Ricky Martin es finalmente una figura que hermana mundos.
De la serena balada juvenil de los primeros años, al pop de dinamismo vibrante de los días de conquista mundial. De las canciones en español de su era pelilarga, hasta el crossover al inglés con que precipitó al mundo latino hacia otras latitudes (piedra fundamental para el suceso que hoy viven Bad Bunny o Rosalía). De una puesta en escena sobria e íntima, a un despliegue bajo los focos que delatan su entrenamiento en Broadway y que lo exhiben bajo un histrionismo poco común en los astros de este lado del planeta.
A ese recorrido, el puertorriqueño puede adicionar con excelencia otra estación: el ropaje orquestal con que hoy cubre su cancionero en el espectáculo Ricky Martin Sinfónico. El mismo que pasó por la Quinta Vergara de Viña del Mar a fines del 2022 y que la noche del martes 7 aterrizó en el Movistar Arena de Santiago (repite este jueves 9 en el mismo sitio).
Y el mismo que surgió casi de manera casi casual, cuando el año pasado fue invitado a celebrar un aniversario del Hollywood Bowl de Los Ángeles y se unió a la orquesta liderada por el afamado director Gustavo Dudamel, en un experimento que se alzaba como excepción, sin proyección inmediata. No fue así: a Martin, a sus 51 años, le gustó una aventura que envuelve a su catálogo en otros colores y formas, más reposadas y casi cinematográficas, sin la urgencia de antaño. Una forma de probar nuevas exigencias para una carrera cómoda en el éxito y la devoción global: también fue la miel que alguna vez tentó a Metallica, Sting y Gustavo Cerati, con resultados dispares.
¿Cómo funciona en el universo del hombre de Vuelve? Al menos desde un principio, la escenografía es intimidante y ampulosa. El intérprete aparece –con chaqueta larga, pañuelo al cuello y barba frondosa pero estilizada- secundado por una orquesta de casi 50 integrantes, todos de origen local y con fuerte acento en las cuerdas, mientras que en otro costado del escenario también hay espacio para su propia banda de nueve músicos, el tándem guitarras, bajo, batería, teclados y percusiones que aportan la cara más pop.
El inicio en lo alto con Pégate hace que al acorazado instrumental suene vigoroso, aunque algo carente de matices. El auténtico valor del envoltorio sinfónico asoma con la balada Volverás, lo que se extiende al resto del show: es en los temas de curso más pausado y romántico donde la orquesta entrega otro cuerpo, otro espesor, un lenguaje distinto, y los arrastra hacia un vuelo casi ensoñado. Ahí está el acierto de la mayor metamorfosis que Ricky Martin ha presentado en casi cuatro décadas de carrera.
“Esto es un experimento adictivo para mí”, asegura en un momento de pausa sobre el principio, asumiendo el carácter expansivo de su transfiguración creativa.
Con tu nombre y Fuego de noche, nieve de día también relucen distintas, parecen pellizcadas en su esencia por delicados toques de cuerdas, adquiriendo una complexión mucho más épica que en sus versiones originales.
Eso sí, Martin nunca se vuelve solemne o protocolar; sobrevive aquí el entusiasmo de siempre, los bailecitos, los brazos golpeando el aire, el micrófono girado hacia un costado, los dotes interpretativos sin baches, la sensación de estar ante uno de los ídolos definitivos del cancionero hispanohablante de los últimos 30 años. Así le responde la gente, un Movistar Arena repleto que coreó todas las composiciones y que le regala los ya consabidos rituales, como el “mijito rico”.
Sobre el segundo tramo, el artista se cambia de vestimenta y aparece de larga camisa blanca y pantalones anchos para el súbito viaje que significan Disparo al corazón, Vuelo, El amor de mi vida y Te extraño, te olvido, te amo: el ensamble de la banda pop con la orquesta es ajustado y preciso, nunca se superponen y siempre aportan nuevas capas a un experimento que sólo gana en intensidad.
Para el final está la fiesta con Livin’ la vida loca y La copa de la vida, donde la orquesta pierde algo de protagonismo, y la sutileza cede espacio a la euforia. Da igual. La gente y el artista ya están entregados. Ricky Martin Sinfónico es un nuevo episodio inscrito en letras doradas en el bagaje del puertorriqueño. Bien por la renovación y el riesgo cuando se hace con clase y talento.