La explicación es tan sencilla que cabe completa en una oración. “Fueron mis ganas por saber más”, ese fue el motor que impulsó a la escritora mexicana Cristina Rivera Garza a realizar una investigación sobre los orígenes de su familia, y que terminó siendo Autobiografía del algodón, su último libro y que ya está disponible en Chile vía Random House.

“Aunque había oído murmullos de esta historia originaria de la familia, sabía muy poco”; dice Rivera Garza a Culto vía Meet. En este volumen no le da todo el lugar a la ficción, sino que ocupó también elementos de la investigación de campo: archivos, visitas a lugares, entrevistas. Con ello, logró dar vida a la historia -donde mezcla ficción y no ficción- de cómo su familia se asentó en el norte de México. Concretamente, a partir de una pequeña y casi invisible ciudad llamada Estación Camarón. Desde ahí emprende un cruce por la zona fronteriza con los Estados Unidos y que a inicios del siglo XX vio el surgimiento de una industria algodonera, en tiempos donde México vivió los avatares de la Revolución.

Rivera Garza es una destacada escritora mexicana, su libro anterior fue el aplaudido volumen El invencible verano de Liliana, donde abordó el femicidio de su hermana. Ha publicado novelas, ensayos, poesía y libros inclasificables, como Autobiografía del algodón.

¿Qué significó para usted, en lo emocional, reencontrarse con el pasado de su familia?

En mi libro hay una reflexión al respecto. La historia básica es la migración de mis abuelos paternos y maternos, que implica mucha precariedad, pobreza, violencia, en momentos álgidos de la historia de México, sobre todo en esta zona fronteriza. Es el encuentro con una historia oculta y, por otra parte, es una reflexión sobre los límites de la capacidad del lenguaje para entender estas otras vidas. Me refiero a pensar qué tanto alguien del siglo XXI viviendo como académica bastante privilegiada en EEUU puede entender una experiencia muy distinta. Tuve que entender qué era lo que podía tocar, pero también lo que quedaba fuera de mi alcance.

Usted se topó con la novela de José Revueltas, El luto humano, sobre la huelga en Estación Camarón, en 1934. ¿Cuánto la ayudó para este libro?

Me ayudó tanto que diría que sin esa novela no existiría el mío. El luto humano es un libro que por muchos años fue leído como una especie de novela política, que lo es, pero sobre todo en clave de ficción. Creo que una de las cosas a las que contribuye mi libro es ofrecer una lectura en clave de no ficción, como un libro que combina ficción y no ficción, en el que juega un rol fundamental José Revueltas. Como no hubo muchos testimonios sobre esa huelga -y lo comprobé buscando en archivo- este libro se convierte en un archivo civil. Para Revueltas este hecho fue fundamental, y también lo fue para las familias que se asentaron en Estación Camarón. El luto humano me dio la oportunidad de entrar a la historia.

En un momento, en el acta de matrimonio de su abuelo paterno, usted encuentra la palabra “rapto”, en relación a su tercera esposa. ¿Siente que con eso hay un vínculo actual con el tema de la violencia de género?, ¿cómo lo lee usted?

Fue un momento muy difícil de atravesar. Cuando vi esta acta, no tuve más remedio que ligarla a otros hechos de violencia que ocurrieron en la familia. De esta mención es donde nace El invencible verano de Liliana, como algo que me obligó a recordar este documento. Lo que sí hay que entender es el uso de la palabra rapto. Con ese concepto se describían muchos actos -sobre todo en clases trabajadoras- para evadir los costos de una boda civil o religiosa, o para evadir la autoridad de los adultos que algunas veces se oponían a matrimonios de las nuevas generaciones. Es decir, a inicios del siglo XX, “rapto” no tiene el mismo significado legal y social que tiene ahora. Es importante hacer la diferenciación, lo cual no quita que el término en sí está echando luz sobre desigualdades estructurales de género.

¿Considera que este libro de alguna forma es un híbrido entre novela, ensayo, y autobiografía?

Definitivamente, a mí no me gusta mucho la palabra híbrido, porque a veces pareciera que son elementos iguales que van a mezclarse, y en el libro queda claro que no se mezclan, quedan puestos uno al lado del otro. Se interrogan, se van de lado, se subvierten, pero no necesariamente se mezclan. Son libros en el que se explayan diferentes géneros literarios, pero uno es el género anfitrión, y en este libro, como la información de la vida de mis abuelos no es mucha, tuve que echar mano de la ficción para poder cruzar abismos que de otra manera iban a ser muy amplios. En este caso, el género anfitrión es la ficción.

Usted ganó recientemente el “Premio Cátedra Mujeres y Medios UDP” en su primera versión por El invencible verano de Liliana ¿Cómo se siente?

Bueno, imagínate que justo estamos hablando del momento en cómo nació este libro por el que ahora recibo este premio. Su raíz viene del algodón, que en mi familia es una raíz larga. Es un premio especialmente importante, que se dedica a labores de no ficción, y en El invencible verano de Liliana, el género anfitrión es la no ficción. Hay un esfuerzo de mantenerse muy cerca de los objetos que fueron testigos de las vidas de otros, y que sea un premio de una cátedra me pone mucha responsabilidad.

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