“Estoy contra todos los nacionalismos”, afirmó seguro Kenzaburo Oé, en una entrevista concedida en 1996 a El País. De alguna manera, el escritor siempre asumió una postura crítica con la sociedad japonesa post Segunda Guerra Mundial. “Si me califican de izquierdas porque defiendo una apertura universalista de Japón, no sólo no me molesta, sino que lo asumo encantado...quiero desempeñar este papel que sirva para universalizar la nación. Lo peor para Japón es enquistarse en su nacionalismo. No sirve para nada. No ofrece ninguna esperanza de futuro para el país”.
Nacido en Uchiko, 31 de enero de 1935, Kenzaburo Oé vivió los efectos en la intimidad de su propia familia, ya que su padre falleció justamente en la guerra, cuando el joven Kenzaburo solo tenía 9 años. Vio en la escritura una forma de expresión, por lo que se matriculó en Letras Francesas de la Universidad de Tokio, ahí se imbuye de los principales intelectuales galos, siendo Jean Paul Sartre quien más lo marcó, de hecho, hizo su tesis sobre el trabajo del autor de El ser y la nada.
Así, no solo mantuvo una postura crítica hacia la sociedad de su país, también se hizo pacifista y, cómo no, su opinión era muy poco favorable hacia el uso de energías nucleares. De hecho, en 2011, tras el accidente nuclear de Fukushima I, manifestó al matutino hispano: “Hoy comprobamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. Sea cual sea el aspecto de la catástrofe que estemos descubriendo (y con todo el respeto que siento por los esfuerzos humanos desplegados para ponerle freno), su significado no da lugar a ninguna ambigüedad: la historia de Japón ha entrado en una nueva fase y, una vez más, estamos sometidos a la mirada de las víctimas de la energía nuclear, de esos hombres y mujeres que han dado prueba de un gran valor en su sufrimiento. La lección que podremos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de no repetir los mismos errores por parte de aquellos a los que se les ha concedido el derecho de vivir”.
De hecho, Oé denunció lo que -para él- era una ambigüedad en la sociedad japonesa. El armar un arsenal nucelar en un país golpeado por armas nucleares. “Japón reconstituyó progresivamente una fuerza armada mientras que los acuerdos secretos con Estados Unidos permitieron la introducción de armas atómicas en el archipiélago, vaciando de sentido los tres principios antinucleares oficialmente anunciados. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se tuvieran en cuenta los ideales de los hombres de la posguerra. Los japoneses habían conservado el recuerdo de los sufrimientos del conflicto y de los bombardeos nucleares. Los muertos que nos miraban nos obligaban a respetar esos ideales. El recuerdo de las víctimas de Hiroshima y de Nagasaki nos ha impedido relativizar el carácter pernicioso de las armas nucleares en nombre del realismo político. Nos oponemos a ellas. Y al mismo tiempo, aceptamos el rearme de facto y la alianza militar con Estados Unidos. Ahí es donde reside toda la ambigüedad del Japón contemporáneo”.
Es que lo bélico marcó uno de los dos ejes de su literatura. De hecho, su novela debut, La presa (1957), trata de un aviador estadounidense -afroamericano- que se estrella en un pequeño pueblo nipón, como en el que vivió Oé durante su infancia. Así pasaron otros títulos también afincados en esa tecla: Cuadernos de Hiroshima (2011), Arrancad las semillas, fusilad a los niños (1958). También otras novelas colocadas en una clave más reflexiva, como La torre de tratamiento (1990) o Cartas a los años de nostalgia (1997).
El columnista cultural de Culto, Héctor Soto, comenta al respecto: “Un tema muy suyo -y muy japonés- fue su desencuentro con el Japón moderno, no obstante que estuvo muy lejos de sentirse interpretado por las posiciones imperialistas o reaccionarias de un (Yukio) Mishima. Quizás por haber estado dominado por las furias y con frecuencia por un pesimismo muy radical, nunca fue un escritor fácil”.
El otro eje de su trabajo fue el nacimiento de su hijo, Hikari, en 1963, a quien le fue diagnosticada una hidrocefalia de nacimiento, además de autismo. Sobre esto escribió una conmovedora novela llamada Un asunto personal (1964), enmarcada justamente en el tema de su retoño. “Me di cuenta de que no podría escribir nunca más sin referirme a mi hijo, y lo convertí en el centro de mi obra”, dijo al periódico La Vanguardia, en 2005. Otros libros que escribió sobre el tema fueron Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura (1966) o El grito silencioso (1967).
Sea sobre su hijo, o la golpeada sociedad japonesa de postguerra, el gran tema de la literatura de Oé, es el dolor. Lo comentó él mismo en la citada entrevista con La Vanguardia: “Desde niño tengo interés en cómo nuestro limitado cuerpo encaja el sufrimiento. De pequeño, yo iba a pescar. Y me fijaba en el pez con el anzuelo clavado, que se movía mucho. Sufre horrores, pero en silencio: no grita. El niño que yo era pensaba: ¡cuánto dolor inexpresado! Ese fue el primer estímulo que me llevó a ser escritor, porque pensé que los niños tampoco podíamos hacernos entender bien. Me hice escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un profesional de la expresión del dolor humano, al que persigo mostrar con la mayor precisión posible”.
Al respecto, comenta Héctor Soto: “Recuerdo haber leído a Kenzaburo Oé a comienzos de los 90, cuando todavía teníamos cierta resistencia para leer libros duros, sin concesiones y de tramas con poca acción y dramatismo. Tiendo a creer que hemos perdido mucho de esa capacidad. Una cuestión personal, inspirada en su experiencia del autor como padre de un niño que nació con una seria discapacidad, marcó un hito en términos de coraje y virulencia. Dicen que fue su mejor novela. Oé volvió sobre ese tema en otros libros, como en los relatos de Dinos como sobrevivir a nuestra locura”.
Los temas del dolor, la guerra, y la enfermedad son tópicos universales, e históricamente, es uno de los criterios que siempre han primado en la Academia Sueca para elegir a los galardonados con el Premio Nobel de Literatura. Le fue otorgado en 1994, siendo el segundo nacido en Japón en recibirlo, tras Yasunari Kawabata, en 1968. Luego también lo obtuvo Kazuo Ishiguro, en 2017, también nacido en Japón, pero con nacionalidad Británica.
En su discurso de aceptación del Nobel, Oé se refirió a los orígenes de su trabajo: “A medida que crecí, seguía sufriendo dificultades en diferentes ámbitos de la vida: en mi familia, en mi relación con la sociedad japonesa y en mi forma de vivir en general en la segunda mitad del siglo XX. He sobrevivido representando estos sufrimientos míos en la forma de la novela. En ese proceso me he encontrado repitiendo, casi suspirando, ‘je suis de nouveau un homme!’ (Soy un niño grande, ¡soy un ser humano otra vez!). Hablar así en lo que a mí respecta es quizá inapropiado para este lugar y para esta ocasión. Sin embargo, permítanme decir que el estilo fundamental de mi escritura ha sido partir de mis asuntos personales y luego vincularlo con la sociedad, el Estado y el mundo”.
“Como alguien con una existencia periférica, marginal y descentrada en el mundo, me gustaría buscar cómo – con lo que espero sea una modesta contribución humanista y decente – puedo ser útil para curar y reconciliar a la humanidad”, cerró.
Fallecido el pasado 3 de marzo en Tokio a los 88 años, en castellano, su obra se lee fundamentalmente a través de las editoriales Anagrama y Seix Barral.