Kevin no quiere saber nada del clima tropical de Florida. No hay árboles de Navidad y no le convence la idea de comprar uno falso. Pero no tiene muchas opciones, porque es el destino turístico que ha elegido toda la familia McCallister para pasar las fiestas de fin de año.
Accidentalmente, debido a que se sube al avión equivocado, el niño termina a casi 2 mil kilómetros de distancia de Miami, en Nueva York, recorriendo el Empire State, el Rockefeller Center y el Central Park y hospedando en el Hotel Plaza gracias a la tarjeta de crédito de su papá. Tal como ocurrió exactamente un año antes, su madre se entera de su desaparición y reacciona con un sonoro “¡Keeeevin!”.
Es el punto de inicio de una secuela realizada bajo la presión de emular el éxito de Mi pobre angelito (1990), la comedia familiar que se había convertido -en ese momento- en la tercera cinta más taquillera de la historia, sólo por debajo de la primera Star Wars (1977) y E.T. (1982).
20th Century Fox logró lo que todo estudio desea tras un fenómeno de esa magnitud: conservar a los principales gestores del éxito, en este caso Chris Columbus (director), John Hughes (guionista y productor), John Williams (compositor de la banda sonora), y un elenco encabezado por Macaulay Culkin, Joe Pesci, Daniel Stern, Catherine O’Hara y John Heard.
Culkin regresó luego de negociar un nuevo contrato que mejoraba ostensiblemente sus honorarios (US$ 110 mil versus US$ 4,5 millones y un 5% de la recaudación en salas), mientras que la producción contó con un presupuesto más generoso.
Mover la trama de Chicago a Nueva York -y sus múltiples atractivos turísticos- fue toda una declaración de intenciones: la historia ya no giraría únicamente en torno a un niño que se defiende con uñas y dientes de los ladrones en su propia casa, sino que presentaría una diseño algo más complejo, permitiendo la entrada de un mayor número de personajes y giros.
Eso siempre con mesura. Porque, al mismo tiempo, Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York (1992) se erigió como un buen ejemplo de una segunda parte capaz de ser rigurosa con la fórmula que funcionó inicialmente -manteniendo intactos chistes y situaciones de la película original-, pero con algunos agregados que respetaron la esencia.
Un ejemplo: el momento del protagonista a bordo de una limusina -bebiendo Coca-Cola en copa y comiendo una pizza, y en dirección a una juguetería- es icónico de la secuela pero no se entiende sin la juguetona construcción de la primera.
La segunda parte también optó por las caras nuevas. Tim Curry, Dana Ivey y Rob Schneider inyectaron chispa y vitalidad a los roles de los miembros del personal del hotel (el cameo de Donald Trump fue meramente anecdotario); un septuagenario Eddie Bracken aportó sentimentalismo en la piel del dueño de la juguetería de la historia, y Brenda Fricker quedó inmortalizada como “la señora de las palomas”.
¿Pero qué sería Kevin McCallister sin sus ladrones favoritos? La producción no tuvo problemas en convencer a Joe Pesci y Daniel Stern para que volvieran a interpretar a Harry y Marv. La dupla aparece en Nueva York porque -según la trama- lograron huir de la cárcel y no tardan en encontrarse con el niño que los humilló en la primera entrega.
La película se las ingenia para, en su recta final, volver a encerrar a los tres personajes en un solo inmueble, un instante en que el personaje de Culkin les arroja ladrillos, los ataca con una engrapadora e idea toda clase de trampas.
Una de ellas implicó poner en riesgo el bienestar de uno de sus actores. En la recordada secuencia en que el niño incendia el sombrero de Harry, Joe Pesci se aseguró de interpretar por sí solo la escena, prescindiendo de un doble de riesgo.
Era conocido que ese momento había sido complejo de filmar, pero no que había tenido serias repercusiones. Según señaló Pesci a revista People esta semana, “además de los golpes, moretones y dolores generales esperados que asociarías con ese tipo particular de humor físico, sufrí quemaduras graves en la parte superior de mi cabeza durante la escena en la que se incendia el sombrero de Harry”. Y agregó: “Tuve la suerte de contar con especialistas profesionales para hacer las escenas de riesgo verdaderamente pesadas”.
También, en una dimensión más general, el actor planteó que en la segunda parte hubo “más espontaneidad y creatividad en el set”.
No toda la crítica advirtió lo mismo. “Mi pobre angelito 2 puede estar concebida con pereza, pero está organizada con un sentido de la oportunidad y mucha alegría festiva”, opinó The New York Times.
En tanto, la revista Time argumentó que “sigue precisamente la fórmula que convirtió a su antecesora en la comedia más taquillera de la historia de la humanidad. Pero no, no es un lastre, y no es una estafa”, junto con plantear una sugerencia: “Míralo como un cuento de hadas contado dos veces”.