La voz de Sam Elliott lo presenta como “el hombre indicado para su tiempo y su lugar”. Luego agrega que era “posiblemente el mayor holgazán en el condado de Los Angeles, lo que lo ubicaría muy alto en la competencia por ser el mayor holgazán del mundo”. Reconociendo que olvidó lo siguiente que iba a decir, el narrador finaliza su intervención abruptamente.
La figura que asoma en pantalla habla por sí misma: un tipo vestido con una bata de baño abierta, pantuflas y gafas de sol que se pasea frente a la vitrina de los lácteos en el supermercado, contagiando la escena de su absoluto desparpajo.
Gracias a la explicación previa de Elliott, el espectador sabe que está en presencia de The Dude (Jeff Bridges), y después, gracias al insólito y violento ataque que el personaje sufre en su casa a manos de dos desconocidos, se puede anticipar el despliegue de una comedia negra en que las equivocaciones, los malentendidos y las situaciones inexplicables prevalecerán durante las siguientes dos horas.
Pero el guión que imaginaron Ethan y Joel Coen transgrede las expectativas. Aunque el protagonista –un entusiasta consumidor de marihuana, amante del ruso blanco y fanático de Creedence que desea que se le compense por una alfombra orinada– es por sí solo un motivo de hilaridad, lo que eleva a la película a nuevos y extraños horizontes es que lo confrontan con una trama caótica y con un festival de personajes extravagantes reunidos a raíz del secuestro de la joven esposa de un millonario que se llama igual a él, Jeffrey Lebowski (David Huddleston). La reacción de The Dude ante ese huracán es seguramente lo más desconcertante: mantiene su serenidad incluso si su vida y la de sus amigos están en riesgo.
¿Quién podría resistirse a Jeff Bridges en ese rol y a El Gran Lebowski? En su momento, a comienzos de 1998, hubo varios que arquearon las cejas con serias dudas de que el nuevo ejercicio de los Coen estuviera a la altura de sus trabajos previos.
“El filme es exasperante y no ganará ningún premio”, disparó el periódico The Guardian, aunque admitió que “tiene algunos chistes geniales” y que “no recordaba haberme reído tanto con una película tan insatisfactoria”. En tanto, The New York Times señaló que con la alocada historia “ellos (los Coen) y sus actores se sienten sumamente cómodos”.
Un factor que puede haber marcado esa recepción fue el momento en que llegó a las salas de Estados Unidos: 12 meses antes los cineastas habían ganado el Oscar a Mejor guión original por Fargo (que también obtuvo el premio a Mejor actriz para Frances McDormand), reportándole la primera estatuilla dorada a la carrera de los realizadores. Aunque esa cinta tenía grandes dosis de humor negro y se movía con libertad entre códigos, en general era un relato que tendía mucho menos a la dispersión que El Gran Lebowski, una película que más de alguno dejó a la mitad porque en apariencia no trataba sobre nada.
Al escribir el filme sobre The Dude el gran referente fue The big sleep (1939), la novela de Raymond Chandler que Howard Hawks llevó a la pantalla grande siete años después, con Humphrey Bogart en el papel de un detective desbordado por un caso en California. Si esa historia ya se desviaba del género detectivesco, los directores usaron el molde a su antojo, con un personaje central desaliñado y zen que no pierde los estribos aunque la bola de nieve esté a punto de aplastarlo.
“Suena como una parodia, pero los Coen saben cómo sacarle el jugo a sus conceptos, incluso los que parecen más extraños”, apunta el guionista Enrique Videla, quien llama al personaje de Bridges “una versión californiana, post hippie y algo ridícula del detective clásico, pero a la vez muy coherente con los temas del cine negro clásico”.
“Para mí, el poder de su cine justamente está en esa habilidad de llenar sus guiones de elementos que parecen extraños, arbitrarios o incluso antojadizos, pero que inexplicablemente logran construir un relato profundo, incluso en sus comedias más excesivas”, sostiene.
Parte clave del mundo de El Gran Lebowski es que los personajes principales están inspirados en figuras de la vida de los propios realizadores. The Dude se basó en las particularidades de Jeff Dowd, un distribuidor de cine y activista político que los guió cuando estaban por estrenar en salas su ópera prima, Simplemente sangre (1984).
“La forma en que The Dude se comporta, como si pudieras imaginarlo en la casa de Jackie Treehorn (Ben Gazzara), con los brazos detrás del cuello, sentado, encorvado, con un ruso blanco, ese definitivamente soy yo”, explicó Dowd a The Telegraph. “El estilo también soy yo, aunque Jeff Bridges agregó las pantuflas”.
En tanto, Walter Sobchak (John Goodman), el veterano de Vietnam amigo del protagonista que padece ataques de ira, se construyó a partir de dos personas: el director y guionista John Milius (Conan el Bárbaro) y Peter Exline, un consultor de guión con el que Ethan y Joel trabajaron en Simplemente sangre. De él era la frase que se escucha en el filme respecto a la alfombra de la trama: “Realmente le daba vida al ambiente”.
Adam Nayman, crítico de cine y autor del libro The Coen brothers: This book really ties the films together (2018), es un convencido de que debajo de las bromas hay “una sátira política y cultural muy precisa y puntiaguda”. “Creo que podría ser el guión más intrincado de los Coen, y ciertamente el que cubre la mayor cantidad de temas desde la sátira: todo, desde la literatura negra hasta la política exterior de la era Reagan y la estética de los filmes para adultos. Y, por supuesto, lo hacen sentir fácil y divertido, y como si fuera una película sobre nada. Un truco de magia”, indica a Culto.
“Esas cosas no necesariamente se pierden entre los superfanáticos a los que les encanta citar los diálogos y vestirse como The Dude, pero no es la atracción principal”, concluye.
The Dude más allá del cine
“Si bien es cierto que fue recibida fríamente, ha envejecido de manera notable. Creo que es por la autenticidad de su historia. Es atemporal, pero absolutamente honesta en su mirada irónica de los personajes”, opina el cineasta Diego Rougier.
El director de Casado con hijos y Alma advirtió la plena vigencia del largometraje de los Coen hace una década, cuando asistió al Festival de Berlín y se alojó en un hotel ligado a la organización del certamen. Fue testigo de que en cada piso del edificio había una pantalla que transmitía las 24 horas del día El Gran Lebowski, sin sonido, pero ininterrumpidamente. “Si eso no es un clásico, no sabría decir qué es”, expresa.
Las primeras señales del culto alrededor de la película surgieron a comienzos de los 2000, cuando el New Beverly Cinema –el cine propiedad de Quentin Tarantino en Los Angeles– la programó y las funciones se agotaron gracias al arrastre que acaparó entre fanáticos y curiosos de la comedia de los autores de Barton Fink (1991).
En el año 2002 dos amigos crearon un pequeño evento en Louisville, Kentucky. Lo llamaron Lebowski Fest y la planificaron recibir a unos cuantos conocidos. Pero los cálculos fallaron: terminaron llegando 150 y en la edición siguiente arribaron 1.200 entusiastas provenientes de diferentes lugares de Estados Unidos, la gran mayoría caracterizados como el protagonista y contagiados por el temple del mismo.
Aunque los Coen siempre se han mantenido más bien al margen de participar en esa clase de celebraciones de su propio trabajo, la instancia ha tenido como invitados a prácticamente todos los miembros del elenco, desde Jeff Bridges y John Goodman hasta John Turturro y Julianne Moore. Incluso una versión británica, llamada The Dude Abides, se realizó en Londres. Demás está decir que ninguna otra cinta de los directores de Sin lugar para los débiles (2007) ha generado tal nivel de impacto fuera de los márgenes de la pantalla grande.
Pocos amigos de las secuelas, los cineastas se han negado a la posibilidad de dar vida a una continuación de cualquiera de sus filmes. Sin embargo, el empuje de Turturro gatilló que en 2020 se estrenara The Jesus rolls, el spin-off centrado en su memorable rol de El Gran Lebowski y que contó con la aparición de un puñado de figuras encarnadas por Audrey Tautou, Christopher Walken, Jon Hamm y Susan Sarandon.
Pese a que los Coen no se involucraron mayormente –sólo le cedieron los permisos para usar a su personaje–, la jugada podría haber funcionado si la idea hubiera rozado algo de la chispa de la original. Pero el largometraje pasó sin pena ni gloria, y probablemente su mayor éxito consistió en que una buena parte se volcó a revisitar la película de 1998 para constatar nuevamente sus virtudes.
Después de que la dupla separara caminos (Joel filmó en solitario La tragedia de Macbeth y Ethan hizo lo propio con un documental sobre Jerry Lee Lewis y con una cinta pendiente de estreno), regresar a la historia de The Dude adquiere tintes nostálgicos. Pocas veces perderse en un entramado detectivesco sacó tantas risas y dejó tantos momentos para la posteridad.