Belén “Belenaza” Mora: el humor con fórceps
Su show fue un constante carrusel. Nunca pudo tomar el control de la noche. Cuando parecía que se encaminaba a la gloria, caía en baches que desconcentraban al público y rápidamente lo aburrían. Lee aquí nuestra columna de humor de Felipe Rodríguez.
En un país en que el humor televisivo quedó reducido a programas nostálgicos de canales de cable, Belén Mora puede sentirse privilegiada. Durante años hizo humor (de trazo grueso) en Morandé con Compañía y tuvo la oportunidad de tener su propio espacio, Políticamente incorrecto, en esa estación fantasma llamada La Red. Prometió que su programa iría de frente, sin miedo y que se reiría de todo. Salvo por un sketch en que ridiculizaron a los militares, pasó inadvertida.
El grave problema de la también denominada Beleneza es que está convencida que es más graciosa de lo que realmente es. Partió con un chiste corto, pero al grano: dijo que confundió el camarín de Los Jaivas con los hijos de la conductora María Luisa Godoy –tiene cinco-. Comparado con su show de hace cuatro años en Olmué, parecía electrificada. Esa tensión, en un principio, le hizo bien, aunque recicló un par de chistes de esa jornada: habló, por ejemplo, de sacarse un pelo de la cara que era tan grande, que le salía sangre.
Su show fue un constante carrusel. Nunca pudo tomar el control de la noche. Cuando parecía que se encaminaba a la gloria, caía en baches que desconcentraban al público y rápidamente lo aburrían. Como los humoristas anteriores habían interactuado con éxito con personajes populares como Gonzalo Valenzuela y Juanita Parra, la comediante hizo lo mismo con Carmen Gloria Arroyo. Hasta allí, iba bien. Pero nuevamente bajaba el rating con historias extenuantes, con poca chispa y menos ocurrencia.
Dedicó más de quince minutos a la pandemia. Un recurso que, a estas alturas, está completamente agotado. Su historia sobre el parto tuvo un eco positivo. Hizo un relato coherente y con genuino humor sobre el nacimiento de un hijo, sus primeros años y su paso a la adolescencia. Y nuevamente se vino abajo. Hizo un chiste sobre la masturbación masculina, trasnochado y noventero, como si fuera un loop de sus años en Morandé con Compañía. El público empezó a aburrirse y a oler la sangre. Los últimos diez minutos fueron un desmoronamiento absoluto. Relató una situación sobre un viaje a la selva que fue eterna, latera y aburrídisima, y que mosqueó definitivamente al Monstruo. Su despedida fue lamentable, irresoluta, con un remate insólito y lanzando otro guiño a Morandé con Compañía: sacando la madre porque sí. Como si un garabato lanzado con furia, fuera necesariamente cómico.
Los animadores le tiraron un salvavidas y salieron a protegerla. Le entregaron una Gaviota y Belén, impetuosa y creyendo ser otra vez más graciosa de lo que es, dijo que tenía repertorio para recibir un segundo galardón. Apenas estuvo tres minutos y cerró abruptamente en medio de una sonora pifia. El Monstruo se comió a su primera víctima.
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