La impaciencia era palpable. Diez minutos antes de la hora programada para el inicio del show, los fanáticos asentados en el Estadio Bicentenario de La Florida comenzaban a gritar, silbar y aplaudir cada vez que algún miembro del staff de la banda aparecía en el escenario para acomodar los instrumentos, en un gesto que dejaba entrever las expectativas del público ante el reencuentro con una banda llena de éxitos y que esta noche sellaría su cuarta visita al país.
Y no es para menos. Según los reportes del fans club criollo, los primeros entusiastas comenzaron a llegar a las dependencias del estadio a eso de las 20.00 hrs. del día anterior. Una espera de más de 24 horas, con tal de asegurar un lugar privilegiado en el retorno de Imagine Dragons, cuarteto estadounidense que concretó su reencuentro con Chile a cinco meses del problema de salud que afectó las cuerdas vocales del cantante Dan Reynolds, y que los obligó a posponer su gira en Sudamérica.
Sin embargo, el reagendamiento de sus shows en la región no estuvo exento de tropezones. Antes del recital programado para el 4 de marzo en Río de Janeiro, el baterista Daniel Platzman anunció a través de un comunicado que, por motivos médicos, se veía obligado a dar un paso al costado de las próximas fechas del tour. Aún así, el grupo oriundo de Las Vegas decidió continuar con los shows, a pesar de la ausencia de uno de sus integrantes.
El estadio quedó a oscuras a eso de las 21.10 horas. En las pantallas, una serie de fotografías en blanco y negro acompañadas de una narración en off que, en inglés, invitaba a “despertar”, fueron la primera señal de que la banda estaba por subir al escenario, entre gritos y ovaciones. El show tuvo su puntapié inicial con My Life, -perteneciente a Mercury, la más reciente placa del grupo-, que fue coreada por el público de principio a fin. Todo, en medio de una lluvia de confeti que inundó el sector de la cancha (y que se repitió varias veces a lo largo del concierto).
Los estadounidenses no tardaron en tirar a la parrilla dos de sus himnos más comerciales, Believer y la popera It’s Time, que sonaron como el segundo y tercer tema de la noche. Entre ambos, la voz de Reynolds entregó un “chi, chi, chi, le, le, le” que, a pesar de su divertido ritmo y acento anglosajón, fue secundado y celebrado por los presentes.
Aunque la gira bautizada como Mercury World Tour tenía entre sus motivaciones la presentación del último álbum de la banda -un LP de 32 canciones que fue publicado en dos entregas-, los músicos fueron generosos a la hora de preparar el setlist, que incluyó lo más valorado de su cancionero. Entre ellos, los temas Enemy, Demons y On Top of the World, que también fueron parte de los tres recitales en Brasil que antecedieron el de Chile. También sonó un improvisado cover del clásico de Bob Marley, Three Little Birds, donde la voz de Reynolds estuvo acompañado sólo por la guitarra.
Uno de los momentos más emotivos llegó con Next to me, que movilizó a toda la banda hacia el extremo de la pasarela para una serena interpretación de la balada. El otro llegó hacia el final del show, con una potente destreza vocal de Demons que estuvo acompañada por un mensaje de aliento para quienes padecen depresión, una condición que el mismo vocalista confesó haber sufrido (y que sacó varias lágrimas entre el público).
La experiencia vivida en el Bicentenario de La Florida dejó claro que el éxito del cuarteto no se sostiene únicamente en un repertorio pegadizo y de éxito comercial, logrado a punta de una prolija mezcla entre el rock y el pop (demostrada en coros muy memorizables y épicos que aseguran millones de escuchas en las plataformas). La cercanía de los músicos con su audiencia también juega un rol fundamental, demostrada en las interacciones constantes de Reynolds con el público, varias palabras de cariño (condensadas, por ejemplo, en afirmar que le encantaría volver al menos una vez al año a nuestro país), una serie de frases de aliento y un despliegue escénico lúdico que transmitió su comodidad en el escenario. Todos, gestos que ayudan a comprender el entusiasmo de los fanáticos.
Aunque mayoritariamente millenial, el público que llegó al recinto de La Florida fue variado, e incluía a varios padres con sus hijos, muchos de ellos menores de edad. También se divisaban varias pañoletas y banderas de la comunidad LGBTQ+ (una de ellas, recibida y besada por Reynols sobre el escenario, en un gesto que se suma al del bajista Ben McKee, que subió a tocar con una guitarra decorada con los colores de la bandera trans).
En resumen, un concierto que reafirma a Imagine Dragons como una banda consagrada (al menos en esta parte del mundo), capaz de ofrecer un espectáculo digno de un estadio, y que sostiene el éxito cosechado en una década a pesar de las críticas (algunas de ellas, esbozadas por miembros de bandas como Slipknot y The 1975).
El show finalizó poco antes de las 23.00 hrs. con Walking the wire. El adiós de los músicos fue definitivo, sin bis, sin importar algunas peticiones tímidas y no tan insistentes por parte del público. Aún así, los espectadores abandonaron el recinto de La Florida con un semblante alegre, que evidenciaba satisfacción con la consistencia de uno de los shows más esperados de la cartelera anglo.