Quentin Tarantino fue por primera vez al cine a los siete años. Desde entonces, y siempre en compañía de su madre y la pareja de ella de esa época, accedió a decenas de películas que sus contemporáneos ni soñaban con poder ver a tan temprana edad en pantalla grande.

Bullitt (1968), Butch Cassidy y Sundance Kid (1969) y la Trilogía del Dólar fueron algunos de los títulos a los que se acercó durante su infancia en Los Angeles y de los que llegaba a hablar al colegio a sus sorprendidos compañeros. Según revela en Meditaciones de cine (Reservoir Books), de la cosecha cinematográfica del año 1970 su favorita fue M*A*S*H, la comedia de guerra de Robert Altman que recibió cinco nominaciones a los Premios Oscar.

Foto: Julian Ungano

“Nada me hizo reír tanto como la escena en que Labios Ardientes (Sally Kellerman) queda desnuda a la vista de todos en la ducha”, detalla el realizador en su debut en la literatura de no ficción, ya disponible en librerías nacionales. “Aunque con M*A*S*H disfruté de verdad, para mí parte del placer de verla se debía al hecho de estar en un cine lleno de adultos que se desternillaban de risa”, cuenta.

Antes de cumplir diez años, asistió a proyecciones de Patton (1970), Harry el Sucio (1971), Contacto en Francia (1971), Klute (1971) y El Padrino (1972), todas cintas orientadas a un público adulto con las que vivió diferentes experiencias. Sin embargo, ninguna le generó tanta dificultad como cierto clásico de animación de Disney.

“¿Hubo alguna película de esa época a la que me fue imposible hacer frente? Sí. Bambi”, escribe el director de Kill Bill. “Bambi extraviado al separarse de su madre, los disparos del cazador contra ella y el horroroso incendio forestal me afectaron más que cualquier otra de las imágenes que vi en el cine”, agrega, junto con especificar que ver en 1974 The last house on the left (1972), de Wes Craven, sería lo único “que se acercaría a eso”.

Quinto largometraje animado de Disney, el filme dirigido por David Hand llegó a salas estadounidense en agosto de 1942. La historia de un cervatillo que, tras la muerte de su mamá a manos de un humano, hace buenos amigos en el bosque y se dirige a conocer a su papá, no fue un éxito instantáneo.

Fueron las múltiples funciones que se realizaron con el paso de los años –como a la que acudió Tarantino– las que le dieron su estatus de clásico del cine de animación y obra tanto o más importante que Blancanieves y los siete enanitos (1937) y Dumbo (1941). Y, por supuesto, el memorable vuelco trágico de su trama, que ya estaba presente en la –mucho más oscura– novela del escritor austrohúngaro Felix Salten en la que se basa.

Estoy casi seguro de conocer la razón por la que Bambi tuvo un efecto tan traumático en mí”, plantea el cineasta de Pulp fiction. “Por supuesto, el hecho de que Bambi pierda a su madre toca la fibra sensible de todos los niños. Pero creo que, incluso más que la dinámica psicológica de la trama, el inesperado giro trágico de la película fue lo que me causó tal conmoción”.

Hoy nadie discute que la cinta no es la más inocente de las producciones de Disney (el American Film Institute la incluyó en la posición 20 en un listado de los villanos más grandes de la historia, a propósito del rol que juega en la ficción “el hombre”), pero por entonces Tarantino sólo tenía como referencia la campaña promocional que se montó a través de la televisión. En esos adelantos se enfatizaba la parte más juguetona e inocente de la película, omitiendo completamente lo más devastador.

“Nada me preparó para el desgarrador giro en los acontecimientos”, sostiene. “Creo que si hubiese estado más preparado para lo que iba a ver, lo habría procesado de manera distinta”.

En otro pasaje del libro, el realizador dedica palabras a dos películas de Disney estrenadas en 1970: la animada Los aristogatos y la comedia Marineros sin brújula. “Me gustaron las dos”, apunta. Pero ninguna gatilló el mismo efecto que Bambi.

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