Si hace unos días un buen número de feligreses acudían hasta la Quinta Región para hacer la renovación de su fe católica, en una tradición que se vio postergado por dos años de pandemia, este domingo fue el turno de una liturgia pagana. En esta ocasión, sin mandas que pagar ni plegarias para elevar, pero sí esa suerte de ritual metalero que tanto pareciera deleitar por estas tierras y que se vio forzado a la suspensión. Una renovación espiritual en torno a guitarras de alto volumen y cantos agudos.
Y es que ayer el Knotfest, festival creado por Slipknot en 2012 y que se ha presentado en Norteamérica, Asia y Europa, hizo su debut en nuestro país, marcando el regreso de los festivales de géneros pesados. A eso de las 14.00, cuando los termómetros marcaban unos agobiantes 33°, las poleras negras se adueñaban de todas las calles que circundan el recinto de Macul. No hay espacio para coronas de flores ni pulseras luminosas. Sí para brebajes espumosos y bebidas espirituosas con la condición de no ser descubiertos por la autoridad.
Eso sí, el inicio del certamen no estuvo exento de polémicas: Rama y Weichafe, dos bandas nacionales que abrirían los fuegos del cartel, a las 12.30 y a las 13.00 respectivamente, fueron bajados del cartel. “Nos acaban de bajar del escenario tanto a nosotros como a Rama. La producción de este festival no quiso que tocáramos. Es una muy mala noticias para nosotros y para ustedes que nos vinieron a ver”, señaló Angelo Pierattini tras el incidente en la cuenta de Instagram de Weichafe. La producción por su parte, consultada por este medio, señaló no tener información oficial. Según trascendió, se debió a desajustes en los horarios de las bandas.
En ese contexto, y tras la presentación de Tenemos Explosivos, Sepultura hace su aparición 20 minutos antes, amenazando con romper tímpanos. “Celebración del metal, celebración de la vida. Tenemos una historia muy linda en su país con Sepultura”, comenta Andreas Kisser en un buen español para dar paso a algunos cortes noventeros, época dorada del conjunto brasileño, donde se encumbraba como un referente metalero de la región y ganaba reconocimiento internacional. Es esa misma etapa donde el conjunto se entrecruzaba con un niu metal en ciernes al ritmo de percusiones brasileñas y riffs de tonos subterráneos.
“¿Hay fanáticos de la vieja escuela?”, pregunta la banda, reconociendo que son sus éxitos de antaño los que generan mayor respuesta en el público. A eso de las 15.00, cuando caen “Refuse/Resist” y “Ratamahatta”, el Knot Stage se transforma en una marea oscura, con varios círculos de mosh pit que asemejan un vendaval humano. Pese a que no hubo espacio para “Territory”, uno de sus mayores hits, el grupo se despide con fervor. Claro, la canción había sido guardada para más tarde.
Así las cosas, todos los shows de la tarde tuvieron reprogramaciones y se realizaron con adelanto al horario señalado. A las 16.40 hacen su aparición los ingleses de Bring Me The Horizon, uno de los puntos altos de la tarde. Sorteando algunas dificultades sonoras, el conjunto repasa un repertorio donde la mayoría de las canciones pertenecen a su último disco, “Post Human: Survival Horror” (2020), álbum creado en medio de la pandemia y que aborda temáticas apocalípticas. Con esa mezcla musical que pasa por el post hard core, el metal electrónico y el pop, los de Sheffield se adueñan del público a poco andar del show. En un momento, su carismático cantante Oliver Sykes baja del escenario para recorrer la mitad de la cancha y subir al techo de la tarima de sonido y continuar su presentación. En otra parte de la cancha, en momentos en que los termómetros no parecían dar tregua, una ambulancia hace ingreso atender una emergencia. Es un marco de contrastes. Antes de empezar la siguiente, Sykes pide parar debido una persona que parece requerir asistencia en el público. “Mucho espacia (sic)”, pide el cantante, para seguir: “Nadie puede morir antes de que toque Pantera”.
Mr. Bungle
Mr. Bungle aparece a las 17.44. Tal como en los dos side show previos en el país, donde el cuarteto hizo su debut en territorio nacional, los liderados por Patton ofrecen un show centrado en lo que es su último disco, “The Raging Wrath Of The Easter Bunny Demo”, esa aventura adolescente de raigambre netamente thrash metal que daba el puntapié inicial al conjunto californiano en 1986. En un combo metalero con credenciales de supergrupo, con Scott Ian (Anthrax) en la guitarra y Dave Lombardo (Slayer) en los tambores, el conjunto suena atronador. Patton, quien viste una polera del “Chupete” Suazo, hace gala de su versatilidad para alcanzar los tonos agudos que demanda el género, añadiendo su particular carisma. “Mi culo está mojado”, lanza en una parte, para luego dejar escapar: “Alguien ha visto a Don Francisco acá”.
El grupo hoy puede estar en una parada metalera, pero Patton sigue siendo Patton y ese humor extraño permanece intacto. Parece ser el mismo que dio un agarrón a Antonio Vodanovic en el Festival de Viña de 1991 en el debut de Faith No More en Chile y el mismo que bautizó como “Don Corleone” a Mario Kreutzberger en la Teletón de 2010. Pero también es el mismo que en medio de la pandemia acusó estar atravesando problemas de salud mental que lo llevaron a suspender shows. Hoy luce cómodo, sonriente, como si estuviera pasando un momento agradable. Está de vuelta. Pareciera que volver sus raíces fuera una terapia para encontrar esa paz mental que la pandemia puso en jaque. Y por supuesto, aquella terapia debía que ocurrir en Chile, nación con la cual se le ha emparentado tantas veces.
Para el final, el grupo ofrece una emotiva versión de “Gracias a la vida” de Violeta Parra, seguido de “Territory” junto a Andreas Kisser y Derrick Green en uno de los momentos altos de la tarde. “Es todo, nos vemos, muac”, regala Patton para el cierre de una presentación memorable.
A la caída de dos bandas chilenas del inicio, se sumaron otros pormenores para la producción. Muchos, saltándose las normas y la seguridad, encontraron espacio arriba de las bancas que utilizan los clubes deportivos en el recinto de Colo Colo. No faltó incluso el que tomó las mismas bancas como una improvisada galería, cual futbolista esperando por entrar al campo de juego. Luego, el telón dispuesto en el escenario de Pantera no logró ser subido y quedó a medio camino: fue retirado sin cumplir con su mandato.
Pantera
Los gritos pidiendo a Pantera comienzan a caer desde la tribuna apenas termina el show de Mr. Bungle. Y es que el retorno de los texanos fue la vedete del festival: tras 19 años de separación y las posteriores muertes del guitarrista Dimebag Darrell en 2004 y del baterista Vinnie Paul Abbott en 2018, el conjunto asomaba como el plato más apetecido del certamen al sumar a Zakk Wylde (Black Label Society, Ozzy Osbourne) en las seis cuerdas y Charlie Benante (Anthrax) en los tambores.
Porque pese a que Phil Anselmo había realizado espectáculos años atrás interpretando canciones de su viejo conjunto, la marca permanecía vacía tras la disolución, en medio de recriminaciones cruzadas entre los hermanos Abbott y Anselmo.
Con esos ingredientes, no faltaron los cuestionamientos a si se trataba de Pantera o de un tributo, instalando una discusión absurda. Mientras aparecen algunas imágenes recordando a los fallecidos hermanos, Anselmo anticipa: “Esto es por Dime y Vince”.
De hecho, ayer el único de la formación original de Pantera fue Anselmo, debido a que Rex Brown se contagió de Covid 19 y volvió a Estados Unidos. “Va a volver”, prometió Anselmo. Fue reemplazado por Derek Engemann.
“New Level” sacude el estadio recordando que el cuarteto era uno de los combos más pesados del groove metal en las décadas pasadas. La energía de Pantera es a toda prueba. Los mosh pit se multiplican, haciendo aparición de fanáticos escupiendo fuego y de bengalas. Dos objetos que cuesta pensar cómo fueron ingresados ante la revisión en las puertas.
El toque de Wylde difiere del de Darrell en varios aspectos. Mientras el primero es más de ataque de uñetas, el del segundo incluía más técnica de ligados y pull off. Pero, después de todo, ¿quién mejor que Wylde para ocupar el puesto de Darrell? Todo el show funciona como un homenaje para los hermanos Abbott: Desde sus caras dibujadas en los bombos de Benante, imágenes en las pantallas, y parte del corte “Cemetery Gates”. Un retorno esperado y con gracia.
Judas Priest
Erigido como la leyenda del cartel, el arribo de Judas Priest se dio en el marco del tour 50 Heavy Metal Years. En un cartel con nombres que tuvieron su gloria en los noventa y los 2000, los liderados por Rob Halford se encumbraron como los defensores de la vieja guardia del heavy metal, aquel de riffs directos, solos acelerados y estética motoquera.
Halford, de 71 años, entra a escena con un traje de cuero con remaches, una suerte de marca registrada, sosteniéndose con un bastón. Su presencia impone respeto. El público el rinde pleitesía desde el inicio.
“Electric eye”, del genial “Screaming for Vengeance” (1982) da el arranque. De hecho, cinco de las 15 canciones escogidas para este set fueron del que fuera su disco más exitoso en términos de ventas.
Siguen “Firepower”, “Turbo lover” y la siempre brutal “Painkiller” con Halford dando alaridos sin piedad. Tras una breve pausa, el cantante hace aparición en su Harley-Davidson, en una postal que pese a los años, no envejece. Cae el set final con “Hell Bent for Leather”, “Breaking the Law” y “Living After Midnight”, en el mejor show de la noche.
Slipknot
Los dueños del certamen hacen su aparición minutos después de las 22.00. Antes de que caiga el telón, que ahora sí funcionó, un fuego artificial se asoma por entre el público de la cancha, dando cuenta otra vez de una serie de elementos que en el papel no deberían entrar, pero que al parecer se saltaron los controles.
Slipknot atropella de entrada con una batería de canciones que sacuden las últimas energías de la ferviente masa. “¿La pasaron bien con Pantera? ¿La pasaron bien con Judas Priest?”. Pero ahora son míos”, escupe Corey Taylor a una audiencia rendida. La que fuera la banda más espeluznante del aggro metal en la década del 2000, despliega su duro arsenal que va desde “Disasterpiece”, “Wait and Bleed” y “Sulfur”. Le sigue “Before i forget”, una de las más coreadas del tramo final.
Taylor se delita ante la respuesta del público y comenta que justamente ese es el motivo por el cual siempre quieren volver a estas tierras. Los de Iowa suenan brutales, con una aceitada batería de Jay Weinberg, acompañada de múltiples percusiones en modo despiadado.
Con todo, Slipknot asestó la patada de K.O. para una velada extrema, donde pareciera que las energías estaban acumuladas y donde la fe en los géneros más duros de la música fue totalmente renovada. La eucaristía rockera fue completada.