Al menos mientras está en medio de su proceso creativo, Maite Alberdi (Santiago, 1983) prefiere la discreción. No es la clase de documentalista a la que, a la mitad de las filmaciones, le agrade contarle al mundo qué es lo siguiente que está preparando. Tiene sus razones: la principal, que suele trabajar con materiales delicados, ya sea un grupo de adultos con síndrome de Down, un asilo de ancianos bajo la óptica de un octogenario infiltrado, o recientemente la historia de amor de un reconocido matrimonio acechado por la pérdida de memoria.
Fiel a su estilo, ahora está lista para abordar la trastienda de su nueva obra de no ficción. Se remonta a 2018, un año antes del estreno de su cuarto largometraje, El agente topo (2019), cuando compartió una instancia con Paulina Urrutia y Augusto Góngora. Fuera de sentir admiración por la actriz y por el periodista, asegura que no los conocía en persona.
Ese primer encuentro se generó en el contexto de una clase que la cineasta impartió en la universidad en la que trabajaba la exministra de Cultura, donde estaba acompañada por el comunicador, diagnosticado con Alzheimer en 2014. “Él interactuaba con sus compañeros y me hacía preguntas, y ella lo dejaba”, cuenta la realizadora, a quien le llamó la atención la manera en que “ella lo integraba tan bien a su vida”.
Ese episodio la remeció. Aunque anteriormente había filmado a otras parejas y a personas con esa enfermedad neurodegenerativa, de pronto presenció algo nuevo, una relación de amor capaz de sobrevivir a las consecuencias de una afección de esas dimensiones.
Tras lograr el consentimiento del matrimonio, la realizadora empezó a desarrollar el que se transformaría en el documental que sucedería a El agente topo en su carrera. A medida que avanzó el tiempo, y accedió al archivo profesional y familiar de Góngora, determinó que se quedaría corta si la película se limitaba únicamente al retrato de una historia de amor en circunstancias extraordinarias.
En parte guiada por el periodista, la directora añadió a La memoria infinita el estudio de la memoria histórica, a través de la revisión de su trabajo audiovisual durante la dictadura, en particular su labor en el noticiero Teleanálisis y su coautoría en el libro Chile: La memoria prohibida (1989).
La decisión produjo resultados sobresalientes, si se considera la gran acogida que la cinta ha alcanzado en festivales internacionales. Este sábado el filme fue reconocido con el segundo lugar del Premio del Público en la sección Panorama del Festival de Berlín, sumándose al Gran Premio del Jurado que obtuvo en Sundance, en enero pasado.
Al término de la primera de sus seis funciones en la ciudad alemana –todas se agotaron y en el estreno estuvo en compañía de Urrutia–, la nominada al Oscar detalla a Culto su nuevo trabajo, que debutará en salas chilenas durante el segundo semestre de este año.
-¿Le pareció que la primera proyección en Berlín fue más emocionante que la de Sundance?
Fue distinta. Yo había visto la película con la Paulina, pero no con público. Entonces medimos la temperatura del público, que se rio mucho, que lloró mucho. Estaban todas las emociones ahí y fuimos viviéndolas con ellos. Y al final hubo un aplauso de pie. Estábamos las dos adelante, llorando, porque en realidad fue impresionante ver tanto, tanto cariño.
-Hace unos años Ud. hizo un cortometraje en que abordó el Alzheimer (Yo no soy de aquí, 2016). ¿Le ayudó esa experiencia previa al aproximarse a la historia de Augusto Góngora y Paulina Urrutia?
En El agente topo también hay personajes que tienen Alzheimer y ese era el foco de ese cortometraje. Pero me ayudó mucho a entender que aquí había algo especial, en cómo la Paulina socializaba con él y cómo tenían una relación de amor que trascendía la pérdida de memoria. Yo los he visto amarse constantemente y reconocerse hasta el día de hoy. Y eso yo no lo había presenciado antes. Entonces creo que me sirvió para ver la singularidad de ellos.
-Todos sus trabajos anteriores habían estado protagonizados por personas anónimas. ¿Superó algún tipo de aprensión cuando se decidió a filmar a dos personas reconocidas del país?
Partí con esta historia desde lo íntimo y desde lo privado. Al principio pensaba que en el extranjero no iba a importar quiénes eran ellos, porque el documental sería a partir de la intimidad del amor y de cómo se vive en pareja con el Alzheimer, que fue lo que a mí me conquistó. A medida que fueron pasando los años me di cuenta de que esa relación de amor estaba bastante basada en quiénes eran y en qué hacían. La identidad también está en lo que haces y yo no podía obviar eso. Y desde ahí entra lo público.
“Pero creo que el corazón de la película no está en que son figuras públicas. Lo que sí tiene en común con mis otras películas es que presenta una intimidad y que entramos a vivir una relación de amor desde lo doméstico. Esto se va cruzando con lo público y se va cruzando con materiales de Augusto o de la Paulina”.
En el mundo de una pareja
Cada vez que Maite Alberdi encuentra una historia que la apasiona debe pasar las barreras de rigor antes de encender su cámara. En el caso de La memoria infinita estas se reducían a un par: la aprobación de Augusto Góngora y la aprobación de Paulina Urrutia. “Tuve que rogarle a la Paulina que me dejara”, reconoce. “Augusto era el que quería. Entre él y yo la convencimos para que por favor abriera las puertas de su casa”.
-Según recuerda, ¿cuál era la mayor aprensión de ella?
Implicaba abrir la intimidad, y tenía aprensiones con mostrar la fragilidad. Pero Augusto le decía: a ver, ¿qué te complica? ¿Que yo tenga problemas para comer? ¿Que se vea lo frágil que soy? Y él nos dijo muchas veces: yo filmé mucha fragilidad en mi carrera, yo registré mucha precariedad. No puedo tener miedo y no puedo esconder mi propia fragilidad. Entonces la Paulina dice que el mayor acto de consecuencia de Augusto Góngora en su vida fue aceptar hacer esta película, porque tiene que ver con lo que él hizo durante toda su vida. Con la importancia del registro para él.
-Durante la pandemia Ud. le entregó una cámara a Paulina Urrutia, de modo que, luego de ser la que más se resistía a la idea, también terminó registrando.
Tal cual.
-¿Cómo se tomó ella ese giro radical?
Es una película que grabamos los tres: la Paulina agarra la cámara un par de años y también hay mucho material grabado por Augusto. Creo que ella asumió que ya habíamos decidido contar esta historia. Ella dice: agarré la cámara, porque era mi momento de hacerme cargo. Y graba cosas que yo jamás habría podido grabar. Jamás habría estado ahí en la noche. Son cosas muy íntimas y excepcionales. Como es actriz, sabe dónde poner la cámara, todo es muy orgánico y fluido.
Y remarca: “Creo que es una película de los tres. Y hay mucho de mi punto de vista que está en Augusto; cosas que él dice o escribió le dan sentido a lo que yo estoy contando todo el tiempo. Siento que en el camino él me fue mandando señales sobre cómo tenía que seguir y cómo tenía que terminar. Y fui descubriendo que no podía contar sólo la historia de amor que yo quería al principio, sino que también tenía que contar una película sobre la memoria histórica. Pero eso me lo fue avisando él”.
-Respecto a esos momentos íntimos que registró Paulina Urrutia, ¿cuál fue el criterio que primó al elegir qué incluir y qué no en el montaje?
Era material muy cotidiano donde había de todo. De todo me refiero a momentos en que están muy felices y momentos en que hay crisis. Y creo que el qué incluir y qué no consistió en representar tal cual era su relación, donde la mayoría del tiempo la están pasando bien, pero por supuesto que hay momentos difíciles, que son excepcionales, y están conviviendo con lo otro.
“Tanto la Paulina como los hijos de Augusto están muy satisfechos con esa representación. Eso solo te dice que ese material los identifica. No está cargado hacia un lado, sino que todo convive. Convive el pasado con el presente; algunas crisis con momentos de diversión absoluta, incluso con la pérdida de memoria. No hay una sola tecla. Qué dejar y qué no no tiene que ver con lo que pasara en el material; tiene más que ver con qué te ayudaba mejor a contar el punto de vista de esta historia, que para mí es: Augusto Góngora, hasta el final, siempre recuerda cosas. Siempre recuerda a la Paulina, hasta hoy, de distintas formas. Siempre recuerda ciertos eventos históricos, siempre recuerda cosas que le pasaron en su relación. Hay datos que olvida, pero hay cosas que permanecen en el cuerpo y eso se ve”.