Esta mañana se anunció que el comunicador y escritor peruano Gustavo Rodríguez (54) es el Premio Alfaguara de Novela 2023, gracias a la novela Cien cuyes. Sucede en este honor al escritor nacional Cristian Alarcón, quien lo obtuvo con su novela El tercer paraíso.
En su XXVI edición, el jurado compuesto por Claudia Piñeiro (presidenta), Javier Rodríguez Marcos, Carolina Orloff, Rafael Arias García, Juan Tallón y Pilar Reyes se reunió en pleno en el salón Puerta del Sol del Casino de Madrid en un acto moderado por la periodista Pepa Fernández. Ahí deliberaron en base a 706 manuscritos recibidos , de los cuales 296 han sido remitidos desde España, 112 desde Argentina, 99 desde México, 81 desde Colombia, 43 desde Estados Unidos, 28 desde Chile, 27 desde Perú y 20 desde Uruguay.
El galardón está dotado con US$ 175.000 (unos 145 millones de pesos chilenos), una escultura de Martín Chirino y la publicación simultánea en todo el territorio de habla hispana. La novela ganadora llegará a las librerías a contar del próximo 23 de marzo.
“Cien cuyes es una novela tragicómica, situada en la Lima de hoy, que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo. Somos sociedades cada vez más longevas y cada vez más hostiles con la gente mayor, paradoja que Gustavo Rodríguez aborda con destreza y humor. Un libro conmovedor, cuyos protagonistas son cuidados y defienden la dignidad hasta las últimas consecuencias”, señaló la presidenta del jurado, la escritora argentina Claudia Piñeiro.
Piñeiro agregó: “Me da mucha alegría que el premio vaya al Perú, un país donde hay un paro nacional y una marcha de cientos y cientos de mujeres y hombres hacia la capital pidiendo derechos y democracia. Me parece que es casual, porque es la novela que más nos gustó, pero además significativo”.
En cuanto a autores chilenos, lo han obtenido el mencionado Cristián Alarcón, además de Carlos Droguett (1970), Hernán Rivera Letelier (2010) y Carla Guelfenbein (2015).
Palabra limeña
Contactado tras recibir el galardón, el oriundo de Lima, por supuesto, no pudo eludir comentar el turbulento presente de su tierra. Se le preguntó cuál cree él que es la salida a la crisis que cobró el cargo del expresidente Pedro Castillo, comentó: “Es muy complicado, sobre todo en esta época que hay una polarización extrapolítica que no solo se ve en mi país, también en Estados Unidos y Europa. No sé qué salida tiene esto, soy un simple narrador de historias, pero me queda claro que la principal salida a largo plazo es considera al otro a tu mismo nivel...mientras no se den esos mecanismos en nuestros países, la salida va a seguir siendo postergada”.
“Miles de ciudadanos de regiones apartadas de la capital están viniendo a protestar por lo que consideran una vida de inequidad y ninguneo, hartos de políticos y poderosos que solo ven sus propios intereses”, agregó.
Además, hizo referencia al título. “La palabra Cuy en mi país, y en Los Andes, es de uso extremadamente cotidiano. Este roedor tan simpático, que también se conoce como Conejillo de indias o Cobayo, ha sido parte de la dieta diaria de millones de habitantes del territorio que llamamos Perú. Por eso me alegro que mi título (de la novela) ayude un poquito al menos a visibilizar fuera del país a una gran cultura. La división clasista entre occidente y lo originario es la gran tragedia de mi país y de casi todos los países de Latinoamérica”.
Posteriormente, en rueda de prensa con medios internacionales, a la que asistió Culto, preguntamos ¿De qué manera se vincula esta novela con la tradición novelística del Perú? Rodríguez consultó: “Soy un pésimo autodiagnosticador de mi obra, sin embargo, sí me atrevo a decir que la vertiente más conocida de la novelística peruana es el realismo. Y en Iberoamérica y Europa el realismo urbano, entonces mi novela está dentro de esa tradición específica. El reto adicional sería cómo dentro de ese realismo urbano puedes salir de la caja y tratar temas que no se habían tocado, creo que eso fue un reto inconsciente al que me enfrenté”.
También se refirió a la escritura: “Estuve atento a tono de la novela y que no terminara siendo muy cursi, porque hablar de ancianos solos que tienen sus recuerdos puede ser melodramático, creo que el uso del humor negro ayudó a contrarrestara la cursilería”.
“Mis dos oficios (el de comunicador y el de escritor) están escindidos. Hago esta distinción porque a los seres humanos nos gusta poner en cajoncitos, etiquetar las cosas que vamos absorbiendo, (para así) simplifcarlas. Quizás la mejor manera de conciliar ambas actividades, es que lo que me lleva a escribir es compartir lo mio con el resto, lo hago a través de la ficción y la no ficción. No existe buen comunicador que haya desarrollado sentido de empatía”, añadió.
Sobre el tono humorístico de la novela dijo: “No sé en qué momento se dictaminó que la cultura debe ser aburrida...cuando alguien me dice que me divertí mucho con tu novela, me queda un sinsabor, pero yo soy así. Los tipos como yo, que no son ni muy atléticos ni muy guapos tienen que desarrollar otras estrategias para sobrevivir, y esa faceta me sale muy naturalmente. Lo que he tenido que pulir es diferenciar la humorada del humor”.
Asimismo, señaló: “Podría decir que esta novela es hija de este siglo, porque creo que responde a una ola de conservadurismo que sentimos, que está llegando a inundarnos paulatinamente desde hace un tiempo. Lo vemos con las convicciones políticas extremas que meten a la religión dentro de nuestro hogares, dentro de nuestras sábanas, que nos dicen cómo tenemos que vivir, a quién amar, y por último, cómo deberíamos morir. Esta novela habría sido leída de la misma manera hoy que hace cinco o 10 años”.