En abril de 1983, la revista alemana de periodismo de investigación Stern anunciaba el “evento histórico más importante de los últimos diez años”: la publicación de los volúmenes de los diarios personales pertenecientes a Adolf Hitler. El impactante anuncio había sido producto de años de negociaciones entre uno de los periodistas más aclamados de la revista y un coleccionista anónimo, y prometían una mirada al interior de los pensamientos de una de las figuras más horribles del siglo XX. Decenas de diarios siguieron el gran descubrimiento e intentaron negociar su serialización, a pesar del escepticismo mostrado por los historiadores.
Las sospechas fueron creciendo, hasta que finalmente las autoridades alemanas anunciaron que todo era falso. El descubrimiento aplastó la reputación de la revista y generó un debate con respecto al sensacionalismo y el fact-checking.
El origen
Gerd Heidemann fue quien descubrió los diarios. Heidemann era uno de los periodistas investigativos más destacados de Stern, aunque existían algunas quejas sobre él: una tenía que ver con sus ausencias constantes en la oficina (según contaría el editor de la revista en 2013), y otra con su extraña obsesión por los nazis. Disfrutaba de una colección de objetos militares nazis en su hogar, y su interés había sido tal que en 1973 logró comprar el viejo yate perteneciente a Hermann Göring, uno de los hombres más poderosos en el régimen. Muchas veces viajó a Sudamérica para juntarse con prófugos nazi. Pasando por Chile, logró entrevistar a Walther Rauff, inventor de las cámaras de gas ambulantes con las que los nazis ejecutaron a más de 200 mil judíos.
Los costos de mantención del yate fueron más de los que contemplaba, y en 1980 ya estaba realizando gestiones para vendérselo a otra persona interesada en las reliquias nazis. Fue así como entró en contacto con Fritz Steifel, quien no estaba realmente interesado en la embarcación, pero, como estaba lidiando con uno de los suyos, le presumió al periodista el objeto más valioso de su colección, un volumen de los diarios escritos por Adolf Hitler. Ni más ni menos.
La historia de como llegaron a sus manos sería así: un día antes de que Hitler se quitara la vida en el Führerbunker, su secretario Martin Bormann ejecutó la Operación Seraglio. Un plan para evacuar de la ciudad capital a algunas de las autoridades más cercanas de la Alemania nazi. Con ellos, también iban siete cofres de contenido desconocido, supervisados por el asistente personal del Führer
El último vuelo del plan fracasó, ya que el avión se estrelló cerca de la frontera con Checoslovaquia. Antes de que las autoridades del SS pudieran llegar a la zona del accidente y cerrarla, los pobladores de la zona lograron llevarse todo lo que podía ser útil. Tras enterarse del accidente, Hitler habría exclamado: “¡Le confié documentos extremadamente valiosos que mostrarían a la posteridad la verdad de mis acciones!”.
Pasaron por manos desconocidas hasta llegar a las de un oficial militar de Alemana del Este, quien posteriormente se lo envió a su hermano, que vivía en el Oeste, y esta último se los vendió a Steifel. El periodista no pudo obtener el nombre de quien se los había vendido, pero si pudo saber que la pieza era solo una de 62 volúmenes. Investigó a través de sus contactos en la comunidad de interesados por la temática nazi, hasta que logró comunicarse con un tal Peter Fischer. Viendo en los diarios una tremenda oportunidad periodística, Heidemann le ofreció millones de marcos y la anonimidad absoluta a cambio de que este permitiera su adquisición y publicación.
El hombre detrás del fraude
Konrad Kujau nació cerca de Dresden en 1938, mismo año en el que los nazis radicalizaron por completo sus políticas antisemitas y llevaron a cabo eventos como la Noche de los Cuchillos Largos. De padre completamente entregado a la ideología nazi, Konrad le siguió en sus pasos desarrollando una obsesión con Hitler.
Sus años post división de Alemania estuvieron caracterizados por varios incidentes que dejaban una inclinación hacia el crimen y el engaño; tras ser acusado del robo de un micrófono en un club de jóvenes para el que trabajaba en Alemania del Este, Konrad cruzó la frontera hacia el oeste, y comenzó a contar a cada persona con la que se encontraba sobre sus andanzas en las fuerzas militares y sus supuestos conocimientos sobre armas químicas.
Sin embargo, siguió visitando a su familia que aún vivía en el este, encontrándose con sus diversas colecciones de reliquias del Tercer Reich, cuya posesión estaba prohibida por las autoridades comunistas. Konrad pronto se dedicó a las antigüedades; compraba reliquias por una fracción de su precio real en Alemania del Este y luego las vendía en el Oeste a precios exorbitantes. Al poco tiempo abrió su propia tienda de antigüedades, rozando hombros con varios ex nazis nostálgicos.
Pronto empezó a adoptar trucos para aumentar el valor de su colección. Cascos de la Segunda Guerra Mundial con poco valor eran convertido en reliquias de una millonada si se les escribía las iniciales A.H. y se les incluía una notita firmada supuestamente por él. Luego pasó a objetos más grandes y que demostraban los extremos a los que podía ir para subir el valor a sus reliquias; un reloj de bolsillo que salvó a Hitler de una herida en la guerra, brazaletes usados por él y la ropa de gala que Hitler “usó en la inauguración del Reichstag en marzo de 1933″. Los dotes artísticos de Konrad en cada intervención que hacía a los objetos, burlaban el ojo de los entendidos.
Tras un tiempo se dedicó completamente a la falsificación de manuscritos. Creó “borradores originales” de Mi lucha (texto que había sido redactado con una máquina de escribir) y poemas, labores que pronto pasaron a la falsificación de diarios de vida.
Con libretas baratas compradas en el Este, comenzó a producir la imitación que lo llevaría a la fama. Les pegó unas letras plásticas compradas en una tienda de retail -FH-. Compró tinta y la diluyó con agua para que funcionara bien con su lápiz. Tras escribir un par de páginas, rociaba té sobre ellas y luego lanzaba repetidamente las libretas contra su mesa para darles la apariencia de usado.
El Hitler íntimo
El contenido de los diarios presentaba a un Hitler que no concordaba en absoluto con sus políticas. En una página fecha de 31 de julio de 1941, Hitler afirma que los judíos deben ser presionados a emigrar, pero no hace mención de sus políticas de exterminación. En la página del día en que se realizó la conferencia de Wannsee, reunión en la que los altos mandos decidieron exterminar a la población judía, Hitler manifiesta su deseo de “encontrar un lugar en el Este donde estos judíos puedan quedarse”. En otras páginas expresa un desconocimiento del Holocausto, un claro intento negacionista para limpiar su imagen.
Otras notas, las que Kujau siempre ponía al final de cada diario, intentaban describir asuntos más de la vida cotidiana de Hitler, una muestra hilarante de la dedicación de Kujau por emular veracidad. “Por deseo de Eva, mis médicos me examinan minuciosamente. Por culpa de las nuevas pastillas tengo unas flatulencias violentas, y según Eva, mal aliento”.
Los historiadores caen
Heidemann llegó a las oficinas de Stern con los diarios y se los mostró a sus jefes de edición, quienes ordenaron inmediatamente que el periodista prosiguiera con la adquisición de estos. Para estar seguros de su veracidad, la revista buscó expertos para que certificaran que los documentos en los que habían gastado millones de marcos alemanes fueran reales, y aquí es donde entra Hugh Trevor-Roper.
Trevor-Roper era un historiador británico que rápidamente construyó una reputación gracias a un libro en el que describió los últimos días del dictador y concluyó que se había suicidado. Cuando supo por primera vez de la existencia de los diarios, también se declaró escéptico, pero tras ver la cantidad de volúmenes que existían de él se convenció completamente de su veracidad. El diario le había dicho “falsamente” que se había comprobado la autenticidad de los textos.
La revista dio a conocer oficialmente los textos el 25 de abril de 1983, anunciando que los publicaría de forma serializada. Antes de esto, Stern ya estaba llamando a periódicos del mundo para llegar a acuerdos de redifusión. Dos en particular, The Times of London y el Sunday Times estaban particularmente interesados en llevar la gran primicia. Estos eran tabloides propiedad de Rupert Murdoch, uno de los magnates de las comunicaciones más grandes del mundo.
La noticia generó reacciones inmediatas, la mayoría con escepticismo. David Irving, notorio negacionista del Holocausto, fue uno de los primeros en manifestarlo, y pronto diarios de todo el mundo lo llenaron de llamadas. Mientras tanto Schmidt presionaba a Heidemann para que le diera más información sobre quien le había provisto tales documentos, pero el periodista se negaba a dar nombres.
Se destapa el fraude
El comienzo del fin de todo este desastre periodístico empezó cuando la existencia de los diarios llegó a los oídos del gobierno alemán. Los Archivos Federales Alemanes obtuvieron los tan discutidos diarios, y luego de meticulosos exámenes, lograron confirmar que eran falsos.
La examinación material reveló que las fibras del papel eran de la posguerra, las iniciales que ilustraban la tapa de cada libro eran de plástico y la tinta tenía elementos químicos que solo podían estar presentes si se había usado durante el año anterior. Además los hechos que describía eran inconsistentes, y pronto se descubriría que varias páginas habían sido plagiadas de un libro sobre los discursos de Hitler escrito por un historiador alemán.
Apenas el gobierno alemán anunció los resultados de sus exámenes, Kujau huyó inmediatamente con su esposa y su amante a Austria, pero al darse cuenta de los cargos en su contra, se entregó a las autoridades alemanas en la frontera, nombrando también a Heidemann como alguien que estaba consciente de la falsedad de los objetos. El periodista negó esto, pero sus explicaciones no bastaron para evitar que la reputación del Stern cayera al suelo.
Un año después enfrentarían la corte, y serían condenados a cuatro años y medio de prisión. Tras cumplir su condena en 1988, Kujau abrió una galería en Stuttgart donde exhibía y vendía “falsificaciones auténticas”. Estos incluían no solo falsificaciones de las pinturas de Hitler, sino también copias de pinturas de Dalí y Rembrandt, con su firma y la del artista original. Su trabajo se hizo tan popular que otros falsificadores comenzaron a crear copias falsificadas de sus falsificaciones. Murió en 2000, aunque un obituario publicado en The Guardian advirtió que su misma muerte pudo haber sido una falsificación.
Heidemann tuvo una vida menos grata. Pasó al olvido después de cumplir su sentencia; un periódico lo encontró décadas después sumido en la pobreza. La historia completa sería llevada al cine y la televisión en tres oportunidades. Recientemente las autoridades alemanas hicieron públicos los contenidos de los diarios en su totalidad, y los historiadores Heike B. Görtemaker y Hajo Funke los publicaron en un libro titulado Los verdaderos diarios falsos de Hitler.