Crítica de Marcelo Contreras: Tini, una actriz que parece ídola
Tini encarna a una ídola del pop con absoluta convicción, pero en su papel aún faltan las canciones grabadas en la memoria colectiva. Posee encanto y belleza, así como carece de sinceridad musical y verdadero peso artístico, tal como ocurría con Jonas Brothers.
El eterno desafío de las ex estrellas Disney es construir una personalidad artística propia, tras protagonizar series edulcoradas para públicos infantiles y pre adolescentes cargadas de humor blanco, romance y mensajería positiva que redunda en esa sentencia manida entre deportistas de élite y artistas urbanos: los sueños son posibles. Britney Spears y Miley Cyrus lo consiguieron en el mundo anglosajón. Desarrollaron rasgos propios tras híper sexualizar sus personajes, liberándose de la inquietante blancura de la factoría con la silueta del ratón inmortal.
Al contrario, la argentina Tini (Martina Stoessel, de 25 años), el equivalente latino tras la serie Violetta emitida entre 2012 y 2015, aún no logra resolver ese dilema.
En la segunda noche de festival, la estrella trasandina demostró sin cuestionamientos que sabe dominar el escenario; que conoce al dedillo todas las frases y gestos para encantar audiencias; que puede cantar pop convincentemente salpicado de rock con una banda detrás; que perrea como dictan los tiempos; que puede fingir acentos caribeños si las canciones lo requieren; que puede transmitir profunda emoción, dar las gracias al público, sus músicos, bailarines y la gente que sigue la transmisión en sus casas. Que, en definitiva, puede ser todo lo que exige el rol de una estrella pop, incluyendo una belleza indiscutida, una sonrisa encantadora y una figura de pasarela. Sin embargo, carece -brutalmente- de rasgos identitarios que la hagan única y memorable.
Tini Stoessel es todas las estrellas y ninguna a la vez.
Su show no difiere en lo absoluto de lo que se puede esperar de un musical en Broadway en Nueva York, o la avenida Corrientes en Buenos Aires. A Tini la acompaña una banda profesional como requiere la casilla, capaz de interpretar los ritmos urbanos en boga, y desdoblarse en pasajes de electricidad rockera. Lo mismo el cuerpo de baile, todo en consonancia con el carrete que los argentinos poseen en la materia, donde siguen dictando cátedra en Latinoamérica, con una solvencia sin comparación.
Stoessel, que a estas alturas es una veterana de los espectáculos (su padre es un reconocido productor de televisión), con más de una década de trayectoria y una serie de giras, discos y colaboraciones en su currículo como requieren estos tiempos, maneja el escenario con la frialdad de una secuencia planificada hasta el más mínimo detalle.
Antes de la media hora ya se había bajado a la platea para que el público la abrazara y le dedicara los mayores halagos propios de la emoción de tener a la ídola al alcance de la mano. Ya había estado de rodillas en el escenario de la Quinta Vergara, junto con saludar a la galería y dar las gracias a su equipo.
Básicamente, Tini ya había quemado todos los cartuchos habidos y por haber para ganarse el cariño del público con un efectismo tan contundente como vacío porque, en el fondo, las grandes canciones, los hits memorables, no están de su lado.
Tini encarna a una ídola del pop con absoluta convicción, pero en su papel aún faltan las canciones grabadas en la memoria colectiva.
Martina Stoessel representa las virtudes y defectos de las factorías que fabrican estrellas infantiles. Posee encanto y belleza, así como carece de sinceridad musical y verdadero peso artístico, tal como ocurría con Jonas Brothers.
¿Acaso la quinta Vergara no chilló con su acto? Por supuesto. Tini lleva una década encarnando a la estrella que triunfa en los más grandes escenarios. Ese ha sido su papel y, como actriz competente, sabe darle sentido. Pero otra cosa es ser una artista musical verdadera.
Para ese rol necesita definir su personalidad, por ahora inexistente más allá de la buena onda, los arrumacos al público y la simpatía.