Hace 94 años no era tan sencillo publicar una novela con toques de erotismo. Mucho menos si el relato tenía como protagonista a una mujer casada que, desilusionada de su matrimonio, se veía envuelta en una aventura sexual con un hombre de clase social inferior, cultivando un amor lo suficientemente intenso como para ir en contra de las convenciones sociales, abandonarlo todo y empezar de cero.
Sin embargo, el escritor británico David Herbert Richards Lawrence (conocido simplemente como D. H. Lawrence) se atrevió a contar esa historia en tiempos donde la sociedad europea era sustancialmente más conservadora que la actual. Y aunque el paso del tiempo lo consagró como una de las plumas más aventajadas del siglo XX, su temprana muerte a los 44 años le impidió presenciar en vida dicho reconocimiento.
Hoy, varias décadas después, el cine vuelve a recurrir a una de sus obras más aclamadas. El pasado 2 de diciembre, Netflix agregó El amante de Lady Chatterle a su catálogo, la más reciente adaptación del clásico escrito por el autor inglés. Dirigida por la cineasta francesa Laure de Clermont-Tonnerre y protagonizada por Emma Corrin (Diana de Gales en la cuarta temporada de The Crown), la cinta ya figura como una de las más exitosas de la plataforma.
De la misma forma que en la novela, la cinta de Clermont-Tonnerre narra la historia de Connie (Corrin), una joven aristócrata criada en un ambiente marcado por el arte e ideales progresistas, y cuyo esposo, Clifford Chatterley (Matthew Duckett), es enviado a la guerra casi inmediatamente después de su matrimonio. Pero las cosas no salen bien para Chatterley, que retorna del combate con sus dos piernas totalmente inmovilizadas.
Poco a poco, la joven termina transformándose en una especie de enfermera para su pareja, viéndose atrapada en una relación donde la pasión se vuelve inexistente. Todo cambiará cuando Connie conoce a Oliver Mellors (Jack O’Connell), el guardabosque del terreno donde vive el matrimonio y con quien termina estableciendo una relación sexual que no tarda en convertirse en amor.
Esta no es la única vez que la novela de Lawrence llega a la pantalla grande: la primera fue en 1981, dirigida por Just Jaeckin. La segunda se estrenó en 2006 y estuvo a cargo de la dirección de Pascale Ferran. Esto, más una adaptación televisiva el 2015, dirigida por Jed Mercurio.
Tres décadas de censura
El amante de Lady Chatterle no fue la primera novela que supuso problemas para D. H. Lawrence. La detallada descripción de las escenas de sexo que caracterizaba sus relatos ya había generado escándalo en 1912 con El merodeador, en 1915 con El arco iris (que lo llevó a autoexiliarse de Inglaterra) y Mujeres enamoradas, en 1921.
Sin embargo, la anécdota detrás de la publicación de Lady Chatterle pasó a la historia como una de las polémicas legales más famosas de la literatura del siglo XX. Publicada en 1928 durante su estadía en Florencia, el libro tuvo dificultades para ser comercializada desde el primer momento. Sólo Italia y Francia tuvieron a la venta algunos ejemplares, pues otros países como Canadá, Australia, Estados Unidos, España –donde circuló de forma secreta durante los años del franquismo- y el Reino Unido prohibieron tajantemente su circulación.
Dos años después del lanzamiento de la novela, Lawrence falleció acongojado por una tuberculosis, a los 44 años. Pero lo más polémico en torno a la novela sucedería tres décadas después.
En 1960, Penguin Books decidió publicar El amante de Lady Chatterle por primera vez en el Reino Unido. Ese mismo año, la editorial fue llevada a un juicio justificado por la Ley de Publicaciones Obscenas, normativa aprobada en 1959 y que, además de fortalecer las penas contra la pornografía, permitía la edición de obras “potencialmente obscenas” en virtud de su calidad y aporte literario.
El proceso fue extenso y no tuvo nada de sencillo. Para comprobar que el escrito cumplía con las excepcionalidades estipuladas por la ley, fue necesario que varios testigos circularan por el Tribunal Penal Central de Old Bailey, en Londres. Los personajes citados iban desde estudiosos de la literatura hasta obispos anglicanos, donde figuraban nombres como EM Forster, Richard Hoggart y Raymond Williams.
Entre los momentos más recordados del proceso está la pregunta hecha por un fiscal al jurado, consultándoles si consideraban aquella obra como “un libro que quisiera que leyera su esposa o su sirvienta”. Por suerte, el juicio terminó inclinándose en favor de Penguin Books, marcando un precedente en los temas referidos a la censura de obras.
La característica más objetada por los detractores de Lawrence era el componente erótico de sus escritos. Aun así, varios entendidos apuntan a que la crítica social implícita en la historia y la propuesta de una mujer disfrutando de su propia sexualidad sin culpa también fueron decisivas a la hora de generar tal nivel de rechazo al trabajo del escritor inglés.