Un rumor hizo que durante la tarde invernal del 10 de septiembre de 1923, la gente se comenzara a agolpar frente a la sede del Congreso Nacional, en Santiago. El aire se tornó espeso y las noticias estaban confusas. Transeúntes, curiosos, oficinistas, mujeres, habían terminado de almorzar cuando todo se enrareció. Pero nadie confirmaba nada.

De repente, la muchedumbre comenzó a ver la salida de una camilla desde la sede parlamentaria. Sobre ella, el cadáver aún latiente del diputado por Santiago, Luis Correa Ramírez, el cual se encontraba totalmente cubierto por un paño. Sin embargo, un detalle consignado por un ágil reportero de La Nación, dio las primeras huellas de lo que había ocurrido. “En la parte del paño que estaba encima de su sien derecha una mancha de sangre anunciaba el sitio en que se había alojado la bala”.

Pero pocos minutos más tarde, para estupor del público que se había congregado para practicar el tradicional deporte popular del “copucheo”, otro cadáver salió del Congreso, también dando sus últimos estertores de vida. Esta vez, era del senador por Santiago, Zenón Torrealba.

Tanto Correa como Torrealba pertenecían al Partido Demócrata, uno de los ubicados más a la izquierda del espectro político de aquellos años, aunque en rigor, era uno más de los que estaban en el juego del parlamentarismo. Pero por supuesto, el detalle no le importaba a la gente presente. Lo que veían los tenía impactados. “Ambos fueron depositados en el carro de la Asistencia Pública que esperaba a la puerta, en medio del respetuoso silencio del público, conmovido profundamente por este doloroso cuadro”, indica La Nación.

Foto de La Nación con el retiro del cadáver de Zenón Torrealba.

Una derrota cuestionada

Todo había ocurrido poco antes, a las 15.30 horas. Aunque en rigor, ese fue el punto culminante de una trama que tuvo su origen días atrás, el 9 de septiembre. En esa fecha, ambos protagonizaron una reñida contienda electoral interna del Partido Demócrata. La colectividad buscaba definir a su candidato para el escaño de senador por Santiago, con miras a las elecciones parlamentarias de 1924. Ahí, se enfrentaron Correa y el senador vigente, Torrealba.

“La elección de anteayer, por lo menos en la Agrupación Demócrata de la capital, fue correcta y tranquila”, señala la crónica de La Nación. Sin embargo, los resultados demoraron en obtenerse, y no llegaron sino hasta las 10 de la noche, dando la victoria de Torrealba. Tras enterarse, Correa se mostró llano a aceptar el resultado e incluso, a retirarse de la política. “Esta derrota me permitirá restituirme al cariño de mi esposa y de mis hijos, y al cuidado de mi hogar, a quienes, puede decirse tengo abandonados por la atención constante que me demanda el cargo de diputado”.

Pero al día siguiente, 10 de septiembre, el ánimo de Correa cambió cuando, a las 10 de la mañana, recibió una información. “Uno de sus amigos le comunicó que el agente de la Sección de Seguridad, Andrés Águila, se encontraba preso y con sumario por haber sido denunciado como su agente electoral en la agrupación de El Monte”. El lío es que la denuncia habría sido hecha desde la candidatura de Zenón Torrealba.

La antigua sede del Congreso Nacional, en 1895.

Correa tomó cartas en el asunto y partió a hablar con el Sub-prefecto de seguridad para pedirle que levantara la sanción a Águila “porque no era efectivo que hubiera tenido actividad alguna en la elección verificada en El Monte”, señala La Nación.

Hecha esta gestión, vino algo que solo empeoró el panorama. Al salir del local del Sub-prefecto, se encontró con el diputado Ismael Edwards Matte quien le dio una noticia terrible: “Tranquila y serenamente le manifestó que en su derrota habían influido poderosamente numerosas irregularidades cometidas por los parciales del señor Torrealba”.

La situación no era extraña. Aunque la posterior Constitución de 1925 estableció el voto directo -y excluyó a las mujeres y los analfabetos-, por entonces era común el cohecho y la trampa por parte de los partidos, los que recurrían a variadas tretas para comprar votos, e impedir la participación de los rivales. Una práctica que se arrastraba desde los días del sistema indirecto anterior, en que los Presidentes eran elegidos por electores y además, no existía una cédula única, ya que las papeletas eran elaboradas por los mismos partidos políticos. Por ello, las elecciones no se disputaban solo en los locales de votación.

Correa, por supuesto, entendía cómo funcionaba la política en aquellos días. Por ello, ya en el hall de la Cámara de Diputados, anunció que presentaría un reclamo sobre los resultados de la elección. Acompañado de otro diputado, concurrió a ver al jefe de la Sección de Seguridad, quien le aseguró que no podía hacer nada por el agente retenido, porque se le había abierto un sumario y tenía que esperar los resultados. Viendo el fracaso de la gestión decidió conseguir la dirección de Torrealba y pedirle una reunión a través de una tarjeta escrita de su puño y letra.

La cámara de diputados, en 1918.

La tarjeta que le llegó a Torrealba decía: “Luis Correa Ramírez saluda atentamente a su correligionario don Zenón Torrealba, y le pide que concurra a la Cámara de Diputados a las 3 PM para tratar de algunos reclamos de la elección, con el objeto de que esta termine en la mejor armonía”.

Correa Ramírez llegó al Congreso después de almuerzo, a las 14.30. Según las declaraciones de algunos parlamentarios a La Nación, estaba dispuesto a llegar hasta el final con su reclamo. “Tenía casi comprobado que en la primera mesa de Santiago habían suplantado 300 votantes que favorecían al señor Torrealba”.

Hasta que solo un rato después apareció Torrealba en la sede del Congreso. Fue Correa quien se acercó a saludarlo, amablemente, y -según indica La Nación- le señaló: “Deseo hablar con usted don Zenón, unas dos o tres palabras”. El senador respondió: “Con mucho gusto, estoy a sus órdenes”.

Balazos en el Congreso

Para hablar, fueron a las dependencias del Senado donde buscaron una sala. Originalmente, querían ocupar la que sirvió al Tribunal de Honor que dirimió la disputada elección entre Arturo Alessandri Palma y Luis Barros Borgoño, en 1920 (y que el “León” ganó por un solo voto). En ese mismo lugar, tres años antes, había fallecido de un infarto el senador Fernando Lazcano, justo cuando se aprestaba a presidir la comisión.

Como sea, la sala estaba ocupada, así que volvieron a las dependencias de la Cámara. Ahí, tomaron el ascensor al segundo piso y se dirigieron a la espaciosa sala de la Comisión de Reorganización de los Servicios Públicos. Al llegar, Torrealba cerró la puerta que conectaba la sala con la salita de los secretarios, donde solo se encontraba Ernesto Merino.

El reloj marcaba las 15.30 cuando ocurrió. Merino escuchó dos disparos, y por el olor a pólvora, sospechó que había sido algo terrible. Procedió a buscar al mayordomo de la Cámara, con quien entró a la sala. Vieron algo espantoso: Correa y Torrealba estaban en el suelo y sangraban profusamente.

Imagen del diario La Nación, del 11 de septiembre de 1923, con una recreación del momento en que fueron encontrados los parlamentarios.

Por supuesto, la noticia se expandió rápidamente por los pasillos del Congreso y de repente la sala se llenó de parlamentarios, periodistas y empleados. Al mismo tiempo, el desesperado mayordomo llamaba a la Asistencia Central. 20 minutos después llegó la ayuda y sacaron los cadáveres. “El señor Torrealba presentaba un balazo en el occipital derecho, y el señor Correa Ramírez, la sien derecha perforada”, señala la crónica de La Nación. Es decir, Correa le disparó al senador y luego se suicidó.

Imagen del diario La Nación, del 11 de septiembre de 1923.

Ya en la Asistencia Pública, los heridos recibieron la visita del mismísimo Arturo Alessandri, en compañía de algunos de sus ministros. Tras retirarse, llegaron los hijos de Correa para ver su agónico padre, y la esposa de Torrealba. Ahí, con el dolor tomándose el alma de los familiares, se produjeron escenas emotivas.

Ante la insistencia de los familiares, los médicos intentaron operar a Correa Ramírez para extraerle la bala del cráneo, pero no dio resultado alguno. Al poco rato, a las 19.10, falleció Torrealba, y a las 22.25, expiró Correa. Las informaciones posteriores revelaron que, para realizar su macabro cometido, Correa utilizó un revólver Smith and Wesson calibre 7.

Faltaba un último acto que definió la condición postrera de uno y del otro. Dos días después, se realizaron los funerales. Mientras Correa Ramírez fue sepultado en una ceremonia privada -a petición de la familia-, Torrealba tuvo una ceremonia apoteósica, con una multitud despidiendo sus restos, más la presencia de autoridades políticas, una comisión del senado (que incluyó al entonces senador y futuro Presidente, Pedro Aguirre Cerda) y hasta con honores del Ejército. Una locura.

Imagen del diario La Nación, del funeral de Zenón Torrealba.

Sigue leyendo en Culto