Lo primero que leyó Mario Vargas Llosa, cuando era un niño de cinco años fueron versos de Pablo Neruda. Una vez visitados otros libros se puso a escribir prolongaciones de historias que leía. Era el comienzo de lo que Carlos Granés llama “un vicio precoz”, en el que sería el autor de La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral y que en 2010 ganaría el Premio Nobel de Literatura.
Granés, autor, entre otros, de una monumental historia que combina política, historia y literatura en Latinoamérica (Delirio americano), es el autor ahora de una impresionante compilación de la otra faceta, la de testigo apasionado de la literatura y de las otras artes, del autor de La verdad de las mentiras. Se trata de El fuego de la imaginación (Alfaguara), donde se recogen, en 777 páginas muy apretadas, las que Granés considera que son las mejores, y también las más apasionadas, contribuciones del Nobel peruano a la discusión sobre la cultura contemporánea, empezando por las consecuencias de su pasión más querida, las lecturas.
Son críticas, artículos, apasionadas diatribas con sus contemporáneos y otros antepasados literarios, además de sus visitas a teatros, cines, exposiciones, que juntos componen su alma de lector y de espectador.
Les pedimos a Carlos Granés y a Mario Vargas Llosa que hablaran entre ellos de la naturaleza ignífuga de este libro que podría ser una continuación de El pez en el agua, donde el escritor peruano vuelca lo más emocionante y decisivo de sus recuerdos personales.
En esta crónica general del fuego de su imaginación como visitante de obras ajenas lo que sobresale es una personalidad generosa que quiere ver en lo que escriben o crean otros la misma pasión que a él lo alimenta: la literatura. El fuego de la literatura.
-Yo creo que ese material que ha trabajado Carlos es un material que es inseparable de las ficciones que escribí durante esos años. Porque es el material bruto del que están hechas esas ficciones. También hay polémicas, discusiones, debates… entre amigos. Pero mientras estaba en el Partido Comunista, por ejemplo, yo me defendía mucho contra el estalinismo que hacía estragos en América Latina. Yo estaba con la postura de Sartre, que no fue ningún estalinista, al contrario de lo que alguien ha dicho por ahí. Él salía siempre a combatir la parte más estalinista del marxismo.
CG: Yo creo que los artículos reflejan muy bien cómo la literatura fue lo que te salvó del estalinismo.
VLL: Sin ninguna duda.
CG: Eso se ve reflejado en tus reflexiones sobre la literatura y su incompatibilidad contra los totalitarismos. Porque el totalitarismo es incompatible con la actividad artística.
VLL: Hay un entusiasmo con la Revolución Cubana que tiene que ver mucho con esto. Da la impresión de que esa revolución iba a ser abierta, que les iba a dar libertad total a los escritores, incluidas las críticas al régimen. Esa era la ilusión. Me he dado cuenta al releer los textos de esa época. Creíamos en un socialismo libertario y da la impresión de que eso era para nosotros Cuba al principio. Era un entusiasmo que yo no había tenido antes. Cuando estuve en el Partido Comunista peruano, que fue un año, era porque me parecía que la dictadura de Manuel Odría tenía en los comunistas la objeción más importante.
CG: Iba a decirte que las instituciones cubanas fueron muy estratégicas a la hora de promocionar a Cuba como un lugar abierto a la cultura.
VLL: Absolutamente. Y hubo ingenuos como yo que mordieron el anzuelo.
CG: Tú y Cortázar, y Fuentes, y García Márquez…
VLL: García Márquez ya había sido censurado. Él y Plinio Apuleyo habían sido eliminados de Prensa Latina. García Márquez no protestó y se fue a México y luego vino su reconciliación con Fidel Castro.
Pero, además de fijarse en el aspecto político de Cuba, usted también se ha fijado en la cotidianidad de los primeros años de la era de Fidel.
VLL: Sí, recuerdo que un día fui a México, enviado por la Radiotelevisión Francesa, y me mandaron un telegrama diciéndome que tomara un avión a Cuba. Me citaron con mucha anticipación en el aeropuerto de México, nos hicieron preguntas, nos tomaron fotos subiendo al avión… y al llegar a La Habana vi muchas manifestaciones, vi a chicos muy jovencitos aprendiendo a manejar cañones y… era un clima muy exaltante.
CG: Creo que cuando tú tienes 30 años ya estás en Londres, habías pasado los años de París.
VLL: Sí. Había sido una época muy estimulante. Es que Perú no parecía admitir un escritor, entonces yo me propuse ser un escritor francés, jajaja. Y me fui a París. Pero resulta que en París estaban leyendo a los autores latinoamericanos. En esa época no habían llegado los latinoamericanos a Perú y yo no los había leído. Al llegar a París yo también empecé a leerlos y descubrí que había una comunidad latinoamericana. O sea: en París empecé a sentirme latinoamericano. Qué curioso, ¿no?, jajajaja.
CG: Carlos Fuentes escribió sobre muchos de ustedes. Pero tú escribiste sobre todos, absolutamente todos.
VLL: De todos. Sobre Lezama Lima, sobre el propio Fuentes, sobre Edwards, sobre Donoso…
CG: ¿Por qué te ocupaste de ellos?
VLL: Por algo más bien práctico. Yo tenía un acuerdo con algunos periódicos para mandarles artículos sobre libros y escritores. Dedicaba los domingos a hacer esos artículos y, si salían bien, yo me iba a comer a La Coupole, donde siempre encontraba al escultor Alberto Giacometti tomándose un vino, porque tenía muy cerca de ahí su estudio. Él estaba ahí solo, siempre solo, y yo me iba a comer ahí.
CG: ¿Y fue ese trabajo de colaborador de periódicos el que también te llevó al teatro?
VLL: Sí, sí. Al teatro y al cine. Porque en Francia había unos cineastas, Godard, Truffaut… que estaban renovando el discurso cinematográfico. Y el teatro también era buenísimo. De hecho, llegué a pensar que si en Perú hubiera habido un movimiento teatral parecido, yo no hubiera sido novelista, sino dramaturgo. Pero no fue así. A París también iban muchas compañías latinoamericanas y españolas. Cuando vi La muerte de un viajante [Arthur Miller], por ejemplo, quedé muy impresionado. Era la primera obra de teatro moderna que había visto. El viajante pasaba del pasado al futuro y del futuro al pasado. Me hizo sentir que el teatro se parecía a la novela moderna con esos saltos fabulosos que daba. Porque… la gran revolución de la novela viene con el Ulises, pero yo creo que son los norteamericanos los que aprovechan mejor las grandes transformaciones que introdujo Joyce. Ahí está Faulkner, el que mejor supo hacerlo. Ulises es una novela pesadota de leer, pero en el mundo de Faulkner están disueltas las grandes innovaciones que introdujo Joyce en la novela y así todo es más fácil. Bueno, Los mosquitos, de Faulkner, es una novela maliiiiísima, jajajaja. Es la primera novela que escribe y es malísima. Pero, oye, es curioso cómo Faulkner tenía ese desprecio por los periodistas y les contaba cuentos, inexactitudes, les decía que él era un granjero que escribía novelas en su tiempo libre y no sé qué. ¡Esas novelas son el resultado de un trabajo monumental!
¡Y así ha sido usted! Detrás de cada una de sus novelas hay mucho trabajo.
VLL: Bueno, a mí me marcó más Flaubert. Para mí fue la gran Revolución. Sobre todo su historia con el padre. Un padre médico que quería que su hijo fuera un profesional liberal, pero lo que Flaubert quería era escribir. Flaubert tiene un accidente y el padre acepta que el hijo esté en la casa y Flaubert está en la casa escribiendo Madame Bobary durante cinco años, jajajaja. Es una cosa medio sospechosa. Da la impresión de que él había fingido estar enfermo, ¿no?
Granés ha hecho que este libro se inaugure con su entusiasmo por su literatura…
VLL: Fíjate que eso es una cosa interesante. En un momento en el que había habido una especie de bajonazo en la novela europea, la literatura latinoamericana se eleva como algo audaz. Y por eso tuvo un grupo muy nutrido de lectores en este continente.
CG: En ese momento la novela europea era una novela muy arraigada en la historia y…
VLL: Pero de eso no queda nada ahora. Nadie habla de esas novelas ahora.
CG: Pero tú leíste a esos autores, aunque sea para saber lo que no querías hacer.
VLL: Bueno, digamos que me costaba mucho trabajo leerlos, eh. Recuerdo a Claude Simon, que estaba casado con una griega, y luego le dieron el Nobel, y no me gustaba. No me parecía interesante. Pero a Sartre sí le interesaron este tipo de novelas. Recuerdo, por ejemplo, que escribió un texto muy entusiasta sobre Nathalie Sarraute, que era otra autora de este tipo. Pero es que Sartre siempre hacía un esfuerzo para conectar con los jóvenes novelistas.
La primera parte del libro es muy entusiasta. Es cuando usted descubre las literaturas y hace una carta de batalla por la lectura. ¿Está de acuerdo?
VLL: Sí. Yo vivía en ese momento en un estado de exaltación en Francia. Ahí la vocación parecía justificada. Parecía que en Francia tú podías ser un novelista. Y yo trabajaba en la radio de noche y en el día me ponía a escribir.
CG: Cuando leí tus artículos de esa época, me dio la sensación de que hablabas de una novela como si en ese momento fuera la más importante del mundo. Y es un efecto contagioso.
VLL: Sí, jajajaja. Es que yo escribía desde el entusiasmo. Yo había leído muchas novelas de caballería, ¿sabes? El profesor que yo tenía en la Universidad de San Marcos había atacado las novelas de caballería y yo después descubrí una edición maravillosa de Tirant Lo Blanch, hecha por Martín de Riquer. Es una novela muy libre, donde hay escenas de cama, una libertad extraordinaria. Luego leí muchas otras novelas de caballería y me di cuenta de que ahí comenzaba la novela, que las novelas de caballería eran las primeras que se escribieron en Europa. Eran novelas que tardaron en llegar a América Latina… Durante los 300 años de colonia apenas si se podían leer novelas. Se podían leer algunas, pero no se podían escribir, jajajaja. Decían que las novelas podían corromper a los indios, como si los indios leyeran novelas, ¿no? Pero, ahora que lo pienso, nunca he encontrado la verdadera razón de la prohibición, quizá porque nadie quiso asumirla o no sé. En fin. Yo estaba muy entusiasmado con las novelas de caballería y en eso me voy a Francia y ahí me encuentro con los libros de los latinoamericanos. Comencé a leerlos con un gran entusiasmo, porque tenía la impresión de que mi vocación se justificaba, y que yo podía vivir, digamos, con un trabajito de noche en la radio y que podía escribir durante el día.
Carlos cita los grandes deslumbramientos que tuvo usted. Uno de esos deslumbramientos fue Borges, que decía una frase que ahora podemos decir de usted: “Estoy podrido de literatura”
VLL: Sí, jajajajaja. Bueno, un día una profesora argentina fue a la universidad a dar unas conferencias y fue la primera que nos habló de Borges. Nos dijo que Borges era la gran novedad en Argentina y me puse a leer a Borges. Me acuerdo que lo leía a escondidas, no fuera a ser que mis compañeros comunistas se fueran a enterar. Lo leía en mi casa, ya tarde, en la noche, como se lee un libro delictuoso.
CG:: Ahora que hablabas de la prohibición de leer novelas, me acordé de que tú has dicho que las novelas no causan el efecto que atemoriza a quienes censuran la novela.
VLL: Exacto. La novela es un factor revolucionario dentro de una sociedad, a pesar de la misma sociedad. Y yo me identificaba totalmente con las novelas, porque en esos años yo estaba escribiendo La ciudad y los perros. La había comenzado en Madrid, pero la seguí trabajando en Francia y me demoré más de dos años en terminarla, me acuerdo.
Pero lo que decía Carlos es que a usted le daba mucha alegría descubrir escritores. El entusiasmo que tuvo al descubrir Cien años de soledad fue…
VLL: Enorme, enorme. Y lo mismo me pasó con Cortázar, el único latinoamericano al que yo conocí personalmente en esa época en Francia. Él estaba escribiendo Rayuela, lo veía hacer listas de los capítulos, pero un día me desconcertó. Me dijo: ‘Yo me dedico a escribir, pero no sé lo que voy a escribir esta tarde.’ O sea: él no hacía planes. Y yo no podía, ni puedo, escribir sin hacer esquemas, por ejemplo. Nos veíamos en las mañanas, tomábamos café, y me contaba y… ¡yo no podía creer que no tuviera un esquema! Él improvisaba. Y… ¡qué manera de improvisar! Lo hacía muy bien.
Gabo hacía lo contrario.
VLL: Sí, sí. Tienes razón… Con García Márquez me escribía antes de conocerlo. Nos vimos por primera vez en Venezuela, en Caracas. Me acuerdo que intercambiamos muchas cartas con la idea de que escribiéramos a cuatro manos sobre la Revolución de Leticia, la guerra entre Colombia y Perú. Él sabía más que yo de eso y hablamos de la posibilidad de escribir algo a cuatro manos y después ya no sé qué pasó. Yo terminé La ciudad y los perros y fue un cambio en mi vida, empecé a ganar dinero con los libros, algo que yo no había pensado, me dieron un premio, además. Bueno, algo absolutamente insólito. Entonces, inmediatamente después de La ciudad y los perros comencé a escribir La casa verde y…
CG: Esa fue la última novela que escribiste en París.
VLL: Sí. Y ya después, en Londres, me dediqué a Conversación en la Catedral. Yo estaba harto del mal humor de los franceses, quería aprender bien el inglés y me ofrecieron un puesto en la universidad para enseñar literatura latinoamericana y estaba encantado enseñando. En las mañanas preparaba las clases y… me acuerdo que entre mis alumnos había solo dos muchachos con el pelo muy corto, porque era la época de los jipis y todos iban con melenas, pero ellos iban bien vestiditos, y descubrí que eran oficiales de la Academia Militar a los que les hacían aprender español.
CG: ¿Y cómo fue el cambio del ambiente cultural de Francia al de Inglaterra?
VLL: Fue un cambio total. Porque en Francia lo que había era política, los escritores tenían que ser comprometidos y, en cambio, en Londres ya no había nada de eso. Había furor por la moda, por las minifaldas, había gente que andaba descalza, muchos fumaban marihuana y… todo era muy divertido. Y en Francia no se hablaba de esas cosas. Yo no tomaba drogas, una sola vez en mi vida había tomado: yo me había pasado de copas y un amigo me dio unas pastillas de marihuana, fíjate tú. Bueno, pues tuve unos vómitos horribles y dije: ¡Nunca más pruebo una droga! Y eso me salvó después, porque en Londres todo mundo tomaba alguna droga.
CG: En Londres también ibas mucho al teatro.
VLL: Mucho, siempre. En Londres era una maravilla el teatro. Pero lo más probable es que yo me hubiera quedado en Londres si un día no hubiera llegado Carmen Balcells. Abrió la puerta de un patadón y traía regalos para mis hijos y para mí una orden: ¡Renuncias hoy mismo a la universidad y te vas a vivir a Barcelona! Y yo: Carmen, pero estás loca. Yo aquí gano bien. Y ella: yo te voy a garantizar ingresos. Y, bueno, si a Carmen se le metía algo en la cabeza… tenías que aceptarlo o tenías que matarla. Entonces renuncié. Recuerdo que mi jefe me dijo: estás loco, nadie vive de sus libros. Pero yo renuncié porque Carmen no dejaba de insistir. Por eso me fui a Barcelona y pasé cinco años maravillosos ahí. Carmen y Carlos Barral consiguieron que se reanudaran las relaciones entre los escritores españoles y los latinoamericanos, porque habían estado suspendidas, digamos, por el franquismo.
CG: En París trabajabas en cafés, y en Londres descubriste las bibliotecas.
VLL: Sí. Bueno, sobre todo descubrí la sala de lectura de la Biblioteca Británica, una cosa maravillosa, con estantes llenos de libros, y ahí había trabajado Marx y ahí, en ese lugar, cerca de su silla, escribí muchos de estos artículos. En las mañanas daba mis clases, que me divertía a mí hacerlas, me obligaba a leer mucha literatura hispanoamericana y…
Y descubría autores.
VLL: Sí, a muchos. El que más me impresionó fue Juan Carlos Onetti. Los cuentos de Onetti y las novelas de Onetti me dejaban siempre la necesidad de releerlas. Onetti parecía un escritor muy afín, quiero decir. Fui tomando notas para luego escribir sobre él y muchos años después lo hice. Yo creo que la novela latinoamericana ha aportado muchísimo. Carmen Balcells me decía que muchos de los grandes latinoamericanos ya estaban en Barcelona y que yo me tenía que ir. Y me fui. Barcelona en ese tiempo era una ciudad maravillosa, porque era la ciudad a la que iban los españoles para sentirse europeos. Barcelona tenía editoriales, presentaciones formidables de libros. Ahí conocí a Juan Marsé y a Luis Martín Santos. Había publicado Tiempo de silencio, que fue muy leída. Pero a mí me pareció menos importante que las novelas que venían de América Latina. En fin. En Barcelona se vivía muy bien y yo digo siempre que nunca conocí a un independentista. Nunca. Seguramente habría alguno, pero tal vez estaban marginados o no sé. Bueno, supongo que sabían que después de Franco vendrían la libertad y la transformación.
CG: Siempre te has inmiscuido en la política y en la cultura. Siempre has agotado la cartelera de cine y de teatro.
VLL: Sí, eso lo hice muchísimo en Barcelona, por ejemplo. Y en Barcelona descubrí a escritores muy afines a mí. Todos ellos tenían problemas económicos que compartíamos: Edwards. Donoso. Cortázar también, pero menos que otros. Pero teníamos mucha cercanía entre todos y yo me sentía muy integrado. García Márquez llegó luego y nos hicimos íntimos amigos. Vivíamos en la misma calle. Pero… digamos que… la primera desintegración del grupo vino con la decisión de los escritores catalanes de encerrarse en el convento de los capuchinos. Yo fui el día que había ido Miró y Tápies y me dijeron que yo tenía que irme, porque era el que más represalias podía tener. Entonces me fui.
Este libro es la autobiografía de escritor. Su autobiografía de vida fue El pez en el agua.
VLL: Sí, sí. Digamos que sí: la parte puramente literaria está en esos artículos. Está la literatura francesa y la latinoamericana. Está Flaubert, que escribió durante cinco años una sola novela, noche y día. A los latinoamericanos los descubrí en Francia, en Lima había cuatro librerías y no llegaban. Por eso tuve la necesidad de escaparme para hacerme novelista.
CG: Yo quisiera resaltar, además, tu interés por las artes plásticas.
VLL: Sí. A mí me interesaba también mucho el arte plástico en Perú, pero ahí no tenía acceso a él. En París, sí. En París había mucho. Además, yo tenía como modelo a un profesor argentino que hacía programas sobre pintores latinoamericanos que vivían en París y me fijé en lo que hacía y yo contaba lo que hacían los artistas y qué querían hacer. Botero, por ejemplo, sabía muy bien lo que quería hacer. Él decía: mis personajes no son gordos, no tienes que ver la gordura, son seres satisfechos y están contentos. Me acuerdo mucho de la conversación que tuve con él, me gustó mucho. Fernando de Szyszlo también. Y, mira, yo siempre pensé que él había regresado a Perú cuando no debía. Creo que eso impidió que Fernando consiguiera la gran divulgación que merecía.
Carlos dice en su introducción que usted les pone notas a los libros que lee.
VLL: Sí, jajajaja. Pero esas son notas muy secretas.
Si ahora tuviera que ponerle una nota a este libro, ¿qué nota le daría?
VLL: Diría que esto ha sido mi taller. Yo me pasaba escribiendo esos artículos durante todo el domingo. Y si tenía plata me iba a en la noche a comer a La Coupole, donde pedía siempre un cordero asado y… le pondría cinco o seis.
Porque está lleno de intereses universales.
VLL: Sí, porque yo nunca quise limitarme a Perú. D
*Escritor y periodista español, autor de Egos revueltos.