La palabra enigma aparece con frecuencia cuando se trata de Antonio Di Benedetto. El fallecido escritor mendocino, autor de una de las novelas más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX, Zama, cumple 100 años desde su natalicio. Lo hace – como siempre– en medio de la conmemoración del Día de los Muertos, en Argentina. El 2 de noviembre, diría Di Benedetto con pesar, marcó su aciago destino.
¿Por qué Antonio Di Benedetto no está en el panteón de los grandes autores de la región, junto a Borges, García Márquez, Mistral, Neruda, Bolaño, Octavio Paz, Augusto Roa Bastos, y tantos otros? Es parte del misterio de un escritor inclasificable, que escribió desde la extrañeza, la inquietud existencial y el silencio. Uno que además supo ser periodista y que, por su intransable ética de trabajo – consideraba al periodista un “héroe miserable al servicio de los demás”–, fue detenido por la dictadura cívico militar argentina que casi lo hace desaparecer. Aunque sobrevivió, su nombre y obra quedaron retenidos en alguna ladera, fuera del sendero del tiempo que se cuenta como historia.
“En cierta época, Antonio Di Benedetto y su obra entraron en cierta zona de olvido por razones ajenas a la literatura. En Mendoza, específicamente en Los Andes, no podía ser nombrado y esto se extendió hasta años después de regresar la democracia”, comenta el escritor argentino Jorge Hardmeier a Culto.
“Hasta el 2010, su tumba estaba llena de telarañas”, afirma la periodista Natalia Gelós, autora de Antonio Di Benedetto Periodista (Editorial Capital Intelectual, 2011). “Después, eso cambió un poco”, agrega. Y si ha cambiado se debe a los esfuerzos que generaciones de escritores y periodistas posteriores a la de Di Benedetto, han hecho por rescatarlo del olvido. Uno de los más importantes en esa tarea fue Juan José Saer.
“Para mí es una pregunta que está abierta: si nuestra generación descubrió a Di Benedetto o Di Benedetto nos creó a nosotros”, dice la investigadora Jimena Néspolo, autora de Ejercicios de pudor: Sujeto y Escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto (Adriana Hidalgo, 2006), el primer libro dedicado al escritor mendocino y al análisis de su singular estilo narrativo. Néspolo, además, impulsó desde 2006 los homenajes que se realizan a propósito de su natalicio, con el apoyo de otras personalidades de la literatura argentina, como Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo.
Hoy, tanto las novelas como los cuentos de Di Benedetto se encuentran disponibles a partir de la reedición elaborada por la editorial Adriana Hidalgo, desde 1999. Zama va en la 14va edición. También se puede encontrar una selección de trabajos periodísticos que llevan su firma (Escritos periodísticos. Adriana Hidalgo, 2017), además de los libros de Néspolo, Gelós y, más recientemente, de Hardmeier (Variaciones Di Benedetto. Añosluz Editora, 2022). A estos se suman las adaptaciones cinematográficas de Los Suicidas (Juan Villegas, 2006), Aballay (Fernando Spiner, 2011) y Zama (Lucrecia Martel, 2017).
“En 2006 dije que la potencia de nuestra generación tendrá que ver con la vigencia que encuentre Di Benedetto o no en el presente. No sé si fue una sospecha, pero parece que no estaba muy errada”, apunta Néspolo.
Fantástico, existencialista, de culto
Entre 1956 y 1969, Di Benedetto escribió lo que se conoce como la Trilogía de la espera: Zama (1956), El Silenciero (1964) y Los Suicidas (1969), sus novelas más emblemáticas. De las tres, es especialmente la primera la que despierta mayor fervor en sus seguidores, así como en la crítica. Llamó la atención, también, de Borges, quien fue en muchos sentidos su maestro y el primero en abrirle las puertas hacia una mayor audiencia, al invitarlo a exponer sobre literatura fantástica en el Centro Cultural de Buenos Aires, del cual era director.
Zama se ambienta en el siglo XVIII, al borde del río Paraguay, donde se da la historia ficticia de don Diego de Zama, un hombre de treinta y tantos, de cuestionable moral, paranoico, autosaboteador y terco, que ve su carrera truncada y envejece sin saber para qué. Zama, como dijo su autor, es una novela para las “víctimas de la espera”, que destaca por su escritura. Di Benedetto prácticamente inventó un lenguaje de época para ofrecer una panorámica desoladora del sentimiento de abandono, en la que el vacío existencial parece ser lo más próximo.
Julio Cortázar llegó a decir que Di Benedetto “pertenece a ese infrecuente tipo de escritor que no busca la reconstrucción ideológica del pasado, sino que está en ese pasado”.
Di Benedetto se movió por diversos géneros, desde el policial a la literatura fantástica. Y su singular estilo narrativo estuvo en permanente revisión y cambio a lo largo de toda su obra. En especial en los cuentos, un formato que se considera su campo de experimentación. Sin embargo, mantuvo ciertos patrones que hoy se entienden como parte de su sello. El primer es la “economía de palabras”. Su única ley en la escritura, como alguna vez dijo. “No abundar en ellas y, por el contrario, elegir la que sea más precisa, la que más exprese”.
La fragmentación del texto en microrrelatos, la parquedad y el laconismo, la deshumanización de los personajes, la inscripción del silencio en cada frase, y con ello, de la tensión, son también características fundamentales del estilo dibenedettiano. “Su calidad literaria indaga en cierto drama humano como tal vez no ha vuelto a repetirse en la literatura argentina”, opina Jorge Hardmeier.
No es de extrañar, entonces, que se le emparentara con el existencialismo. Saer, acaso en un intento de sacar provecho de esto, incluso, comparó al argentino con Albert Camus y Jean Paul Sartre y declaró, sin ambigüedades, que supera a ambos con creces.
“Saer no se equivocaba: el epígrafe de Los Suicidas es de Camus (”Todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez”)”, dice la escritora y traductora Esther Allen vía email. “Pero a mi parecer, Di Benedetto hizo una cosa propia, muy individual, que tiene mucho menos que ver con obras o autores europeos que con sus observaciones y experiencias en Mendoza y otras partes de las Américas, su preocupación con las realidades actuales y la historia y cultura de su mundo. Pero si tuviera que compararlo con europeos, me parece que los diálogos con Dostoyevski, Kafka, y Samuel Beckett son los más fructíferos”.
Conocidos todos estos antecedentes, no deja de ser curioso que, llegado los años noventa, Zama no superara la barrera de una novela de culto y el nombre Di Benedetto estuviera tan desplazado que se le confundiera con Mario Benedetti.
Roberto Bolaño, admirador confeso de Di Benedetto, se inspiró en él para su cuento Sensini. El mendocino, durante su exilio en Madrid, se dedicó a participar de concursos menores enviando el mismo cuento en simultáneo, pero “cambiando el título”. ¿Qué tan mal – se preguntaba Bolaño–, tenía que estar un grandísimo escritor como Di Benedetto, “un crack de primera división, para jugar en los potreros de cuarta división”?
Periodista y exiliado
“Di Benedetto murió solo, pobre y abandonado”, según tituló el diario español El País, el 13 de octubre de 1986. Ocurrió tres días antes, por un derrame cerebral. Vivía entonces en Buenos Aires, una ciudad que siempre le fue ajena e indeseada. Allí alcanzó a residir unos meses luego de un exilio forzado de casi una década. Estados Unidos, Guatemala y, mayormente, España le sirvieron de asilo. Era eso o seguir encarcelado. La dictadura cívico militar lo detuvo un día después del golpe, en marzo del 76. Y si lo liberaron, fue sólo por la presión que hubo desde el ambiente cultural internacional: las intervenciones del premio Nobel de Literatura Hugo Böll y Günther Grass, habrían sido fundamentales.
Mientras estuvo preso, a Di Benedetto lo torturaron y maltrataron: entre otros vejámenes, se aprovechaban de su miopía para privarle de sus anteojos y obligarlo a limpiar su celda, desnudo. Además, fue víctima de severos golpes en la cabeza. A causa de ello, sufriría más tarde de cuadros amnésicos y de una salud que se deterioraría aceleradamente. Casi tan aterrador como aquello fue, para él, haber sido sometido a la soledad y a la duda. Hasta el fin de sus días dijo desconocer el motivo de su arresto.
Lo cierto es que Di Benedetto, además de escritor, fue periodista, uno de esos que “no se callan lo que piensan”, según acredita Natalia Gelós a Culto. Llegó a ser subdirector del diario Los Andes y director del vespertino El Andino, ambos de corte conservador. Y si bien su radio de influencia se veía limitado por el centralismo que separa a Buenos Aires del resto del país, sus decisiones lo pusieron en la lista negra de la dictadura.
“Di Benedetto tomó decisiones editoriales y habilitó la publicación de notas que influían y señalaban directamente a los poderes de turno. Como la decisión de habilitar la publicación de una portada con las caras de personas que habían sido detenidas sin ser ‘blanqueadas’, o de una serie de asesinatos a trabajadoras sexuales que llevaban directo a pensar en la conexión con la policía”, cuenta Gelós. Di Benedetto también ordenó la investigación del supuesto accidente aéreo que sufrió el líder del Frente Nacional Patria y Libertad (FNLP), Roberto Thieme, en Mendoza, en 1973. “Fue un historión, que pasó medio desapercibido en Buenos Aires”, dice la periodista bonaerense.
Descubriendo a Di Benedetto
La escritora y traductora Esther Allen recuerda su primera visita a Buenos Aires. Fue en 2006, para una especie de boot camp para editores y traductores, organizado por la Fundación TyPA. “Descubrí escritores de los que no había oído hablar antes, entre ellos Antonio Di Benedetto”, cuenta vía email.
Su primera lectura dibenedettiana fue El silenciero. “En realidad, no sabía leerlo. No lo podía entender y me pareció imposible traducirlo”, confidencia. Dos años después, su editor en el New York Review Books, Edwin Frank, le encargó la lectura de Zama para una potencial traducción al inglés. “Me pidió un informe y las primeras palabras que puse en éste fueron ‘es una obra maestra’”. Para Allen, fue leyendo Zama y “algunas cosas de Roberto Bolaño”, además de sus conversaciones con el crítico literario Marcelo Cohen y Jimena Néspolo – “autora del libro que más hizo para su descubrimiento”, agrega Allen–, que aprendió a leer a Di Benedetto.
En 2016, sesenta años después de su publicación original, Zama se publicó por primera vez en lengua inglesa. Gracias a la versión de Esther Allen, personas como J.M. Coetzee pudieron acceder al trabajo del mendocino. El nobel de Literatura le dedicó una extensa reseña que tituló “Un gran escritor que deberíamos conocer”. A sus palabras se sumaron varias críticas favorables, como la de Benjamin Kundel, del New Yorker, quien aseguró que Zama es posiblemente “la novela americana del siglo XX”.
Tras el éxito de Zama, le siguió la traducción al inglés de una selección de cuentos por parte de Martina Broner y Adrian West, titulado Nest in Bones (Archipielago Books, 2017). Y, en enero de este año, la esperada publicación de El Silenciero (The Silentiary, New York Review Books), traducido nuevamente por Esther Allen, quien ya trabaja en la versión anglo de Los Suicidas.
“Para mí, El silenciero, Los suicidas, y algunos — muchos— de los cuentos, tienen el mismo poder misterioso y taciturno que encontré por primera vez en Zama. Aunque no quiero jactarme de saber leerlo perfectamente ahora; cada vez que me pongo a traducirlo me doy cuenta que todavía tengo mucho que aprender”, comenta la traductora.
Un clásico centenario: entre el ruido y el silencio
El 21 y 22 de octubre pasados, se celebró el centenario de Di Benedetto con actividades en el Centro Cultural Borges, en las que participaron escritores, periodistas, críticos y cineastas. Por primera vez, Jimena Néspolo no se hizo presente. “Por una cuestión de tomar distancia; mi libro ya va a cumplir 20 años”, explica.
Como ha sido la tónica desde el inicio del milenio, el enigma del mendocino sigue inquietando. Recientemente, Adriana Hidalgo publicó Escritos del exilio, en el que se rescatan algunos textos periodísticos que firmó durante sus años en Madrid. Mientras que Añosluz Editora hizo lo propio con Variaciones Di Benedetto, en el que Jorge Hardmeier reconstruye la vida y obra del escritor, recurriendo a las voces de 12 entrevistados (escritores, periodistas, amigos y compañeros de detención durante la dictadura).
Quizá el mayor hallazgo del libro, dice Hardmeier, es la correspondencia entre Di Benedetto y Carlos Boris Prelooker, el primer editor de Zama desde su Editorial Doble P, en 1956. Desde el epistolario, se pueden apreciar las profundas preocupaciones que tenía éste en torno a la escritura. “Di Benedetto era un obsesivo de las palabras”, dice Néspolo, también entrevistada para este libro. Un tema sobre el que reflexiona en casi toda su obra y en el que intenta separar a su yo periodista del yo escritor. No siempre con éxito. Su estilo retorcido – como lo describe Néspolo– en el frecuenta la elipsis se deja entrever en ambos frentes, a pesar suyo.
Quizás ese sea un indicio del camino que su figura ha tomado para alcanzar el estatus de clásico. “Un escritor que muere, aspira a ser un clásico encriptándose en un lenguaje, en un adjetivo: está lo borgeano, lo cortazariano, está lo dibenedettiano. Si no pasa eso, no se pasa al panteón de las letras”, dice Néspolo. Aunque asegura que prefiere no pensar mucho en ello: “La gran enseñanza de la literatura de Di Benedetto es que el centro debe estar vacío, porque no hay nada más ominoso, lúgubre o triste para un escritor que ser colocado en ese lugar, que es un lugar contingente y, a la vez, efímero. Y por tanto, absurdo”.
Hardmeier cree, de todas maneras, que Di Benedetto está aún “en cierto espacio del secreto”. Salvo – dice– cuando ocurren ciertos aniversarios, sea de su muerte y de su nacimiento. “No hago una valoración. Es lo que ocurre”. Acaso sea para mejor, si es por juzgar las palabras del propio Di Benedetto. Fóbico del ruido del mundo, escribió: “Prefiero la noche, prefiero el silencio”.