Columna de Marisol García: Advertencias que incomodan
Lo que dirige a uno de los singles de comentario social más relevantes de este año en Chile -El Santo, con Tiro de Gracia y Lalo Meneses- es la vocación de advertencia y cuidado intergeneracional que pocos géneros como el hip-hop tienen tanta autoridad para articular.
El desvío más odioso y distractor del debate político debe ser aquel iryvenir de impugnaciones puramente personales amplificadas en rebote entre medios y redes: lo que en entrevista el senador acusó sobre el alcalde, y que éste se vio obligado a responder en instagram para que luego la ministra exprese una posición oficial sobre lo que al fin zanjará en un tuit la diputada. Son dinámicas aprendidas del chismoseo de farándula (donde al menos alimentar la insidia es deber profesional), imbatibles en lograr agigantar lo irrelevante.
En cambio la música —bendita ella— es un campo de matices. Denuncias y revanchas se articulan en la canción popular con frecuencia, mas no de modo literal: una curva de misterio dirige creativamente lo que la pura rabia aplanaría en la banalidad. Requiere de talento articular la metáfora, ingeniar dobles lecturas, desahogarse sin perder el flow. Por eso los reproches de El santo, el nuevo single de Tiro de Gracia (feat. Lalo Meneses), califican del lado de lo excepcional:
“Es fácil ir de artista pagado por narcos en una pista, / vivir como futbolista blanqueando dinero en causas sociales realistas […] / y tú sueñas que al imitarlos serás un invencible coloso […] / ¡La vida es muy corta para estar equivocado! / Los niños no han escuchado: las armas las carga el diablo”.
Es mejor pasar del primer impulso por descubrir a quién exactamente es que le canta el trío de Lenwa Dura, Zaturno y Meneses. Tienta, sí, hacer cruces con estrellas del trap acomodadas al sistema (“en la música urbana, al mensaje ni caso”), influencers de narcisismo inagotable (“disculpa, pero mato a tus fucking ídolos mentalistas”), políticos en decadencia (“dicen que son honorables y sólo van sembrando males”) o hipócritas genéricos (“cree que lo van a perdonar porque a un santo le reza”).
Pero al fin lo que dirige a uno de los singles de comentario social más relevantes de este año en Chile es la vocación de advertencia y cuidado intergeneracional que pocos géneros como el hip-hop tienen tanta autoridad para articular. Desde un entorno que se conoce a fondo, el del barrio y la calle, estas rimas contagian un inobjetable sentido de urgencia sobre la normalización de la violencia armada y el embrujo corruptor del dinero. El diablo que carga las pistolas no es más que un símbolo para fuerzas reconocibles a nuestro alrededor, a las que la tendencia y la moda avivan, pero que la canción política (hecha en serio) impugna como un mínimo ético de conciencia colectiva: “Somos varios, defendemos lo que amamos / No hay envidia, no hay mentira: por eso nos rescatamos”. La revolución no será televisada, presagió Gil Scott-Heron en 1971. Suena… como un susurro, describió Tracy Chapman a fines de los 80. Para la lucidez que hoy requerimos en tiempos críticamente convulsos no hay coreografía en TikTok. Ni la habrá.
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