Fueron 48 años. Exactamente desde el 10 de mayo de 1924 al 2 de mayo de 1972. Toda una vida en el mismo cargo, nada menos que director de la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos, el FBI, por sus siglas en inglés. En esas casi cinco décadas, John Edgar Hoover vio pasar a ocho presidentes de Estados Unidos, el auge del fascismo y el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam y las luchas por los derechos sociales en el país de norte.
Lo cierto es que Hoover pasó a la historia como un personaje controversial al cual se le ha acusado de ocupar sus poderes para perseguir a los activistas por los derechos sociales, y obtener información sobre diversos líderes políticos. Como una especie de extorsionador en las sombras.
Sin embargo, una nueva biografía hace más complejo al personaje. La historiadora estadounidense Beverly Gage acaba de publicar G-Man: J. Edgar Hoover and the Making of the American Century, un libro sobre la vida de Hoover, poniendo en la palestra otros aspectos. Uno de ellos, es que Hoover solía ser buscado por los líderes políticos para resolver ciertos problemas.
Así lo hizo con la campaña de elección de 1964, que confrontaba a Lyndon Johnson (el vicepresidente de Kennedy quien debió asumir el mando tras el asesinato del Mandatario en Dallas) contra el republicano Barry Goldwater. Pocas semanas antes, el 7 de octubre de 1964, Walter Jenkins, un asistente de Johnson, entró en la YMCA, cerca de la Casa Blanca, después de una fiesta en la oficina de la revista Newsweek y tuvo relaciones sexuales en el baño con un veterano del ejército sin hogar. El problema fue que resultó detenido.
Por supuesto, la historia llegó a los titulares de los matutinos, siempre ávidos de titulares sensacionalistas, y la candidatura de Goldwater vio una oportunidad para golpear. De este modo, exigió saber si la conducta de Jenkins había comprometido la seguridad nacional. Ello obligó a Johnson a actuar. Acudió a Hoover, con quien había sido vecino, para que investigara el escándalo. Al director del FBI la idea no le gustó, pues se trata de política, y durante décadas había tratado de aislar al FBI de la política partidista. Pero obedeció.
Jenkins, sometido a un estrés enorme, debió ser hospitalizado. Ahí recibió una sorprendente señal de Hoover, quien le mandó un ramo de flores a su habitación. Luego, el director del FBI pasó a la ofensiva. “A menos de dos semanas de las elecciones -señala Gage- Hoover emitió un informe absolviendo a Jenkins de cualquier violación a la seguridad nacional”. ¿El resultado? Johnson ganó con uno de los márgenes más abultados de la historia electoral de EEUU: 61% contra 38%.
Para Gage, la reacción empática de Hoover tiene una explicación. “Era una insinuación de que Hoover podría tener más en común con Jenkins de lo que deseaba reconocer”. Es que se trataba de un personaje algo contradictorio. “También orquestó las notorias operaciones de inteligencia del FBI contra líderes de derechos civiles y activistas contra la guerra, escuchó a Martin Luther King Jr. y a muchos otros ciudadanos privados, y permitió el surgimiento de un movimiento conservador profundamente racista. Eso sigue envenenando el cuerpo político estadounidense. Gage proporciona pruebas de que Hoover no era un elefante rebelde, que actuaba completamente solo”, señala Jennifer Szalai, del New York Times, en su reseña del libro.
Segregacionista y un romance secreto
Gage también indaga en el oscuro pasado universitario de Hoover, donde formó parte de una fraternidad racista y segregacionista llamada Kappa Alpha, mientras estudiaba Derecho en la Universidad George Washington. “Esta fraternidad sureña era profundamente reaccionaria. Era una fraternidad sureña segregacionista...luego fue fascinante ver las formas en que tomó a una generación de hombres jóvenes que estaban inmersos en esta ideología racista y segregacionista y los convirtió en parte de la primera generación de funcionarios del FBI”, explica Gage en entrevista con el sitio NPR.
Ese celo con los activistas afroamericanos lo llevó lejos, y vaya que lo sufrió el reverendo Martin Luther King, acaso el líder natural de la protesta por los derechos civiles. El libro señala que bajo su dirección, el FBI intervino las habitaciones de hotel de Martin Luther King, Jr. y grabó sus citas sexuales. La idea era dárselas a conocer a su esposa, Coretta Scott King. Ese instante llegó en 1964, poco después de que King recibiera el Premio Nobel de la Paz. Ahí llegó a su casa un paquete que contenía las cintas, Coretta lo abrió y no solo habían cintas, también una carta, inventada por el FBI, que pretendía ser de un partidario decepcionado de King y que lo llamaba “un animal sucio y anormal”, además, lo instaba a suicidarse.
También indaga en la siempre misteriosa vida personal de Hoover, quien siempre permaneció soltero y con poca cercanía con las mujeres. Gage señala que Hoover se mostraba “a veces divertido, tierno, solícito y coqueto” en su correspondencia con un joven agente del FBI, Melvin Purvis. Aunque a mediados de la década de 1930, se fijó en Clyde Tolson, quien se convirtió en director asociado de Hoover. Pero al parecer, fue mucho más que eso.
“Donde fue Hoover, también fue Tolson -escribe Gage-. No solo a la oficina, sino también al club nocturno y al hipódromo, en vacaciones y cenas entre semana, eventos familiares y recepciones en la Casa Blanca. Eran en esencia una pareja”.
Pese a su ideal de formar un servicio apartidista, Gage asegura que Hoover mostró una cercanía a sus instintos más reaccionarios, y sus acciones ayudaron a sembrar la desconfianza en ambos bandos del espectro político. “Al final, era un hombre confundido, a veces solitario. No podemos conocer nuestra propia historia sin comprender la suya, en toda su gran aspiración y terrible crueldad, y en sus muchas contradicciones humanas”, señala la historiadora.
Por ahora, G-Man: J. Edgar Hoover and the Making of the American Century, solo se encuentra disponible en inglés. Para quienes se interesen, se encuentra disponible en Amazon.