No es frecuente que los preparativos de un concierto merezcan un documental, pero es que tampoco cualquier show ubica a seiscientas personas sobre un escenario. La música en vivo siempre tiene algo de gesta, esté o no al tanto la audiencia del esfuerzo colectivo que exige hacerse cargo del recital de hasta el más tímido cantautor intimista. Pero lo del próximo fin de semana en Santiago es de una escala incomparable incluso con el concepto instalado de megaconciertos. Hazte a un lado, U2: el estreno en Chile de la Octava Sinfonía de Gustav Mahler (Teatro Caupolicán, 13 y 14 de enero; entradas gratuitas agotadas el pasado jueves en menos de treinta minutos) viene ocupando desde mayo pasado a profesionales y aficionados de diferentes regiones que frente a la cámara han ido dejando testimonio de lo que el coproductor del filme, Gonzalo Saavedra, nos describe como una conquista sin comparación en la historia de la música local, a la vez que una persistente lucha “contra trabas de todo tipo: artísticas, lógisticas y también políticas”.
La cita se organiza como celebración oficial de los treinta años de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, una de varias agrupaciones acogidas a la aplaudida labor que la FOJI proyecta formalmente desde 2001, aunque anclada desde mucho antes a la inspiración de su esencial primer conductor, Jorge Peña Hen. Es un aniversario planteado desde un justo sentido de gran ambición, en repertorio y en asociados: Paolo Bortolameolli en la dirección, tres coros alternados de más de cuatrocientos integrantes (niños y adultos), ocho solistas vocales. Se entiende si antes resultó intimidante ocuparse en una obra conocida como la “Sinfonía de los mil”: no sólo el montaje es atípico, sino que además este exige dinámicas de colaboración con las autoridades y de divulgación artística en el espacio público que lamentablemente un país como el nuestro considera excepciones.
Es música, es gestión técnica y es aporte social. Pero tratándose de FOJI es, también, referencia en un tipo de formación atenta a la excelencia escindida de cualquier consideración socioeconómica: niños y jóvenes convocados a un tipo de compromiso con la partitura que se sobrepone al origen y las circunstancias de cada cual. No parece casual que tales principios se celebren días después de que los resultados de la prueba PAES confirmen las sospechas de que para recibir en Chile una educación escolar competitiva es necesario nacer en (muy pocas) determinadas comunas y crecer al amparo de ingresos de élite. La formación en la música como herramienta para la vida era una de las motivaciones de Jorge Peña Hen cuando en 1964 formó en La Serena la primera Orquesta Sinfónica Infantil de Latinoamérica. No tenía entonces en mente un montaje tan ambicioso como el de la Octava de Mahler, pero es posible hacer coincidir su dirección con la del compositor austríaco para su último estreno en vida: “En comparación, el resto de mi trabajo no es más que introducciones. Nunca he escrito nada como esto; es algo muy diferente en contenido y estilo, y ciertamente la mayor cosa que he hecho. Tampoco creo que haya trabajado nunca bajo tal sentimiento de compulsión: ha sido como una visión de relámpago”.