspasos pop suele ser que el cancionero se adapta a los nuevos timbres con los que se cuenta. Bjork tomó el camino inverso: era la orquesta al servicio de sus canciones, con todos los detalles, quiebres y complejidades que éstas traían ya incorporadas.

Fue un concierto de extremo cuidado, pero que no por minucioso dejó de ser encantador. Björk avanzaba por el escenario con la hermosura de un faisán, que es probable sea parte de la inspiración para su tocado indescriptible sobre pelo y rostro (y en complemento a un traje de vinilo blanco y acolchado verde claro que nadie nunca podrá imitar).

No ha sido su opción en esta visita mostrarnos Fossora, su nuevo disco, sino concentrar el esfuerzo en un armado sonoro del más alto nivel profesional. “Mi fortaleza como artista es ponerme en situaciones nuevas que me obligan a aprender algo y a mejorar algo”, decía hace poco en entrevista, y en tal sentido es posible interpretar su show de ayer en Santiago como un desafío artístico en sí mismo. Björk es la mujer que ve un desafío creativo incluso en un show colectivo al aire libre en un país alejado de las capitales de la música. Es quien consigue transformar cada detalle de su trabajo en simbología. La que canta para desafiar profundamente nuestra escucha.