Pasadas las 19.00 horas, la islandesa Björk –uno de los platos fuertes de la primera edición del festival Primavera Sound en Latinoamérica– apenas comenzaba su show, acompañada de músicos chilenos en la orquesta. Mientras tanto, en el otro extremo, en el escenario Santander, una masa de jóvenes se instalaba con paciencia para esperar por más de una hora el comienzo de la siguiente presentación agendada en esa última tarima.
Los minutos pasaban y las expectativas crecían. Tanto así, que cada cierto tiempo se oían aplausos y gritos ansiosos que coreaban el nombre de la próxima artista, casi como si el llamado colectivo pudiese lograr que el rato pasara más rápido. O, en su defecto, transformar a los sonidistas que instalaban los instrumentos y micrófonos en la mismísima Mitski, una de las últimas revelaciones de la música indie y alternativa que cautivó a la crítica con sus composiciones breves y cargadas de melancolía.
Mitsuki Laycock Miyawaki, conocida simplemente como Mitski, nació en la prefectura de Mie, Japón, en 1990. Hija de madre japonesa y de padre estadounidense, vivió gran parte de su infancia entre países como Turquía, China y Malasia, hasta que por fin se estableció junto a su familia en Nueva York. Primero ingresó a la universidad para estudiar cine, pero pronto desertaría para seguir el camino académico de la composición. El resto es historia.
Sus extraordinarias habilidades como letrista quedaron en evidencia desde el primer momento. Los dos primeros álbumes de su discografía –Lush (2012) y Retired from Sad, New Career in Business (2013)– fueron trabajos universitarios. Al año siguiente vino Bury Me at Makeout Creek y, con ello, la atención de la crítica especializada, que vio en este y sus dos trabajos siguientes, Puberty 2 (2015) y Be the cowboy (2018), a uno de los talentos más novedosos fuera del mainstream.
Sin embargo, y de manera bastante sorpresiva incluso para ella, algunas canciones de este último disco se transformaron en un fenómeno viral en Tik Tok, masiva plataforma de impacto global que ha marcado un ascenso en la carrera de varios artistas, como Doja Cat y a la misma Mitski. Y justamente después ese abrupto disparo se dio su presentación en Chile, ante una fanaticada centennial y expectante a la salida de quien se configuró como una verdadera intérprete de su sentir generacional.
Con sólo un minuto de retraso se dio arranque al show, que, en principio, estuvo repleto de celulares que esperaban poder registrar la entrada en escena de la artista. Tanto así, que no fueron pocos los gritos que pedían a los espectadores de las primeras filas que bajaran sus aparatos para así no perturbar la vista.
Entre los primeros acordes de Working for the knife, uno de los sencillos de su más reciente larga duración, Laurel Hell, Mitski se desplazó hacia el centro del escenario calzando un vestido azul largo y holgado, ajustado con un cinturón del mismo tono. A través de las pantallas apostadas a los costados se notaba su expresión facial, seria y dramática, con el ceño fruncido y mirando hacia su alrededor casi como si fuera el personaje principal de una intensa obra de teatro.
A lo largo de su presentación, la cantante se mantuvo firme y cuadrada en su performance, que a ratos rememoraba a una ceremonia espiritual digna de sus raíces niponas. Así pasaron temas como I will, I bet on losing dogs –donde lanzó movimientos de boxeo y patadas, casi como si se tratara de un ring en el que la pelea era algo sentimental– I don’t smoke y Drunk walk home, uno de los momentos donde la interpretación llegó a su punto cúspide, aunque sin los gritos viscerales que caracterizaban sus presentaciones de hace algunos años atrás.
Como era de esperar, los momentos más coreados –y grabados– por el público fueron sus tres canciones insignes de Tik Tok: Washing machine heart (donde la cantante sonrió por primera vez al ver cómo la gente cantaba de memoria y con una pronunciación bastante inteligible la primera estrofa del tema), Me and my husband y Nobody, a estas alturas un himno juvenil.
Los últimos temas condensaron lo más alto de los discos Laurel Hell, Bury Me at Makeout Creek y Be the cowboy: Stay soft, Francis Forever y A Pearl, esta última, con una interpretación instrumental donde se extrañó el solo de la guitarra eléctrica. Los fanáticos disfrutaron a concho los 17 temas del setlist, incluso las canciones menos populares. También quedaron felices con las breves interacciones de la cantante, todas en un español con buena dicción y con una voz dulce y tranquila. Antes de retirarse, y cuando la música ya había terminado hace varios segundos, Mitski sentenció con cariño: “los quiero, los amo”. Una retribución sincera para su grupo de fieles, que finalizó un show tan eléctrico como melancólico que, sin dudas, dejó con ganas de más.